Julio Betancur tiene 76 años, y más de media vida dedicada a sus funciones de mayordomo. No de una lujosa finca ni de una hacienda, sino en el significado más antiguo de la palabra. Según la Real Academia de la Lengua Española, se le decía mayordomo a cada uno de los individuos de ciertas cofradías religiosas. Él es el mayordomo de La Candelaria.
El cuadro de La Candelaria llegó a tierras paisas cuando no se sabía lo que era ser paisa. Fue a mediados del siglo XVII, cuando la reina Ana María de Austria gobernaba España, pues su hijo el rey Carlos II era apenas un niño para dirigir el imperio. La reina, ayudando a las tareas evangelizadoras que la Iglesia tenía en América, envió el retablo de la Virgen como un regalo a la Villa de Medellín, que crecía en fieles.
La Virgen de la Candelaria —o de las candelas, como se le decía por la época— era un devoción de los marineros europeos, que se encomendaban a ella para enfrentar los misterios del mar. Así, pasó de los barcos a las calles de una villa hoy convertida en una gran ciudad. El cuadro se mantiene expuesto en altar de la iglesia de la Candelaria, en el centro de Medellín, donde cada día unas 4.000 personas, hombres, mujeres, ricos y pobres, reciben el evangelio y la comunión. Al lado de la iglesia, por donde pasa el metro, y entre vendedores ambulantes de cachivaches, pornografía, y las mujeres de oficio, los fieles dicen que la Virgen es milagrosa.
La historia la cuenta Julio, el mayordomo. Un hombre soltero, que aparenta diez años menos de los que tiene, que trabajó como sociólogo, pero que nunca ha perdido la fe. “Mi papá era empresario del carbón y también fue político. Me inculcó la fe, pues también era muy devoto”. Cuenta que el primer templo para la Virgen de la Candelaria fue construido por el padre Juan Gómez de Ureña, párroco de San Lorenzo de Aburrá, donde atendía a los indígenas, y en la Candelaria, como coadjutor de Antioquia, recibía a los que no eran indígenas y moraban en la villa: a los mestizos, a los blancos.
Celebrar a la Virgen de la Candelaria es una tradición que en Medellín ocupa las calles del centro cada 2 de febrero. Existen documentos históricos que reseñan que en 1630 existía la Cofradía de Nuestra Señora de la Candelaria, cofradía que desde ese año comenzó a celebrar las fiestas de la Virgen. El ejercicio ha sido el mismo aún después de 400 años: pasear el cuadro donde la Virgen con su cara aniñada y su Jesucristo rollizo. Después de su uso, tuvo una primera restauración en 1819.
Julio Betancur conserva su archivo en carteras, en sobres de manila, ordenado con escrúpulo de mayordomo, porque los mayordomos consideran su objeto de cuidado como algo más preciado que la vida. “Estas fotografías que hay aquí son las que tomé en la última restauración que se le hizo a este lienzo. Esto es un óleo sobre madera. Es una tela que a su vez está pegada de la madera para poder soportar estas joyas. Todo esto es oro. Este es exactamente el cuadro con su marialuisa en plata”. Las fotos muestran unas manos que bordean el cuadro, son las de él y las de monseñor Armando Santamaría —que hasta hace un par de años era el párroco de la Candelaria y es director de los hogares San José—, y el cuadro guarda un lienzo de un metro por ochenta centímetros, las joyas refulgen de oro.
“Esta pintura se trata del misterio de la purificación, pero aquí en su momento la llamaron Virgen de las candelas, porque ella lleva en la mano un cirio. Esta es la presentación de la Virgen en el templo. Las mujeres judías, 40 días después de haber dado a luz al hijo, lo tenían que presentar en el templo para que, según la Ley judía, se purificaran. Esta Virgen no se ha aparecido en ningún lado”.
Por más de 300 años el lienzo era solo pintura, un óleo, pero en 1950 se montó en un bastidor de madera porque el papa Pio XII le concedió a la Virgen de la Candelaria, por bula papal, la coronación canónica. Fue coronada el 15 de agosto de 1950.
“Para hacer esa coronación" –dice el mayordomo-, "no podían colocar un lienzo sino que lo tenían que fijar a una tabla, que en este caso es de comino, para que pudiera soportar la corona. La bula es la autorización que le da el papa al arzobispo o a un nuncio, que en ese caso fue un enviado directo desde Roma, para que corone a la Virgen. La coronación fue en el atrio de la Basílica Metropolitana. Eso fue un evento grandísimo. Y unas mujeres de alta sociedad recolectaron para conseguir el oro que se le puso al óleo”.
Pero las joyas son mucha tentación y el domingo 29 de noviembre de 1981, el párroco Manuel José Betancur se encontró con un lienzo recortado a cuchillo y sin oro ni plata, el cuadro había sido profanado por ladrones que había permanecido toda la noche en la iglesia. “En ese momento yo ya tenía algo de la mayordomía, pero todavía no era en propiedad. Me llamó el párroco y me dijo ‘Julito, tengo que contarle algo muy horrible’, yo salí para la iglesia y ahí me encontré con algo dantesco, era horrible en lo que habían convertido ese lienzo. Yo sabía que el presidente Belisario Betancur había montado un taller de restauración de arte en el convento Santa Clara, pues buscamos la manera y embalamos la obra para allá. Yo mismo viajé”.
Pasados los meses el lienzo volvió como si lo hubiera restaurado el mismo pintor que lo creó en el siglo XVII, sin embargo, se necesitó conseguir de nuevo las joyas, que se fabricaron con base en los modelos originales que desde 1950 están guardados en el Banco de la República. Joyas de la mejor calidad, de la más alta belleza, dice Betancur. Nunca más ha sido profanado, pero en 2006 fue sometido a una restauración porque en la tela estaba creciendo un hongo, a causa de los rayos solares. Pero esas tragedias, algunas pequeñas, algunas grandes, no las conocen los fieles, a quienes solo les importa el poder milagroso de La Candelaria.
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