La imagen más extendida en los iconos medievales era la de Cristo en brazos de su madre. Esta variante, en la que la Virgen cuida a su hijo, es una rareza. Aparece desde una fecha temprana en el Mediterráneo oriental, pero fue más popular en la Italia de finales de la Edad Media y principios del Renacimiento.
La imagen va más allá del mero realismo doméstico. Destaca el carácter de la Virgen como Theotokos (portadora de Dios), título concedido en la antigüedad a la deidad egipcia Isis. Tras el triunfo del cristianismo, pasó a aplicarse a la Virgen María y se consagró en la doctrina eclesiástica en el Concilio de Éfeso de 431. La imagen de la Virgen lactante sugería incluso que compartía la obra redentora de Cristo.
Según el antiguo médico Soranos de Éfeso (96-138), la sangre menstrual de la mujer no sólo alimentaba al niño en su vientre, sino que también fluía hacia sus pechos, donde se transformaba en leche. En el caso de la Virgen Galaktotrophousa (Virgen de la Lactancia; en latín, Madonna Lactans), su leche compartía la misma fuente que la sangre salvadora de Cristo.
El estilo de este icono se asemeja al de los iconos tardíos y postbizantinos pintados en la isla de Creta, que fue posesión veneciana entre 1210 y 1669. La decoración de la aureola de la Virgen, con su motivo de rollos de vid troquelados, es muy familiar entre estos iconos. La isla de Creta disfrutó de una próspera industria iconográfica. Muchos pintores gozaban de reputación individual en el extranjero y sus productos se vendían tanto en los mercados bizantinos como en los de Europa occidental. El resultado fue una mezcla de tradiciones bizantinas y occidentales, tanto en estilo como en temática.
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