Del sitio Peregrinos de la Eucaristía:
El padre capuchino Miguel de Cosenza, en el siglo XVII, fue el primero en llamar a la Virgen con el nombre de Nuestra Señora del Santísimo Sacramento. Posteriormente, san Pedro Julián Eymard (1811-1868), apóstol de la Eucaristía y de María, funda la Congregación de los Sacramentinos el 13 de mayo de 1856, dejando como legado para sus miembros este título mariano y su devoción. Sin embargo, sólo hasta 1921 consiguen la autorización de la santa Sede para celebrar cada año la conmemoración solemne de “Nuestra Señora del Santísimo Sacramento”; y el papa san Juan XXIII codificó este título mariano, el 9 de diciembre de 1962, fecha en que canonizó a este santo fundador.
Por otra parte, recordemos que la primera aparición de Nuestra Señora en Fátima ocurrió también un 13 de mayo, y meses más tarde, Ella misma pidió, por medio de los santos pastorcitos, que se construyera en aquel lugar una capilla "para la adoración y oración a su Hijo Eucarístico". Estos dos hechos, lejos de ser una coincidencia fortuita, constituyen un maravilloso regalo de la Providencia Divina para darnos a conocer y al mismo tiempo confirmarnos el mensaje Eucarístico de Nuestra Santísima Madre.
En la Anunciación, la Santísima Virgen responde al Ángel: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra" (Lucas 1,38); en aquel mismo momento, el Verbo de Dios se encarna en su Seno por obra y gracia del Espíritu Santo. Este Misterio se actualiza en cada celebración de la Santa Misa, donde, una vez pronunciadas por el sacerdote las palabras consagratorias sobre el pan y el vino, el Espíritu Santo desciende y transforma estos dones en el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. María es, Madre de Dios, por ende, Madre de la Eucaristía, porque allí Dios mismo se hace presente real y substancialmente.
Dirijamos ahora nuestra mirada hacia la imagen. En esta preciosa advocación, Nuestra Señora está vestida de blanco, como se presentó a los niños en Fátima (Esta advocación es una profundización del mensaje de Nuestra Señora en Fátima); el borde de su manto está adornado con los signos eucarísticos del trigo y la vid. En su Corazón se encuentra el Cordero de Dios, como se nos presenta el Señor en la Eucaristía, para quitar el pecado del mundo con su Sacrificio. Este signo nos habla también acerca del modo como nuestra Dulce Mamá guardaba cuidadosamente cada Palabra salida de la boca de Dios, meditándola en su Corazón.
La mano izquierda de la Virgen señala su vientre, revelando que la Palabra del Padre se ha encarnado en Ella. Y al hallarse encinta subraya el Misterio de su maternidad Divina. En su mano derecha lleva el Santo Rosario, medio por el cual concede un sinnúmero de gracias, y a la vez, es un llamado incesante a la oración, meditando en los misterios de nuestra fe. Su rostro dulce y puro transmite aquella paz y alegría de vivir en la Voluntad de Dios. Se muestra bajando del cielo –también este detalle coincide con la aparición a los pastorcitos de Fátima–, avanzando de camino a visitar a su prima santa Isabel para ponerse a su servicio.
Todos estos signos visibles, nos hablan acerca de la estrecha unión que María vive con el Señor. En la Anunciación, queda manifiesta su disponibilidad en la acogida de la Voluntad de Dios y su humildad, que reconoce en todo momento la Omnipotencia Divina. En la Pasión del Señor, su silencio interior refleja su profunda confianza y relación con Dios, también la entrega y amor con que cuidó a Jesús nuestro Señor, aun en las circunstancias más adversas, de modo que padecía, sufría y lloraba junto a Jesús su Hijo, en estrecha comunión y sumisión a la Divina Voluntad.
San Juan Pablo II, hijo amante y devotísimo de nuestra Señora, exclamó: "María es testigo particularmente sensible de ese amor que encuentra su expresión sacramental precisamente en la Eucaristía". Y en uno de los mensajes dados al padre Gobbi, la Virgen nos dice: "Yo soy Madre de la Eucaristía. Y, como Madre, Yo estoy siempre al lado de mi Hijo. Lo estuve en esta tierra; lo estoy ahora en el Paraíso, por el privilegio de mi Asunción corporal al Cielo; estoy también donde Jesús está presente, en todos los Tabernáculos de la tierra. […] Mi Corazón Inmaculado, le hace de vivo, palpitante, materno Tabernáculo de amor, de adoración, de gratitud y de perenne reparación."
Así pues, el título "Madre de la Eucaristía", nos recuerda que allí donde está Jesús, está Ella, y donde esté Ella, está Jesús. Por lo tanto, como verdadera Madre, sufre y se conduele al ver la indiferencia e ingratitud con que tratamos a su amado Hijo; así se lo expresó al padre Gobbi: "Con frecuencia Jesús Eucarístico es puesto en un rincón perdido, cuando debe ser colocado en el centro de la Iglesia y en el centro de vuestras reuniones eclesiales, porque la Iglesia es su Templo, que ha sido construido en primer lugar para Él y después para vosotros. Amarga profundamente a mi Corazón de Madre el modo con que Jesús, presente en el Tabernáculo, es tratado en tantas iglesias, donde es arrinconado, como un objeto cualquiera para usar en vuestras reuniones eclesiales".
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