En sus apariciones, la Virgen habló de los castigos venideros, pero hay que recordar que en ninguna de ellas afirmó que estos flagelos se cumplirían, irrevocablemente.
Vivimos un momento extremo y la impresión es que el ser humano ha sobrepasado todos los límites, ha experimentado al máximo todos los pecados y que sólo cabe esperar los castigos anunciados. Hay quienes creen en el fin del mundo, otros, en una gran purificación, cuando gran parte de la humanidad perezca. El mundo ha alcanzado los límites de la ingobernabilidad y casi no hay salidas; las soluciones humanas ya no bastan para resolver las crisis en las que estamos inmersos.
Hemos sido testigos del cumplimiento, total o parcial, de muchas profecías, desde las anunciadas en las Sagradas Escrituras hasta las reveladas a los santos. Si hiciéramos un repaso de todas ellas, tomando sólo las reconocidas oficialmente por la Iglesia, llenaríamos páginas y más páginas y no agotaríamos el tema. Para ponernos en contexto, recordemos algunas de las profecías de la Virgen en sus apariciones.
Nuestra Señora del Buen Suceso, Ecuador, 1594: "En cuanto al sacramento del matrimonio, que simboliza la unión de Cristo con la Iglesia, será atacado y profanado en toda la extensión de la palabra. [...] En ese período habrá grandes calamidades físicas y morales, públicas y privadas. En esos tiempos infelices, el lujo desenfrenado conquistará innumerables almas frívolas y las perderá."
Nuestra Señora de La Salette, Francia, 1846: "Dios golpeará de una manera inaudita. ¡Ay de los habitantes de la tierra! Dios agotará su ira, y nadie podrá escapar de tantos males acumulados. La sociedad está al borde de las plagas más terribles y de los mayores acontecimientos. Uno debe esperar ser gobernado por un látigo de hierro y beber la copa de la ira de Dios. [...] No verás más que asesinatos, odio, envidia, mentiras y discordia, ni amor por la patria ni amor por la familia".
Nuestra Señora de Fátima, Portugal, 1917: "Rusia difundirá sus errores por todo el mundo, promoviendo guerras y persecuciones a la Iglesia. Los buenos serán martirizados, el santo sacerdote tendrá mucho que sufrir, varias naciones serán aniquiladas".
Nuestra Señora de Akita, Japón, 1973: "El Padre infligirá un terrible castigo a toda la humanidad. Será un castigo más severo que el diluvio, como nunca lo ha habido antes. El fuego caerá del cielo y exterminará a gran parte de la humanidad, tanto a los buenos como a los malos, sin perdonar ni a los sacerdotes ni a los fieles. Los supervivientes se encontrarán en tal desolación que envidiarán a los muertos".
Pero, ¿por qué tenemos que vivir en esta agonía, en esta aflicción, esperando un castigo? Si Dios es amor, ¿por qué reservaría tanto mal para sus hijos? Esta pregunta puede aludir a la creencia en un Dios incompleto, un Dios que sólo es misericordioso. Sin embargo, fuente de toda misericordia, en su totalidad, Dios es también justo y es desde la totalidad de su justicia y misericordia que nos ha preparado, de diferentes maneras, para todo lo que está por venir.
En sus apariciones, la Virgen habló de los castigos venideros, pero debemos recordar que en ninguna de ellas dijo que estos azotes se producirían, irrevocablemente. Siempre condicionó el crimen y el castigo, pero con la atenuante de que tales calamidades no ocurrirían si los hombres se arrepintieran, se convirtieran, rezaran, hicieran penitencia y cambiaran de vida.
Pero, ¿qué hicieron los hombres? ¿Se han arrepentido? ¿Se convirtieron? ¿Han rezado? ¿Hicieron penitencia? ¿Merecieron la misericordia de Dios cambiando su comportamiento, como hicieron los ninivitas? No. Ya completamente enredados en la red del pecado, hábilmente tejida por las garras del diablo, los hombres simplemente doblaron la apuesta, pagaron por ver. Y lo están viendo. Y verán mucho más. Y, por desgracia, perecerán los justos y los injustos, los buenos y los malos, los fieles y los infieles.
Dios creó un mundo perfecto y, si no hubiera entrado el pecado, seguiríamos viviendo hoy en las delicias del Jardín del Edén. Sin embargo, cuando Dios se encarnó entre nosotros y dio su vida por nosotros en la infame cruz, nos mostró que todo podía ser diferente y que este mundo podía ser perfecto, dependía de nosotros.
Para ello, nos dejó un excelso tesoro, la Santa Iglesia Católica. La Iglesia representa la voz y el justo juicio de Dios, y si la seguimos y no se desvía del papel sagrado que le asignó nuestro Señor Jesucristo, nos dará las pautas para una vida santa y para la restauración del mundo y de la humanidad.
Tal vez los católicos no tengamos la dimensión exacta de la Iglesia, como la tiene su mayor enemigo, el demonio, por eso la persigue, por eso trata de desvirtuarla, desprestigiarla y destruirla, y para conseguir sus propósitos utiliza diferentes estrategias, unas veces tratando de hacerla saltar por los aires, de fuera hacia dentro; otras tratando de vaciarla y otras tratando de hacerla implosionar, para que en un proceso autofágico se consuma a sí misma.
Alfonso Pena
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