Del sitio Boanerges:
A corta
distancia de la ciudad de Valenciennes, en el condado de Artois
(Francia) se ve la ermita de Fontenelles, titulada antes Nuestra Señora
de la Fuente, donde sucedió una cosa muy notable en el año 1608. Asolaba
la peste a la ciudad, muriendo miles y llegando a contarse más muertos
que vivos en muy poco tiempo. El pueblo estaba aterrorizado, y procuraba
atraerse el favor de Dios con frecuentes rogativas y continuas
oraciones.
Un pobre y
santo eremita, viendo el gran estrago de la peste, pedía con fervor a
la Santísima Virgen que intercediese con el Señor misericordioso a fin
de que aplacase sus rigores. Un día en que él se encontraba meditando
junto a una fuente que había cerca de su retiro, reflexionando en la
protección que a todos los grandes peligros ha dispensado la amorosa
Madre de los cristianos a los verdaderos fieles de la santa doctrina de
su divino Hijo, en un momento de éxtasis se postró humildemente en
tierra, y con lágrimas en los ojos dijo: “¡Madre mía y de todos los
buenos cristianos, poderosa Reina de los Cielos, miren vuestros
compasivos ojos el espectáculo triste y doloroso que presenta nuestra
ciudad castigada por esa terrible peste que tantas víctimas inmola todos
los días: la criatura ingrata y rebelde a las sanas máximas de la
doctrina que viniera a enseñar al mundo el divino Salvador de los
hombres merece en verdad que sea humillada en su soberbia y orgullo;
pero ved, oh amorosísima Madre de los cristianos que son muchos los que
perecen, y que es muy terrible la pena que Dios impone al pecador!
¡Tened de él, Señora, misericordia, y aplacad, vos que podéis, las iras
de vuestro muy amado Hijo!”.
Era la
antevíspera de la Natividad de la Virgen cuando Ella se le apareció en
respuesta a sus oraciones y le dijo: “Cesen tus lágrimas, cálmese tu
afán, venerable anciano; si hay seres ingratos y descreídos, también por
fortuna cuenta mi Hijo con almas nobles y piadosas a las que sabrá
premiar su virtud y su fe: anda, marcha a la cercana ciudad de
Valenciennes y di a mis fieles y devotos que vuelvan a pedir a Dios
misericordia en sus tan graves peligros, diles que continúen con
rogativas públicas y con ayunos y penitencias para que deponga Su enojo,
que yo siempre vuestra Abogada y Protectora seré medianera, y no dudo
alcanzar lo que para vosotros demande a mi Hijo…”.
Al momento
de oír esto se dispusieron todos a obedecer el celestial mandato.
Llegada la noche, se hallaban en fervorosa oración en las murallas
cuando ante la presencia de todos bajó del Cielo la Santísima Virgen más
resplandeciente que el sol, y acompañada de innumerables
bienaventurados, y con una cuerda que traía en la mano, rodeó toda la
ciudad dos leguas a la redonda.
Hecho esto
fue de nuevo a la celda del ermitaño y le previno expresamente que
fuera a buscar a los del consejo de la ciudad y les mandase de su parte
que pasaran también en oración el día siguiente, dedicado a su memoria, e
hicieran una procesión general en el sitio donde ella había dejado la
cuerda, con lo que cesaría el contagio.
Todo
sucedió tal como había dicho la Virgen, y en agradecimiento de tan
señalada merced todos los años en la natividad de Nuestra Señora la
procesión hace el camino de dos leguas que Ella marcó.
Se
construyó una capilla cerca de la fuente donde se apareciera la Virgen
por primera vez al ermitaño, y el cordón milagroso se guardó allí con
mucho respeto entre las reliquias más preciosas de la ciudad, aunque
años después desaparecería, probablemente a causa de la revolución. En
aquel tiempo de la protección de Nuestra Señora también se instituyó una
cofradía llamada de los rayados, porque aquel día llevaban unos trajes a
rayas en señal de regocijo, y para memoria de tan grande beneficio.
Desde entonces su fiesta se instauró el 6 de septiembre, día de su
aparición.
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