La piedad católica nos dice que Aquel a quien el universo no podía abrazar se hizo Hombre en el seno de la Virgen María. Un misterio tan sublime y grandioso que, aún hoy, sigue revelando maravillas nunca antes imaginadas. Esta vez, la ciencia nos ha ayudado a encontrar un aspecto más de Jesús y María en este abismo infinito de preciosidad.
La medicina sugiere el estudio de la teología mariana
La ciencia no viene a confirmar la fe de la Iglesia. Acude a la ayuda de la razón para mostrar que las realidades sobrenaturales reveladas por Dios y salvaguardadas por la Santa Iglesia Católica no contradicen la realidad de las cosas visibles.
En este sentido, un reciente estudio realizado en la Universidad de Michigan (EEUU), expone que en cada gestación humana la madre recibe células de su hijo que son genéticamente distintas a las suyas. Gracias a este descubrimiento de la ciencia médica y biológica, se puede afirmar que la Virgen María no sólo llevó en su vientre al Divino Niño, sino que las células del mismo Cristo pasaron a su torrente sanguíneo y permanecieron en ella durante toda su vida terrenal.
Y aún hoy, puesto que María ha sido elevada en cuerpo y alma al cielo, las células de Cristo se encuentran en ella y forman parte de su cuerpo. Este descubrimiento medicinal, realizado a partir de los conocimientos del microquimerismo materno-fetal, cuando se traduce en el ámbito de la teología mariana, nos ofrece una verdadera fuente de meditación sobre la grandeza de la que fue elegida para ser la Madre de Dios.
Los resultados de estos estudios demuestran que la unión entre el Creador y su Santísima Madre no es sólo un vínculo espiritual, sino también físico, e incluso podríamos decir, con razón, biológico y genético.
Un estrecho vínculo de confianza y protección
Otro aspecto impresionante y al mismo tiempo maravilloso de esta relación entre la Madre y el Hijo, presentado por estudios recientes, es el estrecho vínculo de entrega y protección mutua, que reproduce el existente entre las Tres Personas Divinas, definido por el catecismo como "comunión de amor". En primer lugar, porque al procrear, el ser humano participa en la actividad creadora de Dios, que nace de su Amor. Y en segundo lugar, porque cuando surge una nueva vida, a través de la placenta, las células de la madre entran en el niño y viceversa, de modo que madre e hijo comienzan a protegerse y regenerarse (a amarse) mutuamente.
Cícero Leite
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