Del sitio del Opus Dei:
Promovido por San Josemaría, y gracias a
la ayuda de miles de personas, el Santuario de Torreciudad se inauguró
el 7 de julio de 1975. Torreciudad (España) es un santuario dedicado a
la Virgen María, situado en Huesca. Cerca de una ermita que data del
siglo IX, el fundador del Opus Dei quiso que muchas personas se
acercaran aquí a Dios.
La historia de Torreciudad llega viva hasta nuestros días, y recogió a comienzos del siglo XX un nuevo capítulo,
inserto plenamente en una tradición de siglos de fe cristiana y piedad
mariana. Este episodio se halla íntimamente ligado a la vida del
Fundador del Opus Dei, y en él se inscribe la construcción del nuevo
santuario donde hoy se rinde culto a la Madre de Dios, bajo la
advocación de Nuestra Señora de Torreciudad, Reina de los Ángeles.
Este
capítulo es también parte entrañable de la historia del Opus Dei, y se
abrió en 1904, en Barbastro (Huesca, España). San Josemaría Escrivá de
Balaguer, cuando apenas tenía dos años de edad, contrajo una grave
enfermedad y fue desahuciado por los médicos. Éstos, perdida ya toda
esperanza, anunciaron a los padres que al niño le quedaban pocas horas
de vida. En esos momentos de ansiedad, cuando los medios humanos ya nada
podían, la madre, doña Dolores Albás, pidió
confiadamente a Nuestra Señora de Torreciudad —por la que sentía gran
devoción— el favor de la curación de su hijo, prometiéndole que, si se
salvaba, lo llevaría a la ermita para ofrecerlo a la Virgen, en
peregrinación de acción de gracias.
Nuestra
Señora acogió su oración. La noche en que el médico había abandonado la
casa la enfermedad hace crisis y comienza a remitir. Cuando a la mañana
siguiente vuelve el doctor Camps y, en tono ya de condolencia,
pregunta: —“Pepe, ¿a qué hora ha muerto el niño?”, los padres contestan
con alegría: “No solo no ha muerto, sino que está perfectamente”. El
alborozo fue grande en la casa, y el agradecimiento a la Virgen también.
Los padres cumplieron puntualmente su promesa. No era
fácil, por los caminos de entonces, llegar desde Barbastro a
Torreciudad; y el viaje se hacía más incómodo, y hasta peligroso, en la
última parte del recorrido, cuando había que seguir los vericuetos de un
escarpado sendero que remontaba a media altura las empinadas laderas de
la hoz del Cinca. La memoria de aquella romería permaneció viva en el
hogar de los Escrivá, y allí, Josemaría oiría más tarde el relato de la
aventura. Se le quedó muy grabada, y habría de recordarla a menudo: “Me
trajeron mis padres —contaba—. Mi madre me llevó en sus brazos a la
Virgen. Iba sentada en la caballería, no a la inglesa, sino en silla,
como entonces se hacía, y pasó miedo porque era un camino muy malo”.
Torreciudad ha sido, desde tiempo inmemorial,
punto de encuentro de piedad mariana: millares de personas se han
postrado a los pies de la Virgen de Torreciudad durante nueve siglos
para solicitar su amparo y agradecer los favores recibidos. A esta larga
historia se quiso sumar San Josemaría Escrivá de Balaguer. Bajo su
impulso espiritual y con el deseo de difundir la devoción a la Madre de
Dios, se levantó un nuevo santuario como lugar de conversión bajo el
amparo de la Santísima Virgen, y se abrió al culto en 1975. El santo esperaba frutos espirituales: gracias
que el Señor querrá dar a quienes acudan a venerar a su Madre Bendita
en su Santuario. Esos son los milagros que deseo: la conversión y la paz
para muchas almas. Con ese fin, dispuso que se construyeran las
capillas de confesonarios y que todo se cuidase para rezar con paz y
devoción.
Los inconvenientes para plantear un santuario de envergadura eran de gran entidad:
la lejanía de cualquier núcleo de población de cierto tamaño le privaba
de una feligresía habitual; un sendero tortuoso y peligroso desde el
pueblo de Bolturina era el único camino de acceso; no había luz ni agua
corriente, y el Cinca corría por un congosto ochenta metros por debajo.
Por eso, el proyecto inicial consistió en una sencilla casa de
convivencias junto a la ermita original. Sin embargo, la perspectiva
histórica del Fundador del Opus Dei y una fe y amor marianos muy
grandes, que fueron lo más importante, hizo que se ampliaran las
dimensiones de los elementos previstos y que se añadieran otros.
Movilizó a muchas personas que contribuyeron con su oración y limosnas a
convertir aquel sueño (una locura de amor, le
gustaba decir) en realidad. Y no era fácil imaginar que un lugar casi
despoblado y escarpado, sin accesos para el tráfico rodado, lejos de las
vías habituales de comunicación del Altoaragón y sin ninguna ciudad o
pueblo importante cerca, pudiera convertirse en frecuente punto de
encuentro para muchas personas de procedencia muy diversa. “No lo hagas
pequeño, yo no lo veré, pero vosotros veréis que acabarán llegando miles
de peregrinos”, le decía San Josemaría al arquitecto, Heliodoro Dols. Y
a pesar de las dificultades, cuarenta años después se cuentan los
visitantes por cientos de miles cada año.
Este
nuevo santuario es el último homenaje que San Josemaría hizo en esta
tierra a la Virgen, en cierto modo, en palabras de Mons. Álvaro del
Portillo, fue la última piedra de su devoción mariana.
Quiere ser manifestación de un gran amor a María y del deseo de que
muchas personas la conozcan y la amen. Junto a una creciente promoción
social del entorno, gracias también a la colaboración de muchos, el
santuario buscará siempre su fin apostólico, como decía San Josemaría: A
la Virgen de Torreciudad no le pediremos milagros externos. En cambio,
sí que nos dirigiremos a Ella para que haga muchos milagros interiores,
cambios en las almas, conversiones.
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