Telésfora Verón, se llamaba la jovencita que en infinitas ocasiones, en 1820, le contó a su familia acerca de las apariciones de la Virgen en la soledad del monte, pero nadie le creyó, es más, todos consideraban que estaba loca. Una noche, los vecinos de Huachana decidieron comprobar los dichos de la niña. Se reunieron en el lugar de las extrañas apariciones y esperaron al abrigo de una fogata. Al amanecer, y entre las llamas, María los sorprendió con su figura. Desde aquel entonces, la imagen es venerada en este rincón impenetrable y polvoriento de la provincia, a 80 km al oeste de Campo.
La noche se presentaba perfecta para asistir al encuentro de siempre. El brillo sin igual de millones de estrellas y el imperturbable cielo azulado eran sus mejores aliados. Una vez más, salió en silencio de su humilde hogar y se perdió en la espesura del monte, que a esa altura ya se había convertido en su mejor amigo. Llegó al lugar sagrado y esperó el celestial encuentro de siempre. Pasaron unos instantes, y el milagro volvió a iluminar la oscuridad del bosque impenetrable, y trajo sosiego a su alma.
Alucinada, observó la imagen divina por eternos segundos y regresó con urgencia a su pequeña casa. Los enérgicos latidos de su corazón le habían quitado la voz, pero no el poder de asombro. La familia reunida en la mesa la miró (otra vez) con desaire y con ganas de no escucharla, justo en el momento en el que recuperó su palabra. “La he visto de nuevo… juro que la he visto de nuevo”, anunció enfáticamente, pero ninguno de los comensales quitó su mirada de lo que ofrecían los platos servidos.
Un silencio aterrador y la indiferencia colectiva fue su única respuesta. Por enésima vez en su vida, clavó su mirada al piso de tierra y girando 180 grados, encaró por la precaria puerta de lienzo para no regresar nunca más. Si, la niña cansada de que la tomaran por loca por lo que decía y afirmaba, se introdujo en la espesura del monte santiagueño para no volver jamás a su hogar. Pero esta decisión de la joven Telésfora no pasó inadvertida para todos los miembros de la familia Verón, mucho menos para su hermano Juan Cruz, quien logró convencer a los vecinos y a sus propios parientes de que valía la pena llegar hasta el lugar de las apariciones para comprobar, o desechar finalmente, lo que la niña les venía anunciando.
Una noche, donde Félix Taboada a cargo del destacamento policial de Huachana, reunió a los lugareños y caminaron hasta el preciso lugar donde Telésfora afirmaba que aparecía una imagen divina. Instalados en la zona marcada, junto a un árbol, hicieron vigilia toda la noche. Pasaron algunas horas y el frío comenzó a adormecer las ansiedades. Para mitigar la helada soledad del monte, prendieron una enorme fogata, a la que se abrazaron con fuerza para soportar hasta el amanecer.
Y, precisamente, cuando el sol anunciaba su arribo al cielo santiagueño, el milagro se produjo. En medio de enormes llamas que ardían en todo su esplendor, una imagen celestial enmudeció al monte y a todos sus habitantes. Era la Virgen María, la que tantas veces se le apareció a la niña, a quien nunca le habían dado crédito y habían dejado partir para siempre. Todavía asombrados y sorprendidos por lo que sus ojos captaban, los testigos de aquella divina aparición apagaron las llamas y comenzaron, sin saberlo, a forjar la historia de la Virgen de Huachana. Con el humo anunciando el final de la fogata, Juan Cruz Verón, hermano de la niña que vio por primera vez a María, trasladó la pequeña imagen hasta su humilde hogar, donde por muchos años miles de devotos llegaron a venerar a la Virgen.
Así, cada 31 de julio, comenzaron a llegar a la casa de los Verón peregrinos que conocieron la buena nueva. Con el paso de los años, la cantidad de fieles que llegaban a este lugar se fue incrementando fuertemente.
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