Del sitio Misioneros Digitales Católicos:
En aquellos días, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. (Lucas 1, 39-40)
María, una vez que diste el sí a Dios,
seguiste el soplo del Espíritu Santo
y emprendiste viaje hacia la casa de tu prima, Isabel,
para
ofrecerle tu ayuda y cariño.
¿Qué irías pensando en el camino, con el
Verbo encarnado en tus entrañas?
Acompañar a Isabel y compartir su
dicha; también la tuya,
porque no podías guardar tu tesoro sólo para ti.
Y en ese momento,
Isabel podría comprender algo de las maravillas que
Dios estaba haciendo.
Madre, te sentiste mirada y amada por Dios,
y comprendiste con
inmenso agradecimiento que te había elegido por pura gracia.
Por eso
entonaste un hermoso canto de alabanza a Dios: el Magnificat.
Contemplándote y siguiendo tu ejemplo de amor, humildad,
disponibilidad y servicio,
nuestra vida estará cada vez más abierta a
las necesidades de los demás.
Entonces podremos rezar contigo al Padre:
“Mi alma canta la grandeza
del Señor,
y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador”
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