2 de agosto de 2018

Nuestra Señora de los Angeles

La historia dice que el 2 de agosto de 1635, una joven mulata llamada Juana Pereira, iba a recoger leña como de costumbre, y se encontró una pequeña estatua de la Virgen María en medio del bosque, sobre una roca, cerca de un manantial, en el lugar llamado "La Puebla de los Pardos". Ella decidió llevársela para su casa, donde la guardó en un cajón envuelta en un paño de tela. 

 Al día siguiente, Juana volvió al sitio del primer hallazgo, se encontró una imagen de piedra igual a la encontrada el día anterior, hizo lo mismo, se la llevó para su casa, para guardarla junto a la otra, pero cuando llegó a buscarla se dio cuenta que no estaba, así volvió a guardar la imagen encontrada nuevamente. Lo mismo sucedió al tercer día, pero esta vez se la llevó al sacerdote de la localidad, Alonso de Sandoval, quien la guardó en una caja, y se olvidó de ella. 

Al día siguiente abrió la caja y, para su sorpresa, no estaba. Juana Pereira volvió al lugar de las apariciones y encontró ahí la imagen, así que se la llevó al sacerdote y este la guardó dentro del sagrario. Al  otro día abrió el sagrario y no la encontró, por lo que declaró que aquello era un mensaje de la Virgen. Ella deseaba estar en el bosque, sobre la roca, por lo que construyeron un pequeño templo en su honor, donde actualmente se encuentra la Basílica de los Ángeles. 

La pequeña imagen de 20 centímetros fue bautizada con el nombre de Virgen de los Ángeles, porque el 2 de agosto los franciscanos celebran la fiesta de Nuestra Señora de los Ángeles (Getafe). Por esta razón, se tiene la certeza de que el hallazgo ocurrió ese día, pero no así la fecha exacta. Se estima que fue antes de 1639 aunque algunos dan por un hecho que fue en 1635. 

La joven que tuvo el honor de encontrar la imagen de Nuestra Señora de los Ángeles parece que se perdió en la Historia de Costa Rica. Se sabe que existió porque los escritos de la época y de la Iglesia lo comprueban, sin embargo, no se le dio seguimiento después del hallazgo de “la Negrita”. 

El segundo Arzobispo de San José, Monseñor Víctor Sanabria Martínez, intentó recuperar datos sobre esa mulata. En sus investigaciones detectó que la mayoría de mujeres de esa zona se llamaban Juana y llevaban por apellido Pereira. Al no dar con la identidad de esta muchacha la llamó “Juana Pereira” como un homenaje a todas las mulatas que conocieron a la verdadera joven que dio con la imagen de Nuestra Señora de los Ángeles. En ellas se pretendió extender ese honor a toda la cultura indígena y de descendientes de africanos de Costa Rica. 

Según otras fuentes, en esa época era muy popular la imaginería religiosa en el Valle Central de Costa Rica. Hay mucha documentación sobre maestros, oficiales y aprendices que se especializaban en hacer imágenes en madera o piedra, para venderlas en el mercado local. La administración del gobernador español Gregorio de Sandoval Anaya y González de Alcalá, el obispo español Fernando Núñez Sagredo y el párroco de Cartago, Alonso de Sandoval, en los años del hallazgo, se caracterizó por establecer varias iglesias en “Pueblos de Indios” en los alrededores de Cartago, y la ermita de la “Puebla de Pardos” fue obra suya. 

La composición de la Negrita, se ha dicho, que consiste de tres diferentes piedras: el grafito, jade y roca volcánica.

Los arqueólogos se muestran muy interesados en esa composición debido a que resulta muy difícil, casi imposible, unir las tres piedras; sin embargo, coinciden al señalar que la imagen de la Virgen tiene características de todas ellas.

Se tienen investigaciones que en esa época no había grafito en Costa Rica, sólo en Europa, mientras que en el Viejo Continente no se contaba con las otras dos rocas. Con base en esa realidad, se podría concluir que la imagen tiene características de los dos continentes.

Es de 20 cm de alto, le llaman la Negrita pese a que su verdadero color es un gris - verdusco. Los rasgos de la Virgen son de mestiza, específicamente mulata. Ella ve hacia el frente, mientras que su Hijo la ve directamente a los ojos, y con su manita le toca el corazón.

Algunos coinciden que esa narración describe a la Virgen María asunta al cielo en cuerpo y alma. Es por ese motivo que la Familia del Valle, los joyeros personales de la Virgen, le construyeron un trono muy especial. Es todo en oro con piedras preciosas, la mayoría donadas por fieles agradecidos por un favor. En total, la estructura mide un metro de alto. Es fácilmente observable que la imagen de la virgen de Los Angeles, cumple con la descripción del Apocalipsis, en el versículo 12:1: “Apareció en el cielo una gran señal, una mujer vestida de oro con doce estrellas sobre su cabeza y la luna bajo sus pies”. En el punto más alto del resplandor sobresale el pectoral (cruz que usan los obispos sobre su pecho) que donó el arzobispo de San José, Monseñor Otón Castro. En la base de la estructura se colocó el escudo de Costa Rica que fue un regalo del entonces mandatario, Daniel Oduber. Al emblema nacional se le agregaron algunos anillos que donó Monseñor Rodríguez para recordar a su madre en la Imagen de la Negrita.

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