22 de julio de 2023

Nuestra Señora deleita con su canto a un monje

 Ejemplo 20 de Las Glorias de María: 

Narra Cesáreo que un monje cisterciense, muy devoto de la Madre de Dios, tenía un deseo muy grande de ver a su amada Señora, y se lo estaba pidiendo constantemente. 

Una noche, en el jardín, mientras contemplaba el firmamento y dirigía encendidos suspiros a su Reina por el deseo de verla, de pronto vio venir del cielo una virgen bella y nimbada de luz que le dijo: “Tomás ¿quieres oír mi canto?Claro que sí”, le respondió. Entonces la virgen cantó con tanta dulzura que el religioso se sentía transportado al paraíso. 

Terminado el canto, desapareció dejándolo con grandes deseos de saber quién se le había aparecido. Y de pronto siente que se le aparece otra virgen más bella todavía que también le hizo oír su canto. 

No pudiendo contenerse, le preguntó quién era, y la virgen le respondió: “La que viste primero, es Catalina, y yo soy Inés; las dos mártires de Jesucristo, y hemos sido mandadas por nuestra Señora para consolarte”. Y dicho esto, desapareció. 

Con todo esto, el religioso quedó con más esperanzas de ver finalmente a su Reina. No se equivocó, pues poco después vio un gran resplandor y que el corazón se le inundaba de no conocida alegría, y he aquí que, en medio de aquella luz, ve a la Madre de Dios circundada de ángeles, con una belleza incomparablemente superior a la de las santas anteriores. 

Ella le dijo: “Querido siervo e hijo mío, yo te agradezco la devoción que me tienes; y quiero hacerte oír mi canto”. Y la Virgen inició una tan bella melodía que el devoto religioso perdió el sentido cayendo rostro en tierra. 

Tocaron a maitines, se reunieron los monjes, y no viendo a Tomás, fueron a buscarlo a la celda y otros lugares, y al fin lo encontraron en el jardín, desmayado. El abad le mandó por obediencia que declarara qué le había sucedido; y el religioso, vuelto en sí a la voz de la obediencia, contó todos los favores que le había hecho la Madre de Dios.

ORACIÓN PIDIENDO A MARÍA EL DON DE AMARLA

Reina del paraíso y Madre del santo amor,
ya que eres la criatura más amable,
la más amada de Dios, y quien más le ha amado,
acepta que te ame también un pecador,
el más ingrato y desdichado del mundo.

 Viéndome, gracias a ti, libre del infierno,
y tan favorecido por ti sin merecerlo,
me he prendado de tu bondad,
y en ti he puesto toda mi esperanza. 

Señora mía, te amo, y quisiera amarte,
más de lo que te han amado
los santos de ti más enamorados.

Quisiera, si en mí estuviese,
hacer conocer a todos los que te ignoran,
cuán digna eres de ser amada,
para que todos te amasen y venerasen.

 Quisiera morir por tu amor,
por defender tu virginidad,
tu dignidad de Madre de Dios,
tu Inmaculada Concepción,
si por defender estos privilegios,
fuera preciso dar la vida.

 Amada Madre mía, recibe mis afectos,
y no permitas que un siervo que te ama,
vaya a ser enemigo del Dios que tanto quieres.

 Así fui yo que ofendí a mi Señor.

 Pero entonces, María, no te amaba,
y poco me importaba ser amado de ti.

Pero ahora, nada deseo tanto,
después de la gracia de Dios,
que amarte y ser por ti amado.
 
 Sé, mi Señora, la más agradecida y benigna,
que no desdeñas amar a quien te ama,
a la vez que no te dejas ganar en el amor.
 
 Quiero amarte en el paraíso.
 
Allí, a tu lado, conoceré de veras,
cuán amable eres,
y cuánto has hecho por salvarme;
por eso te amaré con más fervor,
y mi amor será eterno,
sin temor de dejar nunca de quererte. 
 
María, yo confío salvarme por tu medio.
 
Ruega a Jesús por mí.
 
Yo nada más anhelo,
tú eres mi esperanza.
 
Por eso te cantaré siempre:
María, esperanza mía,
tú me tienes que salvar”.

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