He copiado la historia de la imagen de la Santísima Virgen del Rayo que se venera en su parroquia en la Ciudad de Querétaro, Queretaro.
La Fiesta de Nuestra Señora del Rosario del Rayo es el Domingo siguiente al 7 de octubre en el que, de acuerdo a la liturgia de la Iglesia Católica, se conmemora a la Santísima Virgen María en su advocación de Nuestra Señora del Rosario. Las gracias especialísimas que Dios ha concedido por la intercesión de nuestra Madre Santísima por medio de la Imagen de Nuestra Señora del Rosario del Rayo, nos obliga a conocer el origen de esta nueva y original advocación. Este conocimiento lo ofrecemos, con gran entusiasmo, en favor de todos los feligreses de esta, nuestra parroquia, ya que por ser nuestra patrona, estamos bajo su especial protección.
En el templo de Jesús María de la ciudad de Guadalajara se encuentra una imagen de María, que tiene en su pasado una hermosa historia, ignorada y desconocida hoy en día por muchos de nosotros los cristianos y, desgraciadamente, por nosotros los feligreses de esta parroquia.
Esta imagen en realidad no es más que una imagen de Nuestra Señora del Rosario que fue objeto del suceso histórico siguiente, comprobado por los sacerdotes de la época en que se verificó y testimoniado solemnemente por las personas que lo vieron. (Estos testimonios se encuentran en los archivos de las oficinas del Arzobispado de Guadalajara).
En ellos se dice que "en los tranquilos días del Gobierno Colonial y en la plenitud del esplendor del convento de Jesús María de la ciudad de Guadalajara, el 13 de agosto de 1807, a las 2 y media de la mañana, un rayo cayó en el convento mencionado y descargó su fuerza sobre una escultura de la Virgen que se encontraba en el dormitorio de las religiosas".
Como consecuencia de este incidente, las religiosas recogieron la imagen con el rostro y el cuerpo ennegrecido por aquel hecho lamentable y la trataron de arreglar, interpretando en aquello, que María Santísima les había salvado de un gran mal, dirigiendo el rayo a su propia imagen.
Los habitantes del lugar se dieron cuenta y pudieron verificar el hecho, lo mismo varios sacerdotes, entre ellos el Sr. Canónigo Don Manuel Esteban Gutiérrez y el Sr. Canónigo Don José María Gómez y Villaseñor.
Las religiosas como muestra de agradecimiento, la trasladaron al altar principal de su capilla y durante varios días la veneraron con diferentes actos religiosos.
Sucedió entonces, que el día 18 del mismo año de 1807, es decir, cinco días después de que el rayo la había dañado, a las tres y cuarto de la tarde estaba próxima a caer una nueva tormenta; y en ese momento la madre superiora —Sor María Francisca de la Concepción— tocó la campana para que se reuniera toda la comunidad con el fin de llevar la imagen a una religiosa que se encontraba gravemente enferma.
Una hermana con dos empleados del mismo convento fueron comisionados para bajarla del altar y cuando la llevaban en procesión, la imagen se transformó, ante el susto, miedo y desorientación de todos, recobrando el color natural que antes tenía y los ojos que desde la caída del rayo los tenía casi destrozados, se le abrieron y se le vieron brillar como diamantes. El mismo Rosario que con el rayo había quedado negro, se tornó blanco, adquiriendo el color que antes tenía.
El suceso no pasó inadvertido para los habitantes de Guadalajara, algunos de los cuales, pudieron verificarlo; pero todos admitieron el hecho milagroso.
La imagen permaneció todavía un cierto tiempo, según se sabe, en el convento. Cuando la exclaustración de las religiosas y religiosos en México, año de 1861, estuvo guardada por deseo expreso de las religiosas en varias casas particulares, hasta que se le construyó su templo, al cual ellas la cedieron con gusto.
La devoción de los fieles hacia esta imagen bendita, ha ido en aumento a través de los años y con la reproducción de su imagen se ha dado a conocer a otras Diócesis —entre ellas la nuestra— que hoy en día también la veneran.
Pero, hay un suceso relacionado con esta imagen que no se olvida aún, ya que está vinculado con el pasado reciente de muchos de los habitantes actuales de Guadalajara.
En efecto, S.E. Mons. José Garibi Rivera, primer Cardenal mexicano, la coronó solemnemente en el año de 1941, realizando en la misma ocasión una gran Misión, en la que participó toda la Arquidiócesis, para lo cual fue trasladada a la misma Catedral de dicho Arzobispado.
En la ceremonia solemnísima con "Misa Pontifical", celebrada por Mons. Garibi, estando presentes siete Arzobispos, catorce Obispos, un gran número de sacerdotes y una multitud inmensa de fieles, se llevó a cabo ese singular acontecimiento.
Las crónicas de este importante evento nos dicen que en la misma ocasión ocupó la Cátedra sagrada, el Excmo. Sr. Arzobispo de Guadalajara. La primera coronación se realizó mediante un Decreto Diocesano y la segunda por Decreto Pontificio.
La Virgen María, cualquiera que sea su devoción, siempre ha correspondido a la veneración y amor de los fieles, con milagros y favores. De esta imagen se cuentan y están registrados varios milagros y muchos favores.
Existe uno que llama mucho la atención de los cristianos del año de 1850, que conviene recordar, como homenaje a María Santísima en el año mariano y como consuelo para muchos de los devotos de Nuestra Señora del Rosario del Rayo.
En el año de 1850, una de las religiosas del monasterio de Jesús María era Sor María de Jesús Cecilia de San Cayetano. Nacida en 1820, ingresó a la vida religiosa en 1838 y profesó en 1839. El día 7 de diciembre de 1842, tuvo una fiebre muy intensa y después quedó enferma de la médula espinal y paralítica.
Fueron llamados para curarla los más notables médicos de la ciudad: Don Pedro Waderlinden, Don Francisco Garibay y Don Joaquín Martínez. Pero con su enfermedad apenas podía —en los días que sentía algún alivio— con gran dolor y trabajo, levantarse de la cama y dar unos cuantos pasos, ayudada de un bastón y apoyándose en las paredes o en alguna hermana. Los médicos mencionados después de atenderla con verdadera diligencia y especial solicitud; la declararon desahuciada y disminuyeron sus visitas, manifestando a las demás religiosas la gravedad de su estado.
El 17 de septiembre de ese mismo año, dice ella misma, que deseó vivamente ir a la capilla interior, de Nuestra Señora del Rayo. Entró en ese día a la celda de la enferma, a las nueve y media de la mañana, la madre superiora, Sor María Joaquina de San Pedro y San Pablo, la primera le dijo: 'Madre yo quiero andar, lléveme a la capilla de Nuestra Señora del Rayo, con esto que me conceda estaré contenta', la superiora le replicó: "ande pues, vamos a la capilla".
La llevó sosteniéndola con mucho trabajo y dolores. Llegó tan convulsa y fatigada que luego se dejó caer y se acostó: la superiora le llevó una almohada y poniéndosela debajo de la cabeza le dijo: 'Ahora estese aquí, hasta que la Santísima Virgen le dé sus pies para que ande, pídaselos' y se retiró dejándola a los pies de la imagen. A poco rato después de las diez de la mañana, volvió la superiora a la capilla y encontró a la enferma en la misma posición.
Entraron en seguida dos religiosas y les rogó la enferma que juntas rezaran con ella. A las once y cuarto fueron otras dos religiosas y le preguntaron si quería volverse a su cama y comer algo, le decían que sería conveniente separarse de aquel sitio, porque el frío del suelo la dañaría; ella replicó: 'déjenme ver si puedo ir sola' y diciendo esto se paró y caminó sola hasta su habitación, ante la sorpresa de las religiosas que la veían.
Cerca de las doce, fue una religiosa a llevarle la comida y le dijo la enferma dando vueltas en la celda: 'vaya, llame a toda la comunidad, para que vengan a verme andar'. Fue la religiosa y en pocos momentos se reunieron todas las hermanas del convento y en su presencia salió Sor María Cecilia de San Cayetano de la celda casi corriendo por el ambulatorio, vuelve a la celda de nuevo, vuelve a salir y repetía: 'no soy yo, no crean que soy yo'. En seguida se dirigió a la capilla y con ella todas las religiosas y allí pasaron largo tiempo, dando gracias a María por la curación de su hermana. La hermana, María Cecilia de San Cayetano duró postrada por la enfermedad de la parálisis, seis años, nueve meses y nueve días.
Después de su curación milagrosa, continuó sana hasta que murió el día 4 de marzo de 1870, según consta en el libro de profesiones del convento de Jesús María, folio 119 y 120. Esta narración está tomada del expediente original que existe en los archivos de la Curia del Arzobispado de Guadalajara. Dicho expediente comienza con un oficio de la Madre Superiora, Sor Maria Joaquina de San Pedro y San Pablo, en el que refiere el suceso.
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