El contraste no podía ser más notorio: una iglesia enorme para un pueblito tan pequeño. Los 135 habitantes de Avioth, villa francesa a pocos kilómetros de la frontera con Bélgica, pueden entrar todos juntos en la iglesia y aún sobraría mucho, pero mucho espacio. La primera pregunta que nos viene al espíritu es ésta: si el pueblito fue en algún momento mucho mayor, ¿quién sabe por qué motivos vive hoy tan poca gente en el lugar? Pero ese no es el caso. La respuesta está entrelazada con la historia de la imagen de Nuestra Señora de Avioth.
El año 1100 los labradores descubrieron una imagen de la Virgen María en un matorral de espinas, en el lugar llamado “d’Avyo”, que con el tiempo se transformó en Avioth. Pasada la sorpresa, decidieron llevarla a la iglesia de Saint Brice, a dos kilómetros de allí.
Pero a la mañana siguiente la imagen había regresado al exacto lugar de donde la sacaron. Resultado: decidieron dejarla en el lugar y venerarla allí mismo. Análisis recientes demostraron que la imagen fue esculpida en madera y tiene una antigüedad de 900 años. La Santísima Virgen tiene un cetro en la mano y sostiene al Niño Jesús.
Al principio hubo muchos milagros y los peregrinos empezaron a acudir en número creciente. Tal vez el peregrino más célebre haya sido San Bernardo de Claraval, fundador de los monjes cistercienses y predicador de la segunda cruzada contra los musulmanes. Cuando estuvo en Avioth, decidió que en su orden fuese siempre rezada la oración de la Salve después de la misa, costumbre que después se extendió a toda la Iglesia. Gracias a las peregrinaciones, algunas personas se fueron instalando en el lugar y a partir de 1180 Avioth ya era un poblado. Con las peregrinaciones, vino el deseo de construir una iglesia digna de María Santísima. La capilla original fue erguida el siglo XII, y la enorme iglesia entre los siglos XIII y XIV, siendo que el auge de las peregrinaciones ocurrió a comienzos del siglo XV. Hoy, algunos preguntarían por qué construir algo tan grande. Pero, para los habitantes del lugar y los peregrinos de la época, no se ponían tal pregunta. Eran personas de fe ardiente, y nada les parecía demasiado grande para Nuestra Señora. Además, debido a una particularidad de esta devoción, el número de peregrinos era enorme.
La imagen era conocida inicialmente como patrona de las causas desesperadas. Por eso iban hacia allá personas gravemente enfermas, de modo especial las contaminadas con lepra, enfermedad incurable en la época y que, para evitar el contagio, exigía una completa separación del resto de la sociedad. Igualmente se llevaban a Avioth a enfermos mentales, que eran dejados en una sala al lado de la imagen, para que ella los tranquilizara.
Pero el motivo principal de las peregrinaciones, era trasladar los cuerpos de los niños que habían muerto sin recibir el bautismo. Enseña la doctrina católica que el cielo, que se había cerrado a los hombres debido al pecado de Adán, se reabrió por los méritos infinitos de la Pasión de Nuestro Señor. Las personas que reciben el bautismo y mueren en estado de gracia van al cielo. Ahora bien, los niños que mueren en una edad tan tierna no pueden haber cometido pecado, por eso basta que sean bautizados para ir al cielo. Pero para ser bautizado es necesario que el niño esté vivo —generalmente se considera el plazo de unas dos horas para que el alma abandone el cuerpo. ¿Y si el niño moría sin que nadie lo bautizara? Nada peor para los padres,ya que el muerto, además de haber perdido la vida terrena, ¡podría perder la vida eterna en el cielo y ser llevado al Limbo!
Por eso los papás venían hasta de una distancia de 60 km alrededor de Avioth, trayendo los cuerpos de los pequeños difuntos, que dejaban a los pies de la imagen durante una hora. Durante ese tiempo, rezaban y esperaban alguna señal de vida. Esta señal podría ser algo de sudor, efusión de sangre, algún calor corporal, movimiento de venas o de miembros, un poco de rubor, etc. Al producirse esto, se consideraba que había vida, por menos intensa que fuese, y el sacerdote podía bautizar al fallecido, quien así ganaría el cielo de forma segura.
Durante el siglo XVII, fueron bautizados de esta manera unos doce niños al año. El objetivo de esta devoción no era pedir a la Santísima Virgen la resurrección, sino un pequeño intervalo de vida suficiente para que el niño muerto pudiera ser bautizado. Después, poco antes de la Revolución Francesa, esta práctica fue prohibida.
En la historia de la imagen existe un episodio realmente pintoresco. Corría el año de 1905, y en Francia había sido aprobada una ley antirreligiosa, por la cual los bienes de la Iglesia pasaban a ser propiedad de la nación. Con eso,iban oficiales a todas las iglesias y catalogaban los objetos contenidos en ellas, pudiendo después permitir el uso (no la propiedad) de ellos por los católicos.
El párroco local, padre Soyez, y unos piadosos vecinos decidieron que la imagen no sería catalogada en el inventario de objetos guardados en la iglesia, e imaginaron un simulacro de robo. Una noche los “ladrones” entraron en la iglesia y se llevaron sólo la imagen. Dejaron en el lugar la ropa, la corona y el cetro, objetos de valor material, todo en perfecto orden. Definitivamente, eran “ladrones” piadosos… Claro que la policía revolucionaria sospechó que el robo no había sido practicado con el fin de obtener dinero. La imagen fue escondida en una casa de familia, donde apenas sus cuatro habitantes y el sacerdote tenían conocimiento del hecho. La policía realizó algunos operativos sin conseguir encontrarla. Cierto día, andando con algunos caballeros de los alrededores frente a esa casa, el padre Soyez cometió la imprudencia de decir: “saludemos a la Virgen de Avioth”. Obviamente, los demás sospecharon que Ella estaba en la casa frente a la cual pasaban, pero no dijeron nada. Cuando se calmó la persecución religiosa, la imagen volvió en procesión a la iglesia.
Una historia menos edificante sucedió cuando los alemanes ocuparon el lugar durante la Primera Guerra Mundial. ¡Un oficial antirreligioso decidió transformar la basílica en caballeriza! Clavaron unos hierros en las paredes para atar los caballos. Esos hierros fueron dejados hasta hoy, para dejar constancia de la barbarie de los que no tienen religión.
En 1934 la Virgen fue coronada solemnemente, y todos los años la procesión de la imagen se realiza el 16 de julio.
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