Una imagen que se “hizo pesada” es símbolo de fe en un pueblo de ascendencia indígena. Cada 24 de septiembre, miles de devotos visitan a la ‘Patrona de los presos’ para pedir y agradecer por su liberación física y espiritual.
Marta María Pacheco Salcedo lleva más de diez años seguidos visitando a la Virgen de las Mercedes, en Nátaga, Huila, un diminuto pueblo ubicado a más de 400 kilómetros de Bogotá.
Su fervor por esta advocación nació en una cárcel en donde había sido recluida por un delito que no cometió. Ella cuenta que siendo funcionaria del Estado fue involucrada injustamente en un proceso por el manejo de dineros públicos. El día que fue detenida los medios de la comunicación la mostraron como delincuente y durante las audiencias públicas ante un juez apareció esposada.
“Fueron dos largos años en los que siendo inocente, la gente creyó que era una ladrona. Pero en la cárcel, en soledad y orando todos los días, supe que la Virgen de las Mercedes daba la mano a los presos perseguidos por la injusticia”, relató a Aleteia esta abogada de 50 años.
Una novena publicada en los años 60 fue la herramienta que le permitió “pegarse día y noche” a esa Virgen encumbrada en un lugar de la cordillera Central, en la región Andina. Esos momentos los recuerda Marta María con nitidez: “Cuando faltaban pocos meses para el juicio y era inminente una condena de por los menos quince años de prisión, una amiga me regaló la novena Para ti peregrino. Tan pronto la empecé a rezar con mucha fe, asumí que la Virgen de Nátaga me iba a declarar inocente. A los ocho días de terminada la novena, todas las acusaciones de la Fiscalía fueron retiradas y en cuestión de semanas salí libre para siempre”.
Todos los años, Marta María, su esposo y dos hijos recorren su automóvil más de 1.000 kilómetros, desde Barranquilla hasta Nátaga, para cumplir la promesa hecha a la Virgen en prisión si lograba “salir limpia”: visitarla cada 24 de septiembre, confesarse y recibir la comunión en su templo y entregar una generosa ofrenda para los presos.
Como ella, miles de peregrinos de Colombia, Ecuador, Perú, Panamá y Venezuela visitan a esta hermosa imagen de madera y vistosos atuendos para pagar promesas y pedir favores, especialmente los que se relacionan con ataduras físicas y espirituales. Según el padre Ángel Palma, párroco de Nátaga, se trata de una devoción que data de 1630, en plena época de la Colonia española, y que pese a los diversos fenómenos de violencia padecidos por el país, nunca ha decaído.
Es tanta la fama de sus milagros que el poblado, de apenas 6.500 habitantes, no da abasto para albergar a más de 250.000 visitantes que llegan durante las fiestas patronales. La alcaldesa Edna Magally Álvarez sostiene que gran parte de la vida económica de este municipio de agricultores se debe al turismo religioso, especialmente a la compra de estampas religiosas, imágenes católicas, novenas, libros, veladoras, medallas y escapularios. También es notable el movimiento de hoteles, restaurantes, negocios de comida rápida y transporte terrestre.
Al igual que la historia de Nuestra Señora de Luján, patrona de Argentina, esta imagen no estaba destinada para ser venerada en el sitio donde se quedó sino que se pretendía llevarla a otro lugar. Por esa razón, algunos historiadores aseguran que su establecimiento en Nátaga no fue una coincidencia sino un designio divino, de la misma Virgen que resolvió quedarse en la región habitada por los indígenas nátaga.
Todas las versiones conocidas desde el siglo XVII indican que unos comerciantes que pernoctaron en el sitio conocido como El Paso, habían adquirido la obra de arte en Quito para venderla en Santa Fe de Bogotá junto con un Niño Dios de brazos. Su propósito era ganarse unos buenos pesos aprovechando que las imágenes, si bien no parecían del mismo autor, sí hacían parte del estilo de la Escuela Quiteña, un movimiento artístico de gran prestigio en América y Europa en esa época.
Sin embargo, cuando los comerciantes terminaron su descanso en el largo recorrido desde Ecuador, el cajón de madera que conservaba las imágenes “se hizo tan pesado que varios hombres muy fuertes no fueron capaces de moverlo”. Ese hecho interpretado como el deseo de María de permanecer en la zona fue aprovechado por los devotos para comprar la imagen sin el Niño, ya que el dinero no les alcanzó. Días después ―dice la leyenda― el Jesús que llevaban los comerciantes para Bogotá, “tornó volando” y misteriosamente apareció en brazos de la Virgen.
Las imágenes permanecieron muchos años en El Paso y hacia 1762 fueron trasladadas a Nátaga en donde a lo largo de 388 años se han erigido siete templos, de los cuales cinco fueron demolidos y dos se conservan en la actualidad. Desde esos años Nuestra Señora y el Niño han permanecido en el altar mayor y nunca han salido de la población.
La devoción a Nuestra Señora de las Mercedes se debe a Pedro Nolasco, el santo español que por inspiración mariana fundó en 1218 la Orden de la Merced. Su apostolado consistió en ayudar a liberar a miles de católicos perseguidos por su credo y esclavizados por los musulmanes en África. Un siglo después esta advocación llegó a Colombia con los padres Mercedarios que emprendieron sus misiones en Huila y Cauca, departamentos donde los indígenas guambianos la llaman la ‘Virgen del invierno’ porque ante sus oraciones ella les provee el agua necesaria para sus cultivos.
Los testimonios expresados en placas pegadas a las paredes del santuario dicen que la Virgen de Nátaga ha prodigado muchos favores a sus devotos, especialmente a quienes padecían enfermedades graves. Otros milagros, sostiene el párroco Palma, los han recibido personas “que pidieron su intercesión para liberarse de cadenas espirituales, afectivas, familiares, económicas y materiales que los han tenido presos durante mucho tiempo”.
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