Hay una curva en el Nervión desde la que los barcos que entraban en Bilbao alcanzaban a ver la basílica de Begoña. Desde ella comenzaban a cantarle una Salve a la Virgen, costumbre que dio nombre al puente que sobrevuela ese punto: puente de La Salve. Y existe, en el único punto desde el que se observa la basílica dentro del Casco Viejo, una réplica de la talla que sujeta en sus manos un vaso de txikito en lugar de la manzana original. Y cómo olvidar al pueblo tinerfeño de Almáciga, donde se venera la imagen de Nuestra Señora de Begoña. Dicha imagen mariana tiene su propia historia acaecida en 1945 cuando un grupo de fieles salió desde Bilbao en barco con dirección a Santiago de Compostela. Durante la travesía tiraron por la borda una botella que en su interior contenía un mensaje y cinco estampas de la Virgen de Begoña, con la firme intención de que allí donde llegase construirían una ermita en su honor. La botella llegó a las playas de Almáciga al noreste de Tenerife y allí se envió una réplica exacta de la imagen de la Virgen de Begoña desde Bilbao.
He ahí historias modernas alrededor de la Virgen de Begoña, las penúltimas pinceladas de su biografía. Antes, mucho antes que todo esto sucediese, empezó a contarse esta historia.
En algún rincón de la basílica de Begoña está enterrado un hombre ahorcado. Así lo cuenta el párroco Pedro de Ugaz y Arilza (ejerció como tal entre 1600 y 1647) en su obra "Relación que el cura de la yglesia de nuestra señora de Begoña a dado, del principio de aquel santuario y milagros hechos por aquella Sancta ymagen" que como título de un libro se antoja un pelín largo. Su muerte obedece a uno de los milagros que la Virgen de Begoña que recoge el cura Ugaz. Al parecer era un cantero que, durante unas obras en el templo, se hizo con las joyas y alhajas de la Amatxu de Begoña, que le agarró del brazo cuando fue a quitarle la corona. El hombre, preso del pánico, huyó despavorido y en su fuga fue entorpecido por "una gruesa manada de carneros", un "crecido número de bravos toros" o un "formidable gigante monstruoso". El hombre acabó refugiándose en un jaral. Las campanas aún por colgar de la torre pendían de un árbol cercano y comenzaron a sonar sin manos que las tañese. A su llamada acudió el pueblo que localizó al ladrón y lo ahorcó.
La sobrenatural historia no se recoge, tal y como atestigua Hektor Ortega en el libro "Begoña. Historia, arte y devoción", en otros documentos pero sí, al parecer, en la tradición oral. Los autores de la obra hacen ver que toros y carneros eran los custodios de los tesoros de Mari, la diosa de la mitología vasca.
Este mismo libro recuerda el origen del nombre de la Amatxu, atribuible a otro milagro en el que se revela que no es una Virgen de carácter dócil. Oigamos cómo lo cuentan en el libro. La tradición oral relata que la imagen de la Virgen apareció en una encina del bosque de Artagan. Se abrió entonces un debate entre los begoñeses sobre dónde levantarle un templo de adoración. Al parecer, unos querían hacerlo en el mismo lugar y otros optaban por un lugar algo más alejado. Según dice la leyenda que recoge el libro, la propia Virgen expresó sus gustos, bien de forma directa con la famosa frase "Bego oina! (¡Quieto el pie!)" o bien de forma indirecta, con el traslado de los materiales de construcción, que noche tras noche aparecían en el lugar señalado por la propia Virgen.
¿Es posible pensar en una Amatxu encorajinada, en una Virgen vengativa...? Algunos de los milagros que se reseñan en el libro eso parecen demostrar. Por ejemplo, uno datado en 1574. Según dicen, una doncella le hizo a la Virgen la promesa de una ofrenda de plata que no cumplió y quedó manca de ambos brazos. Como quiera que la mujer atribuyó su problema a ese desliz, encargó a un platero de Bilbao una cinta como desagravio. El hombre le preguntó si la quería como un pertal de caballo, algo que debió de desagradar a la Virgen de Begoña porque el platero enmudeció de repente. Y a medida que fue acabando la joya, manca y mudo fueron recobrando la salud.
Otra de las virtudes que le confiere el libro a la patrona de Bilbao y Bizkaia (fue canonizada en 1903 por el Papa San Pío X...) es su talante protector en las aguas. Arrantzales, marinos de guerra y marinos mercantes se han encomendado en sus manos a lo largo de los siglos. La documentación existente en esta cuestión se remonta, al menos, hasta el siglo XVI. Así, los cuadernos de bitácora reflejan navíos llamados "Virgen de Begoña", "Nuestra Señora de Begoña" o simplemente "Begoña". Hay consignados naos y galeones con esos nombres al menos en Bilbao, Deusto y Portugalete. Incluso algún navío de la Armada Invencible encomendaba su navegación a sus influencias celestiales. Desde entonces, balleneros, mercantes, transatlánticos e incluso pinazas de contrabandista se han bautizado en su honor. No por nada, según el recuento que hizo el historiador del monasterio, Andrés de Mañaricua, entre 1607 y 1830 suman 110 los navíos bilbainos que se encomendaron a su santo nombre.
¿Y no iba la Amatxu a dar respuesta y auxilio a quienes le veneran...? En 1534 se fecha un nuevo milagro: mariano y marino. La Virgen salvó al bilbaino Andrés de Bermeo y a sus naves en una tempestad de Levante que arrasó al resto de la flota. Más sobrenatural suena aún la siguiente historia. Cuentan que en 1605 se presentó en Begoña el capitán Joan Zarautz, natural de Deba, y al mando de su tripulación. Todos ellos iban descalzos para cumplir la promesa que le habían hecho a la Virgen atrapados en un iceberg, allá en el otro mundo, en Terranova. Y la historia sigue.
Indica que sacaron una misa cantada "para la que ofrecieron copiosa limosna y una barrica de grasa o azeyte de ballena" (sic.) Hicieron colgar unos huevos de avestruz y encargaron un cuadro donde quedase reflejada la intervención, costumbre que se extendió en todos los rescates marinos atribuidos a su mano.
Las tempestades tierra adentro, los acostumbrados aguaduchus de Bilbao, también conocen la intervención mariana. No por nada, ya el 22 de septiembre de 1593 unas inundaciones anegaron la villa. Cuentan las crónicas que más de tres mil bilbaínos buscaron refugio de noche en el templo begoñés y que a la mañana siguiente bajaron la talla a la ciudad para serenar las aguas. Otro tanto se obró en 1651 y, según se relata, las aguas retrocedieron. Hizo fortuna la costumbre y a cada inundación sacaban a la Virgen en procesión.
Aquel día de 1737 llovió como si se hubiese rasgado los velos del cielo. Los desesperados bilbaínos, viendo la tremebunda riada, solicitaron al párroco de Begoña sacar la imagen de la Virgen que fue llevada al convento de La Cruz. Fue pisar Bilbao y habla ahora el párroco, Pedro Norzagarai. "Se retiraron las aguas en tanto grado que en menos de media hora dejó libre más de treinta varas de longitud, sin haber dejado de llover y con la subida de la marea".
He ahí vida y milagros de la Amatxu a la que acudieron, también con el agua al cuello, miles de aficionados del Athletic cuando Iribar contrajo fiebres tifoideas. No podía ser otra cosa que rojiblanca.
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