La aparición de la Virgen María en Jaén (España) en 1430 no se parece mucho a otras apariciones medievales ni posteriores, y se parece más bien a un cortejo de elfos, blancos y brillantes, de El Señor de los Anillos, paseando por el bosque. Pero no sucedió en el bosque, sino en la ciudad y en los archivos de la catedral se guardó el nombre de tres testigos, aunque hubo más. Otra diferencia es que los elfos (los de Tolkien y los del folclore) suelen brillar suavemente, como con luz de estrellas, mientras que aquí los testigos hablan de una luz fuerte, como de sol, a medianoche.
Como no hubo mensajes ni palabras y sucedió en entorno urbano, se parece más bien a los hechos de Knock en Irlanda, pero 450 años antes.
Doscientos años después de la aparición de Jaén, en 1628, un funcionario de la Inquisición tomó nota de lo que encontraba en los documentos catedralicios, con la meticulosidad propia del Barroco. No lo hacía por imitar a otros milagros con notario de ese siglo, porque fue anterior.
Lo escribía 5 años antes del milagro de San Juan de Lagos en México, 12 años antes del Milagro del Cojo de Calanda, 15 años antes de la aparición de la Virgen de los Lirios de Alcoy, 42 años antes de tomar vida la imagen de Cléry-Saint-André y 49 años antes de la multiplicación del vino en Alcobendas, por citar otras actas notariales de ese siglo que recogen milagros.
Los testigos habrían declarado en el siglo XV que en la noche del 10 al 11 de junio de 1430, un populoso cortejo que debía ser celestial, con una gran Dama alta vestida de blanco que brillaba y llevaba a un Niño en brazos procesionó desde la Catedral hasta la iglesia del arrabal de San Ildefonso.
Así lo recoge Bartolomé Ximenez Patón, Secretario del Santo Oficio, en su libro publicado en 1628 «Historia de la Antigua y Continuada Nobleza de la Ciudad de Jaén»: “En la muy famosa, muy noble, y muy leal Ciudad de Jaén, guarda y defendimiento de los Reynos de España. Sábado en la noche a diez días del mes de junio de 1430 años, siendo Obispo de esta Ciudad y Capitán de Este Reino Don Gonzalo de Astuñiga (que hoy decimos Zúñiga) ante su provisor y vicario general Juan Rodríguez, Bachiller en derechos, se probó haber pasado, real y verdaderamente lo que se refería: Que a la hora de medianoche el sábado dicho iba una gran procesión de gente muy lucida y con muchas luces, y en ella siete personas que parecían hombres, que llevaban siete cruces; iban uno detrás de otro, y que las cruces parecían a las de las parroquias de ésta Ciudad, y los hombres que las llevaban iban vestidos de blanco o con albas largas hasta los pies. Iban más otras treinta personas también con vestidos Blancos, en dos hilos, acompañando las Cruces”.
“En lo último desta procesión iba una Señora más alta que las otras personas, vestida de ropas blancas con una falda de más de dos varas y media; y iba distinta de los demás la última, y no iba cerca della otra persona, de cuyo rostro salía gran resplandor, que alumbraba más que el Sol, porque con él se veían todas las cosas alrededor, y contorno, y las tejas de los tejados como si fuera a medio día el Sol muy claro, y era tanto lo que resplandecía, que le quitaba la vista de los ojos, como el sol cuando le miran en hito. Esta Señora llevaba en sus brazos un niño pequeño también vestido de blanco, y el niño iba sobre el brazo derecho”.
“Detrás desta Señora venían hasta trescientas personas, hombres y mujeres, éstas cerca de la falda de la Señora, y ellos algo mas atrás. Estos hombres y mujeres no hacían procesión sino de montón; iban las mujeres delante y los hombres atrás, y todos vestidos de blanco, y sonaban como que iban armados. La cual procesión iba hacia la capilla de San Ildefonso, y habían salido de la Santa Iglesia mayor. Esto afirmaron con juramento Pedro, hijo de Juan Sánchez; Juan, hijo de Vzenda Gómez; Juana Hernández, mujer de Aparicio Martínez; y otros testigos, cuyos dichos y deposiciones están en el archivo desta Iglesia, y capilla”.
En la iglesia del arrabal donde terminó la procesión celestial se construyó una capilla. La gente, en vez de ponerle un nombre evocador como ‘la Madre del Blanco Cortejo’ o ‘la Dama de la Blanca Procesión’, le llamó, simplemente, la Virgen de la Capilla, algo que ha colaborado en hacer que esta aparición haya pasado desapercibida fuera de Jaén, confundida con muchas otras vírgenes en capillas, como si fuera una virgen encontrada más.
En 1950, el Papa Pio XII respondió a una petición de los jienenses y proclamó a la Virgen de la Capilla como patrona principal de Jaén. Por su parte, el Ayuntamiento de Jaén, le concedió los honores de Alcaldesa Mayor de la ciudad el 29 de septiembre de 1967.
En el digital La Contra de Jaén habla sobre esta devoción Joaquín María Cruz Quintás (Jaén, 1981), doctorando en Filología Hispánica, profesor de Secundaria y académico de la Bibliográfica Mariana Virgen de la Capilla, que está ultimando el pregón que proclamará en las fiestas de la Virgen.
Él cree que esta devoción mariana se fue debilitando por dos causas: se fue dejando para personas más mayores, alejándolo de los niños (“elitización”, lo llama) y al mismo tiempo se perdió conciencia de la base histórica de los hechos.
“Mi relación viene desde chiquitillo, desde que mi abuela me llevaba a la ofrenda floral. No he sido cofrade hasta mucho más adelante, pero siempre he tenido devoción. Ya con dieciocho o diecinueve años me hice cofrade y empecé a participar en la procesión como horquillero”, explica. “El año pasado regresé a Jaén después de diez años viviendo fuera, y que me nombraran pregonero me llenó de ilusión”.
Cruz Quintás pide fomentar y recuperar esta devoción, una de las tres mayores de la ciudad, “junto con el Santo Rostro y Nuestro Padre Jesús”. En las últimas décadas esta devoción mariana concreta se ha debilitado.
“La Virgen de la Capilla fue una de las primeras de Andalucía en ser coronadas, tenía una gran devoción popular, que se ha perdido y ha sufrido, durante la segunda mitad del siglo XX, un proceso de elitización, como si fuera algo de gente mayor. Entre la generación de mis abuelos y la de mis padres se produjo una ruptura de ese eslabón de la cadena, y ahí es donde está el problema. También hubo un desprestigio del milagro del descenso, como si fuera un cuento de niños chicos, como si otros milagros que se cuentan no fueran del mismo tipo, no sé por qué este no…”
“Se va descafeinando la historia, se trivializa el relato del descenso y se va abandonando, como todo, como pasó con el Santo Rostro. Ese desprestigio del milagro sumado a esa elitización…”, señala como causas.
Cruz Quintás cree que es posible recuperar esta devoción “atrayendo a la gente joven. ¿Cómo? Primero por la estética y luego, por la ética”. Adelanta que pronunciará el pregón vestido de chaqué, como se hacía en épocas anteriores.
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