15 de octubre de 2022

Nuestra Señora de la Santa Esperanza de Mesnil-Saint-Loup

 

Del sitio de la Abadía de San José de Clairval:

El 5 de julio de 1852, el padre Ernesto André, joven sacerdote de Mesnil-Saint-Loup, una humilde localidad de la diócesis de Troyes (Francia), es recibido en audiencia privada por el beato Pío IX. Arrodillado a sus pies, le hace esta petición : « Santo Padre, ¿ queréis darle a la Santísima Virgen honrada en nuestra iglesia el nombre de Nuestra Señora de la Santa Esperanza ? ». Ante esas palabras, el Papa levanta la cabeza y, tras un momento de reflexión, parece rebosante de gozo y dice con marcado acento de satisfacción : «Nuestra Señora de la Santa Esperanza, ¡sí! ».

En pocos años, bajo el impulso de su pastor, Nuestra Señora de la Santa Esperanza transformará no solamente la parroquia de Mesnil-Saint-Loup sino que esparcirá también sus favores mucho más allá del pueblo.

Ernesto André, al que se conocerá con el nombre de padre Manuel, nace el 17 de octubre de 1826 en Bagneux-la-Fosse, en el departamento de Aube (Francia). A la edad de nueve años, el niño sufre una fiebre tifoidea que le lleva a las puertas de la muerte. Después de cuarenta días sin casi conocimiento, se cura como por milagro. Poco tiempo después, manifiesta el deseo de ser sacerdote, y, en 1839, ingresa en el seminario menor. El sacramento de la Confirmación, que recibe al final del primer año, lo marca profundamente ; más tarde, en sus enseñanzas, subrayará con frecuencia el papel del Espíritu Santo en la vida del cristiano. Sus años de formación en el seminario mayor se sitúan en una época en que un soplo misionero expandía el catolicismo francés. Mientras unos condiscípulos suyos dejan el seminario para entrar en los Padres Maristas o en los Padres de Picpus para evangelizar tierras lejanas, el padre André también vibra con ese ardor. Sin embargo, se consagrará finalmente como pastor en la clásica misión de una parroquia de su diócesis. Tras los sombríos años de la Revolución, ¿ acaso no hay que rehacer la cristiandad en la propia Francia ? 

Tras ser ordenado presbítero el 22 de diciembre de 1849, el padre André es nombrado, a sus veintitrés años, párroco de Mesnil-Saint-Loup, una parroquia de trescientas cincuenta almas, a veinte kilómetros al oeste de Troyes. El 24 de diciembre, el nuevo párroco llega a Mesnil. Al divisar a un lugareño, le pregunta cómo llegar a la iglesia ; mientras le acompaña, con toda ingenuidad, el hombre se confiesa y confiesa a toda la comarca : «Ya ve, señor, que aquí no somos muy devotos ; a Misa nunca faltamos, pero después nos gusta mucho ir a tomar un trago». Al oírlo cantar la Misa del gallo, los feligreses se dicen : «Este canta demasiado bien ; no se quedará entre nosotros». Pero, de hecho, permanecerá en Mesnil-Saint-Loup durante cincuenta y tres años. En ese pueblo, donde la gente vive pobremente, la práctica religiosa es habitual, si se considera al menos el número de personas que asisten a Misa y a las Vísperas del domingo. Sin embargo, el deber de la Comunión en Pascua sólo se cumple por parte de las mujeres. El padre André, teniendo en cuenta la intensidad de su fe y el ardor de su celo pastoral, no podría contentarse con lo mínimo. Él quiere más, y, sobre todo, mejor : querría unos cristianos fervientes, deseosos de beber del manantial de los sacramentos, que se alimentaran de la Palabra de Dios y que concedieran un verdadero lugar a la oración en su vida cotidiana. Así pues, el joven párroco se pone enseguida manos a la obra : visitas a los fieles, especialmente a los enfermos, catecismos, preparación para las primeras Comuniones… Su buen humor, su brío, su risa franca y sonora caldean ya los corazones. Toda su persona da muestras de una exuberancia vital que no pide más que prodigarse para la salvación de las almas ; pero el párroco comprende enseguida que la siega no se realiza al día siguiente de la siembra. Constata que, entre los comulgantes preparados el año anterior por su predecesor, son pocos los que han perseverado en la vida sacramental ; ¿ tendrá más éxito en 1850 ? En ello despliega todo su celo : «Un compromiso vital —dice— es cosa seria ; pertenecéis a Jesucristo». No obstante, algunos muchachos abandonan. Las repetidas exhortaciones del joven sacerdote, así como la participación en sus juegos, consiguen recuperar a algunos. Todo ello, sin embargo, resulta frágil.

En junio de 1852, el padre André emprende una peregrinación a Roma. De camino, mientras reza el Rosario, le invade interiormente un pensamiento que lo llena de gozo y de emoción : María es Madre de la Santa Esperanza, según la expresión bíblica (cf. Si 24, 18). Al mismo tiempo, recibe la certeza de que, una vez llegado a Roma, necesitará pedirle al Papa que conceda el nombre de “Nuestra Señora de la Santa Esperanza” a la imagen de la Virgen de su iglesia, así como instituir una festividad en su honor. La aprobación del Papa —piensa no sin razón— será la señal de que esa inspiración procede del Cielo. Contra toda esperanza, obtiene sin demora de Pío IX la autorización para celebrar una festividad litúrgica en honor de Nuestra Señora de la Santa Esperanza el cuarto domingo de octubre. Esa festividad recibirá, en 1854, una indulgencia plenaria. El papel de Pío IX en la instauración del culto a Nuestra Señora de la Santa Esperanza no tiene nada de fortuito, sino que resulta primordial. Es el Santo Padre quien, personalmente, concedió a Nuestra Señora de la Santa Esperanza a la parroquia de Mesnil-Saint-Loup. Él mismo da muestras de una gran devoción hacia la Virgen María desde su tierna infancia, ya que, el mismo día de su nacimiento, el 13 de mayo de 1792, Juan María Mastai había sido consagrado por sus padres a una Virgen que llevaba el nombre de Nuestra Señora de la Esperanza. Pío IX será también el Papa de la Inmaculada Concepción, cuyo dogma proclamará en 1854.

De regreso a la parroquia, el sacerdote guarda en secreto durante algún tiempo los favores que acaba de obtener del Santo Padre, absteniéndose de proclamarlos hasta el día de la solemnidad de la Asunción. En un sermón memorable, dejando traslucir su gozo y confianza filial en María, el padre André dirige a la Virgen una serie de invocaciones, una de las cuales emociona a sus feligreses más que las demás : Nuestra Señora de la Santa Esperanza, ¡ conviértenos ! Sencilla fórmula que se apodera de la piedad de los fieles, quienes la repetirán rezando y llorando, hasta el punto de que se forjará la expresión “llorar la breve plegaria”. El párroco no pide a sus feligreses que se conviertan, sino que pide a María que consiga de su Hijo su conversión. La vida cristiana es una permanente conversión, y esa conversión es un don que se recibe mediante la oración.

La primera de ellas es la del propio Ernesto André, transformado en obrero ilustrado y eficaz : «Antes de la Santa Esperanza —contará— actuaba al azar, no sabía cómo ; con ella supe a qué atenerme, vi y comprendí». Y, en la escuela de María, el párroco se convertirá en pastor y en incomparable formador de cristianos. A partir de ese día, el inmenso poder de conversión de la Virgen, omnipotentia supplex (la omnipotencia suplicante, según expresión de los Padres de la Iglesia), se manifiesta de forma resplandeciente. El domingo 22 de octubre de 1852, se celebra por primera vez la festividad de Nuestra Señora de la Santa Esperanza, con mucha sencillez pero con gran alegría. No había costumbre de comulgar un simple domingo ; el párroco insiste, las mujeres acuden sin demasiada dificultad, pero, en cuanto a los jóvenes que ha agrupado a su alrededor, ¿ tendrán la valentía de acercarse públicamente a los sacramentos ? La mayoría vienen a confesarse a una hora bastante tardía, pues el respeto humano todavía los atenaza. Sin embargo, al día siguiente, comulgan en la Misa mayor ante todo el mundo. Es la primera victoria de Nuestra Señora de la Santa Esperanza. Sobre Mesnil-Saint-Loup sopla entonces un viento nuevo que no es otro que el del Espíritu Santo. La gracia del Bautismo que estaba oculta en los corazones reaparece con toda su fuerza y frescura. 

"Para restablecer el cristianismo en las costumbres —comenta el padre André— hay que restablecer previamente las verdaderas nociones en las almas. Todo el cristianismo consiste en saber y reconocer prácticamente lo que perdimos en Adán y lo que recibimos en Jesucristo ; por una parte, doctrina sobre el pecado original y sus consecuencias, y, por otra, sobre la gracia y su necesidad ". Y precisará, más tarde, en qué consiste la conversión : "La obra de Nuestra Señora de la Santa Esperanza en Mesnil-Saint-Loup era simplemente el restablecimiento del cristianismo, y ello entre las personas bautizadas. Aquí y fuera de aquí, casi todo estaba invadido por ese frío y bajo naturalismo que no permite que el hombre eleve sus pensamientos por encima de lo que siente. Aquí y fuera de aquí, la razón humana —¡y qué razón!— vencía sobre la razón divina, es decir, sobre la fe. La gracia de Nuestro Señor Jesucristo era una sublime desconocida… Todas las virtudes cristianas eran desconocidas y substituidas por esa virtud igualmente fácil y universal que el mundo denomina honradez. Nuestra Señora de la Santa Esperanza llegó y, desde el primer momento, todas las almas comprendieron que iba a resultar imprescindible un gran cambio. Las prácticas externas del culto se convencerían de su insuficiencia ; los motivos internos de los actos asumirían modificaciones esenciales ; el amor de Dios dejaría de consistir en una fórmula ; el Espíritu del Señor soplaría sobre esqueletos secos y haría surgir un pueblo nuevo (cf. Ez 37) ".

El Papa Francisco, en sus catequesis sobre los dones del Espíritu Santo, explica el papel del Espíritu Santo y la importancia del don del temor de Dios, que no está reñido con la virtud de la esperanza. "El temor filial no es contrario a la virtud de la esperanza. En verdad, el temor filial no nos induce a temer que nos falte lo que esperamos alcanzar por el auxilio divino ; tememos, más bien, retraernos a ese auxilio. Por eso el temor filial y la esperanza se compenetran y se perfeccionan entre sí" (Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, IIa-IIæ, 19, 9, ad 1). "Cuando el Espíritu Santo —dice el Papa— entra en nuestro corazón, nos infunde consuelo y paz, y nos lleva a sentirnos tal como somos, es decir, pequeños, con esa actitud —tan recomendada por Jesús en el Evangelio— de quien pone todas sus preocupaciones y sus expectativas en Dios y se siente envuelto y sostenido por su calor y su protección, precisamente como un niño con su papá. Esto hace el Espíritu Santo en nuestro corazón : nos hace sentir como niños en los brazos de nuestro papá. En este sentido, entonces, comprendemos bien cómo el temor de Dios adquiere en nosotros la forma de la docilidad, del reconocimiento y de la alabanza, llenando nuestro corazón de esperanza. Muchas veces, en efecto, no logramos captar el designio de Dios, y nos damos cuenta de que no somos capaces de asegurarnos por nosotros mismos la felicidad y la vida eterna. Sin embargo, es precisamente en la experiencia de nuestros límites y de nuestra pobreza donde el Espíritu nos conforta y nos hace percibir que la única cosa importante es dejarnos conducir por Jesús a los brazos de su Padre. He aquí por qué tenemos tanta necesidad de este don del Espíritu Santo. El temor de Dios nos hace tomar conciencia de que todo viene de la gracia y de que nuestra verdadera fuerza está únicamente en seguir al Señor Jesús y en dejar que el Padre pueda derramar sobre nosotros su bondad y su misericordia. Abrir el corazón, para que la bondad y la misericordia de Dios vengan a nosotros. Esto hace el Espíritu Santo con el don del temor de Dios : abre los corazones. Corazón abierto a fin de que el perdón, la misericordia, la bondad, la caricia del Padre vengan a nosotros, porque nosotros somos hijos infinitamente amados". (Audiencia general del 11 de junio de 2014). 

Entre los años 1852 y 1860 no transcurren festividades de Pascua, ni meses de mayo, ni festividades de Nuestra Señora de la Santa Esperanza sin que haya verdaderas conversiones, que conducen a algunas almas a Dios separándolas radicalmente de la vida mundana. La frecuentación de los sacramentos aumenta y puede verse a algunos hombres unirse a las mujeres para rezar el Rosario. En 1853, a pesar de la oposición de algunos feligreses, se erige en la iglesia un altar dedicado a Nuestra Señora de la Santa Esperanza. Ese mismo año, se constituye una cofradía para el rezo de la breve plegaria. Con la finalidad de que esa plegaria puedan desgranarse a lo largo de las horas del día en forma de oración perpetua, los adeptos, en series de doce, se comprometen a rezar, cada uno a una hora fija, un Ave María flanqueada, antes y después, de la invocación Nuestra Señora de la Santa Esperanza, ¡conviértenos  El padre André prefiere adeptos fieles y fervorosos antes que numerosos.

El desarrollo será, no obstante, rápido : si bien a finales de 1854 sólo pueden contarse 272 inscritos, serán más de 4.000 en diciembre de 1855. En 1856, el párroco de Nuestra Señora de las Victorias, de París, el padre Desgenettes, afirma al hablar de la obra de Nuestra Señora de la Santa Esperanza : "Todas esas tormentas que se alzan contra la obra se producen porque se halla bien plantada en la roca de san Pedro. Es un árbol joven que llegará a ser grande y robusto, porque sus raíces han penetrado en la roca para obtener de su origen la savia católica ». Efectivamente, la Oración Perpetua resplandece rápidamente más allá de la parroquia, presentándose adeptos de toda Francia e incluso del extranjero. Animado por varios breves apostólicos de la Santa Sede, la Oración Perpetua se constituirá en archicofradía el 27 de agosto de 1869. Apenas diez años después, la asociación contará con 100.000 adeptos. El 25 de marzo de 1877, empieza a publicarse el Boletín mensual de Nuestra Señora de la Santa Esperanza.

La metamorfosis de la parroquia de Mesnil es obra de Nuestra Señora, si bien el párroco colabora en ello con gran ardor. "Necesito cristianos —dice— tal como el Bautismo los ha hecho. Existen en germen, pero yo los cultivaré y recogeré. Los necesito de ese modo porque es así como Dios los quiere, y yo soy el cooperador de su gracia. No toleraré la mezcla del espíritu del mundo que deforma al cristiano, que lo contrae y que, incluso con ciertas apariencias religiosas, lo mata por completo. Necesito cristianos de los pies a la cabeza, cristianos del Evangelio, cristianos que, lejos de envolverse en ignorancias calculadas, busquen la luz, a fin de ponerse de acuerdo en todo con la luz : ese es mi programa".

Para ello, el padre André organiza conferencias los domingos por la tarde ; sentirá la constante preocupación de instruir a los fieles y de iluminarles la fe. Para ello, comenta los libros de la Sagrada Escritura, la liturgia y los sacramentos, llegando incluso a enseñarles los rudimentos del latín para que comprendan los cantos de la Misa y los Salmos, pues los domingos y los días festivos son muchos los parroquianos que acuden a la iglesia para cantar una parte del Oficio Divino (Laudes, Vísperas y Completas). Dichas instrucciones se intercalan con juegos en medio de la plaza, y la jornada del domingo concluye con una oración de la tarde cuyo objetivo es claro : acabar con los bailes y combatir la influencia de la taberna. De hecho, al cabo de algunos años, taberna y baile desaparecerán del paisaje de Mesnil. La conversión se manifiesta igualmente mediante la modestia en la manera de vestir. De ese modo, el pastor declara la guerra a la vanidad y a las vestimentas inmodestas : "La modestia —dice— es una de las señales de la presencia del Espíritu Santo en un alma. En general, los hombres no podrían ser castos si las mujeres no fueran modestas". En 1878, agrupará a las mujeres más decididas en la “Sociedad de Jesús coronado de espinas”. 

No obstante, sería falso pensar que ese movimiento no tuviera oposición. Hay algunas personas en el pueblo que no quieren saber nada de Nuestra Señora de la Santa Esperanza, hasta el punto de que unos jóvenes libertinos crean una “segunda parroquia” en una cuadra transformada en sala de baile, donde parodian las ceremonias del culto. Nuestra Señora se venga de ello a su manera : un domingo del mes de María de 1854, mientras esos jóvenes se encaminan a un juego de ocio, el cabecilla se detiene de repente y decide regresar. Las burlas de sus compañeros no hacen mella en él. Más tarde dirá : "Fue como si la medalla de la Virgen me hubiera caído sobre la cabeza". Se pone a rezar el Rosario y, en el mes de octubre, se confiesa. Finalmente, ingresa como monje en la abadía de La Pierre-qui-Vire.

A pesar de esas señales, parece ser que el padre André no conseguirá la adhesión unánime de sus parroquianos. Sin embargo, de toda la diócesis, y también de más lejos, las gentes acuden, atraídas por la fama de Nuestra Señora de la Santa Esperanza, por el clima de oración que la envuelve y por la belleza de la celebración de su festividad. Progresivamente, la festividad del cuarto domingo de octubre es objeto de peregrinación, y las inscripciones a la Oración Perpetua afluyen. En su boletín de noviembre de 1878, el párroco escribirá : "Se llega en peregrinación hasta donde hay una fuente, una fuente milagrosa. Hace unas semanas acudió un pobre que venía de lejos, apoyado en dos muletas. Nos pidió limosna y nos hizo unas pequeñas reflexiones. “¡Ah!, ¿aquí se viene de peregrinación? —Sí, en el mes de octubre. —¡Ah!, ¿así que tenéis una fuente?. ¡Tenéis una fuente! Ahí está la auténtica explicación de la peregrinación a Nuestra Señora de la Santa Esperanza. Son muchas las almas sedientas de la gracia de Dios y de los consuelos del Cielo que vienen aquí creyendo hallar una fuente. Y de todos los que han venido, nadie ha dicho jamás sentirse engañado en su expectativa. Sí, hay un fuente en Nuestra Señora de la Santa Esperanza, en aquella que la Iglesia denomina Mater, fons amoris : María es madre, madre y fuente de amor". A los pies de Nuestra Señora, los peregrinos depositan exvotos : "Gracias a Nuestra Señora de la Santa Esperanza, que me ha convertido. —Me ha retirado de la vanidad". Esa es la gracia inherente de esta devoción : que María se revela como la todopoderosa “convertidora”, la Reina de los corazones.

La afluencia de los peregrinos y el mal estado de la iglesia parroquial desembocan en la construcción de un nuevo santuario, cuyas obras se extenderán a lo largo de unos diez años. Pero la Virgen no se detiene ahí, pues colmará igualmente los deseos más íntimos del padre André. Él se había sentido siempre atraído por la vida monástica. En 1864, consigue fundar, en el mismo pueblo, un pequeño monasterio, tomando entonces el nombre de padre Manuel. En 1886, el monasterio se adhiere a la Congregación benedictina italiana de Monte Oliveto. Liberado a partir de 1899 del cuidado de su parroquia, el padre Manuel asiste con profundo dolor, en 1901, a la disolución de su comunidad, objetivo, como tantos otros, de los rigores laicistas. A su muerte, el 31 de marzo de 1903, el monasterio es sometido a liquidación judicial, si bien una comunidad se reunirá allí de nuevo en 1920. En 1948, los monjes partirán para resucitar la abadía de Bec-Hellouin. Finalmente, un grupo de monjes regresarán a Mesnil en 1976. Si bien la vida del padre Manuel acabó en medio del despojo, la devoción a Nuestra Señora de la Santa Esperanza, la peregrinación y la parroquia permanecen muy vivas.

En 1923, la diócesis de Troyes obtiene de Roma que la festividad de Nuestra Señora de la Santa Esperanza se celebre cada año, en toda la diócesis, el 23 de octubre. La archicofradía cuenta con más de 150.000 asociados y el obispo constata que la Oración Perpetua continúa haciendo mucho bien. Todavía en la actualidad puede uno asociarse a la archicofradía de la Oración Perpetua dirigiéndose a la casa parroquial.

El 6 de julio de 1952, en Mesnil-Saint-Loup, varios obispos conmemoraron el centenario de la archicofradía con una jornada de acción de gracias, porque, durante cien años, Nuestra Señora de la Santa Esperanza convirtió a numerosas almas. Con motivo del 150 aniversario, el 7 de julio de 2002, se celebró una Misa para agradecer todos esos favores y pedir que sus frutos se perpetuaran.

A nosotros, que vivimos hoy en día "en un mundo sin esperanza" (Benedicto XVI, Spe salvi, núm. 42), la Madre de la Santa Esperanza siempre está dispuesta a concedernos la gracia de la conversión ; solamente espera nuestra breve plegaria para hacer de nosotros unos testigos y apóstoles de la Esperanza que no defrauda (cf. Rm 5, 5).

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