Son muchos los títulos con los que la Iglesia alaba a la Virgen María. También son muchos los títulos con los que los hombres de todo el mundo honran a María, como forma de amor y afecto, y con el deseo de exaltarla cada vez más.
Todos ellos alimentan nuestra devoción, haciéndonos pensar en la grandeza y dignidad de la Madre de Dios. Muchos de los títulos de María se refieren a momentos de su vida, como Nuestra Señora de la Concepción, cuando nos referimos a la que fue concebida Inmaculada, pura, enriquecida de privilegios por Dios, debido a su maternidad Divina. María es llamada por el nombre del lugar donde apareció. Por ejemplo: Nuestra Señora de Lourdes, Fátima, Aparecida, etc. Otros títulos significan protección, ayuda, consuelo, etc. Sin embargo, los títulos son muchos, pero una sola es la Virgen María.
El pueblo cristiano quiere honrarla como Jesucristo la honró como a su hijo, porque por su voluntad en la cruz nos fue dada también a nosotros como Madre, a través de sus palabras: "He ahí a tu Hijo". Aunque seamos muchos, María está atenta a nuestras necesidades y siempre nos recuerda a cada uno: "Hagan todo lo que Jesús les diga". Entonces, ¿cuál debe ser nuestra actitud hacia la Virgen María? La Iglesia nos enseña: debemos "levantar los ojos hacia María, que resplandece para toda la comunidad de los elegidos como ejemplo de virtud" (Lumen Gentium 65). También debemos tenerle una verdadera devoción, que "no consiste en un afecto estéril y transitorio, ni en cierta vana credulidad, sino que procede de la verdadera fe, por la que somos llevados a reconocer la excelencia de la Madre de Dios, movidos a un amor filial a nuestra Madre y a la imitación de sus virtudes".
La Virgen María, a la que veneramos con gran amor, nos indica siempre a Dios para que le adoremos y vivamos el mandamiento más grande del amor a los hermanos.
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