Del blog Descubriendo a María ... nazarena:
En 1734, durante las guerras de independencia, en Córcega, en una aldea, perteneciente a Oletta, vivía Miguel Bartola quien poseía un cuadro de la Virgen de la escuela florentina del siglo XV, que le había regalado el reverendo Costa, Decano de Biguglia. Miguel era un ardiente patriota. Su mujer muy piadosa, un viernes santo preparaba, de acuerdo con la tradición, los pasteles destinados a la fiesta de Pascua, orando mientras trabajaba.
De repente, oyó su nombre pronunciado con fuerza y urgencia: ¡María! Se volvió, pero como no viera a nadie siguió su trabajo. Enseguida oye de nuevo su nombre: ¡María! Y al instante: ¡Tu hijo se quema! María corrió a la cuna, que ya había prendido fuego. Tomó su niño en sus brazos muy perturbada y tras apagar el incendio cayó de rodillas frente a la Virgen.
No cabía duda. La Virgen le había salvado a su hijo. Contemplaba con amor la imagen de la Virgen, y cual no sería su sorpresa cuando nota que tenía el rostro cubierto de lágrimas. María para asegurarse de lo que veía, posó un dedo sobre la tela y éste quedó impregnado en ella, hasta el día de hoy.
Después de una encuesta minuciosa, el obispo del lugar, Monseñor Curbo, ordenó el traslado de la santa imagen a la iglesia de San Andrés, hoy en ruinas. El traslado hacia la nueva iglesia donde se venera actualmente a Nuestra Señora de la Piedad, tuvo lugar el 14 de abril de 1820.
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