El sagrado icono muestra a la Virgen Madre de Dios con un hermoso rostro sereno que inspira paz, pues dirige su mirada hacia quien ora ante ella mientras con su mano derecha le presenta al espectador a su divino Hijo.
Líbano es tierra santa que Jesús conoció bien, pues allí estuvo en diversas ocasiones y de ahí procedían algunos de sus muchos discípulos. Aunque en las Sagradas Escrituras no aparece el nombre de Líbano, las ciudades de Tiro y Sidón, por ejemplo, forman parte del territorio libanés, localizado al sur de Israel (Cfr. Mt 15,21-28 y Mc 3,7-8).
La Fe de los libaneses es grande y suelen invocar de manera constante a la Virgen Madre de Dios en una devoción que se caracteriza por su intensidad al presentarle sus anhelos y tristezas y al confiar en ella sus esperanzas. En todo el Líbano, esta devoción encuentra su arraigo profundo en la Tradición milenaria, pues se asocia el nombre de este noble pueblo a diversas citas bíblicas de donde surgen cantos de alabanza a la Virgen Madre: “María, tú te levantas como los cedros del Líbano”, “el perfume de tus vestidos es como el perfume del Líbano”, y en las letanías lauretanas, después de la invocación “Rosa Mística”, se añaden las palabras: “Cedro del Líbano, ruega por nosotros”. Así, todos los libaneses, conscientes de estas referencias bíblicas, se sienten profundamente vinculados a María. Por esta razón es que la Virgen Santa está presente en todo el territorio libanés en sus innumerables santuarios de los que entre los más conocidos están los de Balamand, Kannubin, Harissa, Zahlé, Magdouché, Bikfaya, Ksara y Bzommar. En cada pueblo libanés, aún en el más pequeño, existe una iglesia o al menos una capilla dedicada a María; y las iglesias del patriarcado Maronita, a su vez, están todas dedicadas a la Virgen: Nuestra Señora de Yanouh, de Ilij, de Maïfouk, de Diman y de Bkerké.
El santuario mayor y más querido por los libaneses es el de Nuestra Señora del Líbano, situado en la colina de Harissa. Allí, la gran estatua de la Virgen, que se levanta junto al santuario y se dirige con las manos extendidas y abiertas hacia el mar y la capital Beirut, asegura su protección maternal, e iluminada de noche, se ve desde casi todo el Líbano.
Es tradición de siglos entre las familias libanesas rezar el Rosario, cantar el himno Ya Ummalllah (Oh Madre de Dios) y bendecirse ante algún icono de la Virgen María. Y quienes han tenido que emigrar de esta tierra santa han llevado consigo su fidelidad a María, pues en cualquier país de la emigración, la primera iglesia fundada por una comunidad libanesa está dedicada a Nuestra Señora del Líbano, como ha ocurrido en las ciudades de México, París, Marsella, Boston, Sidney, Dakar, Abidján y Londres.
De entre los varios iconos marianos del Líbano, goza de gran veneración el de Nuestra Señora de Balamand, cuyos orígenes datan del año 1318 cuando fue escrito, y cuya imagen de la Virgen María se ha constituido en la santa Patrona de la zona del Koura, donde se venera en el monasterio de Balamand emplazado a ocho kilómetros de la ciudad de Trípoli.
El sagrado icono muestra a la Virgen Madre de Dios con un hermoso rostro sereno que inspira paz, pues dirige su mirada hacia quien ora ante ella mientras con su mano derecha le presenta al espectador a su divino Hijo. La cubre un omophorion de color rojo oscuro con tres estrellas, una sobre su frente y una en cada hombro en alusión a su virginidad perpetua antes del parto, en el parto y después del parto.
El Niño Jesús viste túnica dorada, que indica su divinidad, con faja roja y con un manto del mismo color que el su Madre. Sus rasgos faciales son infantiles aunque su cabeza y su mirada son de adulto a fin de resaltar su sabiduría infusa. Glorioso y sedente sobre el brazo izquierdo de su madre, que actúa como trono, con su mano izquierda sostiene un pergamino con el texto del Evangelio: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14,6). Con los dedos índice y mediano de su mano derecha indica su doble naturaleza, divina y humana; en tanto que con sus dedos pulgar, anular y meñique indica la trinidad santa del único Dios.
En la parte superior del icono, sobre las figuras de Jesús y de María, resaltadas ambas con sendos nimbos, los arcángeles Miguel y Gabriel, también adornados con nimbos, sostienen en sus manos las Sagradas Escrituras con los textos que proféticamente anuncian al Mesías.
Una antigua letanía reza así: “Oh María, Reina de los montes y de los mares: Patrona del Líbano, dirige una mirada materna a todos tus hijos, extiende hacia nosotros tus manos puras y bendícenos”.
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