Del sitio Aleteia:
Me siento tan frágil a su lado... He caído tantas veces, ella lo sabe y me vuelve a abrazar, ella, mi madre, me quiere como nadie...
Me gusta mirar a María en el Adviento, mirarla caminando hacia Belén. Me gusta contemplarla como Niña inmaculada abierta a Dios. Su alma pura, alegre, grande, honda. Su mirada inocente llena de anhelos y sueños. Ella, que convierte la vida en un cielo…
Me detengo ante Ella casi sin poder hablar, asombrado y feliz. ¿Qué le puedo decir cuando yo me siento tan pequeño? Mi corazón calla ante Ella. Sólo la miro.
Me siento tan frágil a su lado… He caído tantas veces. Ella lo sabe y me vuelve a abrazar como siempre lo ha hecho. Como lo hizo la primera vez hace ya tanto tiempo. Como vuelve a hacerlo ahora cuando me ve triste y solo en medio de mi camino.
Me abraza para que no me olvide de dónde vengo y tenga más certeza de hacia dónde voy. Para que recuerde que su voz me ha salvado muchas veces.
Me repite que me quiere, que valgo más que nadie, me muestra esa belleza que tengo escondida y que a menudo no veo. Ella, mi madre, me quiere como a nadie.
Y yo me quedo quieto, tranquilo, con cierta vergüenza, sin saber qué hacer ni qué decir. Sólo miro sus ojos grandes y abiertos. Miro su sonrisa ancha y pura, sus manos queriendo sostenerme, sus labios que sólo quieren decirme que no debo tener miedo.
Sé que su pureza supera todos mis intentos por pensar bien y hacer las cosas bien, por ser puro en mi mirada, por ser más suyo. Sé que su amor es tan puro y grande que jamás yo podría amar como Ella me ama. No lo pretendo.
Sé que mis pasos son tan débiles y cortos que jamás se parecerán a los suyos firmes y decididos por ese camino ancho que lleva a Belén.
Sé que su sí es tan fuerte y fiel que no pretendo igualarlo con mis fuerzas, con mis síes esquivos y cobardes.
Sólo quiero pedirle que no se olvide de mí en esta tarde de invierno. En la soledad de mi alma. En medio de esos vientos que apagan el fuego interior que trato de avivar, cuando la vida parece llevarse mi barca por rumbos que desconozco.
Sólo le pido que me recuerde cada día a qué he venido a este mundo. Sólo quiero que me haga ver con claridad cada mañana la belleza escondida dentro de mi alma. Esa belleza que sólo ve en mí María.
Sólo deseo que me abrace con fuerza y me haga sentir una vez más como ese niño escogido en el corazón de Dios.
Quiero que me enseñe a confiar cuando surgen las dudas y las incertidumbres en esta Navidad tan extraña. Y entonces mis miedos delante de su corazón inmaculado desaparecen de forma súbita.
No sé bien cómo lo hace pero logra que me calme cuando tengo miedo, cuando estoy nervioso, cuando tengo dudas. Y sus brazos me sujetan con fuerza y me hacen comprender que mi vida es más grande de lo que yo nunca he pensado.
Quiero caminar a su lado un trecho de este camino a Belén. Quiero que sienta que estoy con Ella en todo momento y no la pienso dejar.
Sé que mi intención es estar yo seguro. Pero al mismo tiempo es como si quisiera protegerla de todos los peligros. Me siento como Juan Diego queriendo defender a su Niña María en Guadalupe. Cuando era Ella en realidad la que le protegía siempre a él, ¿acaso no era el su hijo predilecto?
Así me siento yo, débil y vacío, alegre y lleno, cobarde y fiel. Necesitado de protección y sintiéndome yo el que la protege. La veo tan indefensa en este camino… ¿Cómo es posible mezclar ambos sentimientos en un mismo corazón herido?
Es Ella, es María, quien logra cambiar mi ánimo con solo una mirada. Es Ella la que logra levantar mi corazón y llevarlo a las más altas cumbres. Ella la que calma mis ansias y consigue que vaya paso a paso, día a día sin pretender llegar pronto a la meta.
Es María la que logra que en mi vida reine una atmósfera de cielo, de Inmaculada. Así logro acabar con la atmósfera de pantano que mis críticas, mis juicios, mis resentimientos y amarguras siembran en ocasiones en torno a mí.
Ella, la Inmaculada, trae el cielo a la tierra, me hace alzar la mirada y creer que tengo una morada preparada a su lado al final del camino.
Quiero vivir como Ella, cada día, confiando, tranquilo. Ella vivió así cada día como parte de un camino inmenso, al que le había dado el sí desde el primer momento.
Es Ella quien fue descifrando lo que tenía que hacer con dudas, con miedos, y con una confianza absoluta en el amor de su Padre. Así quiero vivir yo cada mañana cuando me levanto y contemplo a María.
La miro caminando a Belén, pura e Inmaculada. La miro con sus ojos grandes y su fe inmensa. Y quiero parecerme a Ella al menos en ese paso diario que Ella daba con la mirada alegre y el corazón tranquilo, con sus ojos puros y su alma grande, inmensa y honda.
Sé que María hace milagros dentro de mi corazón tan pobre y lo transforma, trae hasta mí el cielo. Sé que convierte mi vida en una cuna sagrada, en un jardín florido, en un palacio lleno de belleza.
Ella es la que hace hueco en mi alma para que pueda descansar Jesús. Ella lo hace habitable. Así puedo entregar todos mis miedos. Sé que sin Ella nada puedo hacer y con Ella todo lo puedo.
No soy inmaculado como Ella, pero quiero tener su misma luz y su esperanza, su misma mirada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario