Nada se sabe con certeza sobre el origen de este título dado a la Virgen, ni siquiera la fecha en que comenzó a ser venerada. La imagen en la que se representa a Nuestra Señora de la Humildad muestra a la Virgen Madre sentada en un trono con el Niño Jesús en su regazo, que a su vez la agracia ofreciéndole un lirio mientras le toca la cara como si la besara en actitud de amor. La Virgen Madre sostiene también en su mano derecha un jarrón con otros lirios, como para mostrar las infinitas gracias que le son concedidas a través de su Hijo. Es de rara belleza y muestra una soberbia y majestuosa modestia, tanto que provoca en todos los que la contemplan una profunda reverencia y la mayor veneración.
La Virgen fue elegida por Dios entre todas las mujeres para ser la Madre de su Hijo. Fue honrada por Dios con una majestuosidad y una grandeza inimaginables para cualquier ser humano.
María fue y será durante siglos sin fin la plenitud de las gracias de Dios, elegida entre todas las mujeres, copreservadora de la salvación, reina de la humanidad, puente divino de la gracia.
María fue la mujer humilde por excelencia, aquella en la que Dios encontró la gracia y por eso la eligió para ser el Templo del Rey Divino.
María persiguió la humildad en todo momento, entregando su vida ante Dios y sirviéndole con todo su corazón.
María, la mujer perfecta por excelencia, reina al lado de su hijo, sin buscar ninguna gloria para sí misma, sino y sólo la gloria de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Se esfuerza incansablemente por la protección y la salvación de las almas.
Según las palabras del Hermano Agustín de Santa María del Santuario Mariano: "No me extraña el título de Humildad con que quiere ser invocada la Reina del Cielo, emperatriz del mundo y Madre de Dios, porque de lo mucho que agradó al Altísimo por su profunda humildad, la elevó a la mayor grandeza al elegirla su Madre."
La misma Virgen confiesa que de su gran humildad le había nacido la mayor alteza y soberanía: "Mi alma glorifica al Señor, mi espíritu se alegra en Dios, mi Salvador, porque ha mirado la humildad de su sierva. Por eso, en adelante todas las generaciones me llamarán dichosa, porque el que es poderoso y cuyo nombre es santo ha hecho grandes cosas por mí. Su misericordia se extiende de generación en generación sobre los que le temen. Ha mostrado el poder de su brazo; ha sacudido el corazón de los soberbios. Ha derribado a los poderosos de su trono y ha exaltado a los humildes. Ha colmado de bienes a los necesitados y ha despedido a los ricos con las manos vacías. Ha acogido a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia, como prometió a nuestros padres, para Abraham y su descendencia para siempre" (Lc 1,46b - 55).
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