Del sitio de la Compañía Anónima Venezolana de Industrias Militares (CAVIM):
La devoción por Nuestra Señora de la Consolación es una de las más antiguas del país y atrae la mirada de los miles que acuden cada año en gratitud a la Virgen.
Cientos de peregrinos acuden hasta la Basílica Menor de la Consolación de Táriba para rendir devoción a la Madre de Dios, cuya venerada Imagen celebró en 2017 sus 50 años de coronación canónica.
Se trata de una de las devociones más antiguas de Venezuela. Su hogar, un templo cargado de historia y devoción, el cual fue consagrado en 1911 y elevado a Basílica Menor en el año 1959.
Según reseña el portal católico mundial Aleteia, tras la fundación en 1561 de San Cristóbal, se asienta un convento de padres Agustinos en el Valle de Santiago, donde el superior de esa congregación enviaría misioneros que evangelizaran esas tierras.
Recibida la misión, emprendieron su camino hasta las cercanías de Táriba, el poblado aborigen que esperaban abordar. Y llevaban con ellos un retablo con la imagen pintada de la Virgen, pero iban desprovistos de indumentaria adecuada para la zona.
Sorprendidos por la crecida del río Torbes, cuyas aguas embravecidas les impedían continuar su camino, clamaron la intercesión de la Virgen. Ataron el retablo a una caña brava y la elevaron. Con ella elevada siguieron la travesía, mientras se encomendaban a Nuestra Señora, logrando avanzar sin dificultad.
Llegados al sitio, clavaron en la tierra la vara coronada por la imagen mariana, y construyeron para ella una pequeña capilla. Poco después, las pugnas entre las tribus de la zona forzaron la partida de los pobladores; pero una india se hizo cargo de la imagen, que con el tiempo perdió su colorido.
Cuentan la historia, que a fines del siglo XVI acudió el encomendero de Pamplona de la Nueva Granada hasta Táriba, con el deseo de visitar a una familia de apellido Zamora. La casa coincidía con el lugar en donde la india había recogido el pequeño retablo para cuidarlo.
Durante una de las visitas del encomendero, los hijos de Zamora organizaron un juego de pelota; y mientras jugaban, una de las paletas se partió. Así que buscaron reemplazarla con un trozo de madera y hallaron sin saberlo el retablo en el que la Virgen estuvo alguna vez pintada.
En un intento por improvisar la paleta, intentaron partir el retablo. Pero a pesar de los golpes no lograron fraccionarlo porque la madera resultaba muy dura. Al seguir golpeándola, ésta comenzó a emitir sonidos similares a los de un tambor, lo que llamó la atención de la madre de los muchachos.
La dama, que sí conocía la procedencia del retablo, se escandalizó al comprobar que se trataba de aquel donde se había pintado la Virgen. Así que regañó a los muchachos y ubicó la tablilla en lo alto del granero, en un espacio que hacía las veces de alacena.
En horas de la tarde, los sorprendió un fuerte resplandor que venía de aquella habitación; y acudieron asustados pensando que se trataba de un incendio. Cuando llegaron a apagar lo que crían que era fuego, descubrieron con asombro una radiante luz que emitía la tablita, cuyos colores se habían avivado de forma milagrosa. Entonces se unieron en oración y cayeron rendidos ante la preciosa imagen, que más de cuatrocientos años después sigue generando multitudinarias peregrinaciones para rendirse a los pies de la excelsa Patrona.
En la tablita
se aprecia la viva imagen de Nuestra Señora de la Consolación, que cada
año luce más intensa y atrae a miles de devotos de todas partes del
país y del mundo, en busca de su consuelo, con intercesión para lograr
de Dios muchos milagros.
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