27 de febrero de 2018

Nuestra Señora de la Luz

Pedro Martins, un modesto agricultor de la villa portuguesa de Carnide, llevaba una existencia tranquila junto a su esposa. Pero se vivían tiempos turbulentos. Las crónicas no dicen exactamente cómo sucedió, pero el buen campesino terminó prisionero de los moros africanos.
Lejos del afecto de su familia, cayó en la infeliz condición de esclavo, sujeto a un régimen despiadado de trabajos forzados bajo un clima atroz, y, sobre todo, privado por completo del consuelo de su religión cristiana. Los años iban pasando, llevándose con ellos toda esperanza humana para el cautivo.
Abandonado por los hombres, Pedro Martins se dirigió entonces, con más intensidad que nunca, hacia Dios. Luego de orar durante horas, el sueño lo venció. Mientras dormía se le apareció una Señora radiante, que le prometió volver más veces para reconfortarlo y, después de su última visita, hacerlo regresar a Carnide. Una vez allá, agregó, debería buscar algo que le pertenecía y estaba escondido cerca de una fuente. Le hizo el encargo de edificar una capilla en ese lugar, cuya exacta ubicación ella misma le indicaría valiéndose de una luz.
Por treinta noches consecutivas la Madre de Dios vino a consolar a Pedro. Los dolores sufridos durante el día se desvanecían bajo la luz y la suavidad de las horas pasadas a los pies de María. Pero seguía prisionero. Al despertar la trigésima noche, ¡qué sorpresa! De modo milagroso e inesperado estaba de regreso en su añorada aldea. Con inmensa emoción reencontró a sus seres amados, que se admiraban de volver a verlo sano y salvo.
Pero no olvidó la petición de la Virgen, y de inmediato se lanzó a la búsqueda de lo que, según la indicación mariana, se hallaba oculto “cerca de una fuente”. Había un lugar llamado Fuente del Machete (Fonte do Machado) donde una luz misteriosa venía apareciendo desde tiempo atrás, y llegaban curiosos de todas partes a observar el fenómeno. Pedro decidió ir por la noche, en compañía de un primo, para realizar su búsqueda en aquel sitio. Al llegar a la fuente divisaron una luz moviéndose frente a ellos. La siguieron hasta un matorral, donde se detuvo encima de unas piedras. No lo pensaron dos veces. Removieron las piedras y descubrieron, fascinados, una bellísima imagen de la Virgen. La noticia del milagroso hallazgo recorrió el país, y ese mismo año –1463– comenzó la construcción de una capilla, de acuerdo a la orden de la Santísima Virgen. Años más tarde sería reemplazada por una magnífica iglesia.
Posteriormente, atravesando los mares, la devoción a Nuestra Señora de la Luz se extendió al mundo entero, fructificando en gracias prodigiosas, de manera especial en las colonias portuguesas.
Se le atribuyen muchos milagros, y no estará de más citar aquí alguno de ellos.
Hacia 1650 existía en un pueblo de colonos al sur de Brasil una capilla dedicada a la Señora de la Luz, cercana a un río llamado Atuba. Sus habitantes estaban perplejos al descubrir que cada mañana la imagen de la Virgen aparecía con su rostro orientado hacia una región de muchos pinos –curytiba, en lengua tupí– donde vivían los feroces indios tingui. Se decidieron entonces a despejar esa área, encaminándose hacia allá dispuestos a enfrentar un eventual ataque de los indígenas.
En ese mismo sitio se levanta hoy una imponente catedral neogótica, testimonio de la acción al mismo tiempo pacificadora y luminosa de la Madre de Dios, llamada Nuestra Señora de la Luz de los Pinos de Curytiba.

No hay comentarios: