9 de diciembre de 2020

Nuestra Señora de los Milagros (Roma II)


 Del sitio Nobleza.org:
Plinio Corrêa de Oliveira
En 1842, un hombre judío francés, de 28 años de edad, llamado Alfonso Ratisbonne estaba de visita en Roma. Era el hijo menor de una importante familia de banqueros de Estrasburgo con una estrecha relación con los Rothschild. Como sucede a menudo con los judíos de Europa, una familia toma el nombre de una ciudad. El francés Ratisbonne viene de Ratisbona, el nombre latino de Regensburg, una famosa ciudad alemana cercana a Munich. Alfonso era un judío por raza y religión, virulentamente anticatólico y libertino en sus costumbres.
Alfonso Ratisbonne estaba haciendo una gira por Europa y Oriente antes de decidirse a casarse con su prima Flore y asumir una alianza con el banco de su tío. Por coincidencia terminó en Roma en lugar de Palermo -como lo tenía previsto-, siendo bien recibido por el círculo diplomático francés que residía allí. A regañadientes tuvo que reunirse con el barón Theodore de Bussières, un ferviente católico. A pesar de que el judío parecía bastante lejos de cualquier conversión, el barón, sin dejarse desalentar por su sarcasmo y blasfemia, vio en él a un futuro católico y lo animó en sus visitas.
Una tarde, durante una animada conversación en la que Ratisbonne ridiculizaba las supersticiones de la religión católica, el barón desafió a Ratisbonne a someterse a una simple prueba de ponerse la Medalla Milagrosa. Sorprendido, pero con ganas de demostrar la ineficacia de tales adornos religiosos, Ratisbonne consintió y permitió que la joven hija del barón le pusiera la medalla alrededor de su cuello. El barón de Bussières también insistió en que Ratisbonne recitase la oración Acordáos” (Memorare) una vez al día. Ratisbonne prometió diciendo: “Si no me hace un bien, al menos no me hará ningún daño”.
El barón y un cercano círculo de aristocráticos amigos aumentaron sus oraciones por el escéptico judío. Es notable destacar que entre ellos había un devoto católico que estaba gravemente enfermo, el conde Laferronays, que ofreció su vida por la conversión del “joven judío”. En el mismo día Laferronays entró en una iglesia y rezó más de 20 Memorares por esta intención, sufrió una ataque al corazón, recibió los últimos sacramentos y murió.
Al día siguiente su amigo, el barón de Bussières, iba en camino para organizar el funeral del conde en la Basílica de San Andrea delle Fratte y se encontró con Ratisbonne. Él le pidió que lo acompañara y que lo esperase en la Iglesia mientras organizaba algunos asuntos con el sacerdote en la sacristía.
Ratisbonne no acompañó a su amigo a la sacristía. Deambuló por la iglesia admirando los bellos mármoles y diversas obras de arte. Mientras estaba de pie ante un altar lateral dedicado a San Miguel Arcángel, Nuestra Señora de repente se le apareció. Era el 20 de enero de 1842.
De pie sobre el altar, la Virgen se le apareció con una corona y una sencilla túnica larga blanca, con un cinturón enjoyado alrededor de su cintura y un manto azul-verde que le cubría el hombro izquierdo. Ella lo miró afablemente; sus manos estaban abiertas y de ellas salían rayos de gracias. Su porte era regio, no sólo por la corona que llevaba. Su altura y elegancia daban la impresión de una gran dama, plenamente consciente de su propia dignidad. Ella transmitió su grandeza y misericordia en un ambiente de gran paz. La Virgen tenía algunas de las características de Nuestra Señora de las Gracias. Alfonso Ratisbonne vio esta figura y comprendió que estaba delante de una aparición de la Madre de Dios. Se arrodilló ante Ella y se convirtió.
Al regresar de la sacristía, el barón se sorprendió al ver al judío orando fervientemente de rodillas delante del altar de San Miguel Arcángel. Se acercó a su amigo y Ratisbonne le pidió inmediatamente que fueran donde un confesor para que pudiera recibir el bautismo. Once días después, el 31 de enero recibió el bautismo, la confirmación y la Primera Comunión de manos del Cardenal Patrizi, Vicario del Papa. 
Su conversión tuvo enormes repercusiones en toda la Cristiandad. Todo el mundo católico se dio cuenta de ello y quedó impresionado. Después, Ratisbonne se convirtió en sacerdote jesuita. Diez años más tarde, él y su hermano Teodoro, quien también se convirtió del judaísmo, fundaron una congregación religiosa —la Congregación de Sion— dedicada a la conversión de los judíos.
Poco después de la aparición, en base a la descripción del P. Ratisbonne, se pintó un cuadro que representaba a la Virgen como se le había aparecido ese día en San Andrea delle Fratte. Cuando se terminó el cuadro, él lo vio y dijo que representaba vagamente la belleza de la aparición que había visto. Esto no es difícil de creer puesto que la belleza real de Nuestra Señora debe superar cualquier mera representación. La imagen fue colocada en el lugar exacto donde se le había aparecido, y se hizo conocida como la Madonna del Miracolo, la Virgen del Milagro, en referencia al doble milagro, su aparición y la conversión instantánea de Alfonso Ratisbonne.
Obviamente, esa aparición representó un gran beneficio para el alma de Ratisbonne. También representó un beneficio para la Iglesia Católica con la fundación de la Congregación de Sion, con su misión especial de trabajar por la conversión de los judíos. Esta congregación expresa bien la posición de la Iglesia hacia los judíos. Su posición no es odiar a los judíos sino defenderse de sus ataques. En la medida en que atacan a la Iglesia, Ella se defiende. Pero por encima de todo, Ella desea su conversión, la erradicación del judaísmo como religión y la entrada de los judíos en la Iglesia Católica, que es la verdadera continuación de la nación escogida.
Pero en el contexto doctrinal y psicológico de aquellos tiempos, el milagro con Ratisbonne tuvo un significado más profundo. En el siglo XIX, la Revolución estaba promoviendo fuertemente el racionalismo, una escuela de pensamiento que hoy se ha vuelto obsoleta. En aquel entonces, la Revolución enfatizaba el siguiente punto: el hombre racional, el hombre que trata de determinar todo de acuerdo a la razón, no puede encontrar los apoyos necesarios en la razón para creer que Dios existe, que la Iglesia Católica es la religión verdadera, y que fue fundada por Jesucristo. Por lo tanto, la Revolución concluyó que todo el edificio de la doctrina católica no puede ser aceptado por la razón humana.
Estas afirmaciones revolucionarias eran sólo mitos, como la mitología romana o las leyendas de los pueblos indígenas y africanos. La mayoría de los argumentos racionalistas eran argucias o sofismas, con sólo unos pocos procedimientos sacados de argumentos capciosos. Pero debido a que la Revolución insistió sin descanso en esos puntos y presentó un torrente de objeciones a la doctrina católica, muchas personas de ese tiempo perdieron su Fe.
Para contrarrestar esta ola incesante de ataques contra la Fe católica, la Virgen se apareció e hizo milagros en varios lugares.
El milagro de la conversión de Ratisbonne que ocurrió en Roma impactó en toda la Cristiandad. En aquellos tiempos no existía este ecumenismo maldito que estamos presenciando hoy. En ese tiempo, la separación de las religiones era mucho más profunda y, por lo tanto, era también el abismo que separa la verdad del error, y el bien del mal. Un judío rico e influyente, con absolutamente ninguna razón para favorecer a la Iglesia Católica, de repente se convirtió porque vio la Virgen. Él dio prueba de su sinceridad al renunciar a sus posiciones en el mundo y romper con sus ventajosos compromisos. Abrazó la vida religiosa y fundó una congregación religiosa para convertir a los otros judíos y luchar contra el judaísmo. Es imposible imaginar una prueba más objetiva de la verdad de la aparición. Este episodio tuvo un enorme impacto en toda Italia y Francia, y luego en todo el mundo católico.
Ello fue evidentemente un milagro, un milagro que cayó del cielo como una gota de agua sobre una humanidad sedienta que estaba siendo influenciada por los mitos racionalistas de la Revolución.

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