Madre del Cielo,
gracias por darte por entero para mostrarnos la
grandeza de las pequeñas cosas.
Tu testimonio de servicio y humildad nos
marca el camino,
nos recuerda que la santidad se alcanza en el día a
día.
Guíanos para ser fieles en lo poco,
con la certeza de que cada
gesto de amor es valioso a los ojos de Dios.
María,
que desde niña pasaste tiempo orando con tu familia,
hablando
de las promesas del Señor
que luego viste cumplirse tras tu simple “Sí”.
Mujer que alumbraste en un pesebre,
entre animales y barro, a la Luz
del mundo.
que acompañaste en silencio a Jesús
mientras cargaba su cruz
y lo abrazaste con tu mirada en el momento más
difícil.
Quédate siempre a nuestro lado también.
Como Iglesia, queremos imitarte,
aunque con frecuencia nos cuesta.
A
veces atendemos más a las formas que a las necesidades;
nos preocupamos
porque nos vean,
más que por ver.
Intercede, María,
para que hagamos
nuestras tus virtudes y creemos juntos un presente mejor.
Así sea
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