San Pablo no fue testigo de la vida terrena de Jesús y probablemente nunca conoció a la Virgen María; sin embargo, él sabe quién es Jesús y, por tanto, puede reflexionar sobre el hecho de que Jesús tuvo una Madre.
La carta a los Gálatas, escrita hacia el año 56 d. C., sitúa a la Madre de Jesús en el momento central de la historia de la salvación. Y el contenido de estas pocas palabras, en su contexto, merece un capítulo: "Pero cuando vino la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, nacido súbdito de la ley, para redimir a los súbditos de la ley, para conferirnos la adopción filial" (Ga 4, 4).
San Pablo probablemente habrá oído hablar de María a los apóstoles Pedro, Santiago y Juan (Ga 1, 18 y Ga 2, 9), a quienes encontró al principio de su ministerio, como también a los otros discípulos que iban de un pueblo al otro. El eco de la influencia mariana lo percibimos en el himno a los Efesios, pero también en toda la actitud y forma de vida del gran apóstol.
Introducción de Françoise Breynaert
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