Cuando Gonzalo Jiménez de Quesada llegó a las tierras del Zipa en 1537 los indígenas ya extraían de ahí, mediante ingeniosos túneles, la sal que aderezaba sus vidas. Las formaciones de piedra habían creado, desde hacía 10 millones de años, el ambiente propicio para que brotara el mineral. Desde antes de la Conquista, los indios se encomendaban a sus dioses para internarse más de 200 metros bajo tierra.
La primera virgen fue colocada ahí por mineros en 1932. La imagen representaba a Nuestra Señora del Rosario de Guasa. Casi veinte años después los ex-presidentes Mariano Ospina Pérez y Laureano Gómez visitaron a los mineros y se quedaron impresionados con el santuario que ellos, con sus uñas rotas, habían construido. “Necesitamos ayuda” le suplicaron, querían hacer una iglesia en las profundidades del socavón. Entre 1951 y 1954, bajo una superficie de 7.000 metros cuadrados y a noventa metros de profundidad, construyeron la primera capilla.
Durante dos décadas los habitantes de Zipaquirá vieron como los turistas de todas partes del país querían entrar a la gruta, descender a pesar de lo peligroso del terreno, de los riesgos que podría traer el recorrido, de los continuos deslizamientos y adorar a la Virgen. Ante el llamado del pueblo por la preocupación que generaban las continuas grietas que se hacían en los alrededores de la entrada a la iglesia, llamaron a los máximos expertos mundiales en el tema, la Universidad Clausulal de Alemania quien envió al ingeniero Wolfgang Dreyer para valorar el terreno. La valoración fue concluyente: debería cerrarse de manera inmediata. Las grietas en el nivel Fabricalta, justo donde estaba su iglesia, presagiaban una tragedia.
Hasta 1990 los fieles a la virgen se quedaron sin santuario y la gente de Zipaquirá sin su principal incentivo turístico. Hasta que en 1990 la Sociedad Colombiana de Arquitectos, acompañados de la IFS Concesión Salinas, convocaron un diseño para realizar la Nueva Catedral de Zipaquirá. Se presentaron 88 firmas que presentaron 47 proyectos. El ganador fue el arquitecto Roswell Garavito Pearl. Graduado en 1975 de la Universidad Las Américas, su catolicismo ferviente fue una de las razones por las que entendió mejor que nadie qué era lo que necesitaba la Catedral.
Los que entramos por primera vez a la basílica quedamos sorprendidos. No se necesita ser muy religioso para comprender por qué los católicos pueden sentir tanto fervor en monumentos como este. El nivel superior de la Catedral consta de un túnel de 400 metros, siempre descendente. Y luego uno a uno se empiezan a ver, en 386 metros, las 14 estaciones que padeció en su Vía Crucis Jesucristo. Los colores azules te van metiendo en el ambiente hasta llegar al corazón de la catedral: la cruz más grande que existe en el mundo bajo tierra: 16 metros de alto por 10 de ancho.
La construcción duró cinco años y el arquitecto Roswell Garavito invirtió 250 mil toneladas de sal y está construido para albergar 10 mil fieles: ninguna otra catedral en el mundo es tan inmensa. Desde 1995 hasta la fecha ha acogido a 16 millones de turistas, de fieles de todo el mundo que pueden sentir el fervor ancestral que destila un escenario explorado desde hace 600 años y que no ha perdido ningún destello de su halo místico. En todas partes de Zipaquirá lamentan que justo en estos días, los más visitados del año, las puertas de la catedral estén cerradas por culpa del COVID 19 y esperan que pronto, gracias a la aceleración de la vacunación, pueda volverse a abrir la catedral más extraña del mundo.
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