"Que llueva, que llueva, la Virgen de la Cueva, los pajaritos cantan, las nubes se levantan," …, esta es la pegadiza canción infantil que todos los que tenemos el castellano como lengua materna hemos cantado cuando éramos niños. Y da la casualidad de que la famosa cueva y su correspondiente y milagrosa Virgen está en Burgos, en concreto en Hontangas, un pueblo de la Ribera del Duero situado a la vera del río Riaza. Además, el enclave, como han demostrado distintas intervenciones arqueológicas, es un singular santuario en el que se puede rastrear la religiosidad de los habitantes de la zona a lo largo de los últimos 2.500 años.
La curiosa historia de la cueva de Hontangas se inicia muchos siglos antes de la fundación de la localidad actual, cuando el pueblo indígena de los vacceos, que tenía en el valle del Riaza su frontera con los vecinos arévacos, sacralizó una pequeña cavidad abierta en las laderas rocosas que perfilan los páramos de Corcos. El motivo de la elección fue sin duda la existencia de un copioso manantial que brotaba del interior de la gruta. Los vacceos, como buenos celtas, tenían debilidad por las fuentes a las que ofrecían ofrendas, sobre todo armas, en solemnes y concurridas ceremonias. En este caso los protagonistas fueron los habitantes del fortificado poblado de la Casa de los Moros, localizado en la cercana Adrada de Haza, que dependía de la importante urbe vaccea de Rauda.
Aunque los romanos sometieron militarmente a los vacceos fueron conscientes de que para integrar culturalmente a estas gentes celtibéricas lo mejor era romanizar a sus deidades. Por eso en la cueva de Hontangas se han descubierto unas votivas aras romanas, datadas en el siglo I a.C., dedicadas a la divinidad celtibérica Aeio Daicino, un dios relacionado con el agua. Un elemento que refuerza la importancia romana de este santuario es que la actual pila bautismal reutiliza el fuste ahuecado de una columna romana. Es posible, además, como se intuye por los restos arqueológicos que suelen aparecer, que el lugar donde se asienta el actual caserío de Hontangas fuese en época romana un frecuentado centro de peregrinaje para los habitantes de la cercana colonia de Clunia Sulpicia.
Y cuando el Imperio Romano adoptó como única y oficial la religión cristiana, la mayoría de los santuarios paganos cambiaron de advocación. En el caso de Hontangas la cueva pasó a albergar la imagen de una Virgen aparecida milagrosamente. Una popular leyenda nos narra que la brillante luz que emergía de la cueva alertó a los vecinos de la zona, incluidos los poderosos señores del cercano castillo de Aza —capital de un alfoz altomedieval—, que intentaron llevarse, sin conseguirlo, la talla de la madre de Cristo.
Muy pronto la fama de la Virgen de la Cueva se extendió por la comarca. Al igual que durante siglos hicieron las mujeres vacceas y romanas, las jóvenes casaderas de los 16 pueblos de la Comunidad de Villa y Tierra de Aza —repartidos entre las actuales provincias de Burgos y Segovia— acudían en peregrinación hasta Hontangas para rogar a la Virgen que les concediera un buen parto. La inscripción grabada en el arco de entrada de la ermita, ‘Virgo tua Gloria Partus’ —se puede traducir como ‘Tú Parto es la Gloria’— se lo recuerda a todos los que penetran en la cueva. También tenía fama de milagrera el agua que brotaba del interior, desviada para evitar filtraciones, y que ahora se puede beber en una fuente aledaña.
Con el paso de los siglos y la definitiva consolidación del asentamiento de Hontangas, cuya etimología significa lugar de fuentes, la cueva se transformó en una llamativa ermita rupestre. En el irregular interior de la caverna llama la atención el bajo y rocoso techo que se tuvo que reforzar con varios pilares para consolidar la estructura y dar seguridad a los fieles. Al fondo de la oscura cueva y protegida por un enrejado se localiza el altar barroco en el que se venera la imagen de la patrona. La talla de Nuestra Señora de la Cueva se puede fechar entre finales del siglo XIII y principios de la siguiente centuria y parece que procede de la arruinada ermita tardorrománica de San Mamés.
A principios del siglo XVII se levantó la actual fachada que protege la cueva. En su decoración se alternan elementos renacentistas y barrocos destacando las imágenes colocadas en sus seis marcadas hornacinas. Además de la Patrona, la Virgen de la Cueva que destaca sobre la puerta de entrada, se pueden contemplar las imágenes de San Juan Bautista, San José, San Miguel y el Rey David, que son de finales del siglo XVII o principios del XVIII.
La devoción por la ermita de la Virgen de la Cueva, un modelo para el estudio de los complejos procesos de sincretismo religioso, se ha mantenido hasta nuestros días. Además de contar con una de las más antiguas cofradías de Castilla y León, citada por lo menos desde el año 1784, la patrona de la Comunidad de Villa y Tierra de Aza es visitada una vez cada 50 años por los habitantes de sus dieciséis pueblos: Aldeanueva de la Serrezuela y Aldehorno, en Segovia y Adrada de Haza, la Sequera de Haza, Campillo de Aranda, Castrillo de la Vega, Fuentecén, Fuentelisendo, Fuentemolinos, Fuentenebro, Hontangas, Hoyales de Roa, Moradillo de Roa, Torregalindo y Valdezate, en Burgos. La ermita, situada a la entrada del pueblo, está siempre abierta durante el día.
Recordando una inolvidable canción
No queremos que nadie se ponga celoso y aunque hay varios lugares en España que reclaman que su Virgen de la Cueva es la protagonista de la icónica canción del ‘que llueva, que llueva’ nosotros estamos seguros, después de lo escrito, que la auténtica y verdadera es la burgalesa de Hontangas. Para que todos la recordemos hemos elegido la versión del gran músico castellano Joaquín Díaz.
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