Para quienes nos gusta la investigación, la búsqueda de información se torna algo cotidiano y a veces esa búsqueda nos lleva a encontrar historias como ésta, que no se conocen, que tal vez vieron la luz alguna vez y pasaron al archivo del tiempo, al arcón con tantas otras historias que merecen ser conocidas. ¡Y ésta es una de ellas!
Hoy la búsqueda me llevó a encontrarme con una publicación del año 1981 de la revista "Antártida" editada por el Instituto Antártico, la edición Nº 11 de ese año ISSM 0302 5961.
Esa revista llegó a mis manos luego de una afanosa búsqueda, dado que en ella hay una publicación en particular que me interesa sobre un tema antártico que vengo investigando.
Y al ojearla encuentro esta nota, que lleva el nombre de "Nuestra Señora de los Abismos Antárticos..?". El autor es Duilio Barbieri, Capitán de Fragata Capellán (RE).
He aquí la nota que la comparto con los lectores de este blog, seguramente les resultará interesante y a su vez mística e increíble.
Sucedió en la Campaña Antártica 1958-1959. Al embarcarme en el rompehielos General San Martín, recibí dos imágenes de la Santísima Virgen María: una, de Stella Maris, para entronizar en la estación científica Ellsworth, de la Marina y otra, de Nuestra Señora de las Nieves, para entronizar en la base de Ejército General Belgrano.
Venía embalada en un pequeño cajón de madera y fue esta imagen la protagonista, llamémosle así, de una serie de curiosos sucesos que cada uno puede interpretar a su manera.
En el buque, entre el personal de Ejército, encontré al entonces Teniente Primero Alberto Santiago Maciel que iba a la base General Belgrano de segundo jefe. Tuve una gran alegría pues éramos amigos de la infancia y durante la travesía planificamos una digna ceremonia de entronización.
Después de atravesar el mar de Weddell, llegamos a Belgrano el 10 de enero. Apenas atracamos quité la cuerda con que había asegurado las imágenes contra el rolido y esperé el momento oportuno para la piadosa ceremonia, autorizada, por supuesto, por los respectivos comandos que deseaban exteriorizar convenientemente la importancia que revestía el acto de dejar en compañía de la Santísima Virgen a esos hombres que por un año vivirían aislados de los demás, pero en estrecho contacto con su propia conciencia; magnífica oportunidad para unos largos ejercicios espirituales.
A pesar de que se fijó el horario varias veces, la ceremonia de entronización se pospuso siempre a última hora cuando el momento adecuado parecía inminente, surgía algún problema imprevisto.
La demora ya preocupaba a los comandos, pero eran ellos mismos los que se veían obligados por las circunstancias a ordenar la postergación. Daba la impresión de que alguien más estaba influyendo en los acontecimientos.
Finalmente, se fijó nuevamente fecha y hora que debían ser definitivos porque el tiempo se acababa. Sin embargo, tampoco pudo concretarse: un pronóstico meteorológico obligó a una rápida zarpada. Subió a bordo el personal relevado y quedaron en el pie de hielo los que permanecerían allí por dos años; entre ellos el Teniente Maciel con un trineo cargado de libros enganchado a un tractor; a él di la imagen y algunas indicaciones sobre la manera de entronizarla.
Ni bien la colocó en el trineo, sobrevino otro inconveniente: el trineo se atascó en un accidente del hielo. Hubo que trasladar a bordo su carga e izarlo con la pluma del buque. Hecha la operación se lo volvió a cargar, pero la Virgen no aparecía. Todos se unieron en la búsqueda.
Al fin, apareció en el lugar más impensado: sobre unos tambores de combustible en un apartado rincón de la cubierta; estaba húmeda de la llovizna que comenzaba.
Se la entregué nuevamente al Teniente Maciel y aún recuerdo las palabras con que lo hice: "Llevala en tus propias manos porque me parece que no quiere salir de aquí". Él la tomó y la llevó consigo en la cabina del tractor.
Al regresar de Ellsworth, pasamos por allí. A cierta distancia estaban los hombres de Belgrano saludándonos por última vez. Yo, con gestos, pregunté por la Virgen y me contestaron con otros gestos que no pude entender. Era un día de sol. Mientras nos alejábamos los veíamos a través del aire diáfano y seco de la Antártida, como manchas oscuras cada vez más pequeñas sobre la nieve que brillaba contra el azul intenso del cielo; un paisaje bello, pero estático y sin vida.
Al año siguiente, el romprehielos, por primera y única vez en la historia de las campañas antárticas, no pudo llegar a la base General Belgrano y la dotación que dejamos no pudo ser relevada. Al cabo de dos años, cuando regresaron, supe lo que quisieron decirme con los indescifrados gestos: "al partir el San Martín, partió también para su base, el tractor remolcando el trineo. De pronto, los que iban en estos vehículos vieron que sobre el hielo se venía abriendo una grieta en dirección a ellos; aceleraron para pasar antes pero el tractor se detuvo por falta de combustible; apresuradamente abandonaron la cabina con el tiempo justo para desenganchar el trineo y empujarlo más allá de la dirección de la grieta; ésta pasó exactamente bajo el tractor que se hundió con la imagen que llevaba en la cabina.
Los expertos dicen que la profundidad de las aguas en ese lugar es de unos 2.000 metros y allí abajo está la Virgen de las Nieves embalada aún en su cajoncito de madera.
La Virgen de Luján manifestó de un modo bastante parecido su voluntad de permanecer en el paraje donde ahora se levanta la Basílica. En nuestro caso nada se puede afirmar; pero tampoco negar que quizá la Virgen María quiso quedarse en esas aguas para ser NUESTRA SEÑORA DE LOS ABISMOS ANTÁRTICOS.
Una historia que quizás como yo no la conocías, y que forma parte de nuestra historia antártica argentina.
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