Cuenta la leyenda que la villa de Jarandilla de la Vera comenzó a padecer una serie de plagas de langostas que arrasaron todos los campos, allá por el año 1374. Para intentar erradicar estas plagas, los jarandillanos decidieron encomendarse al favor divino a cambio de donar dos arrobas de cera cada año.
Como no sabían bien a qué o a quién llevar las ofrendas, prepararon un asno acompañado de un arriero, que llevaría las arrobas de cera para que la voluntad divina lo guiara.
Tras doce días de camino, teniendo muchos kilómetros recorridos a sus espaldas, el animal se paró en el monasterio de la Virgen de Sopetrán. A ella se encomendaban cada año.
Se cuenta que un año no se renovó el voto y cayó un gran granizo que anegó la región.
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