Del sitio Hasta la vuelta, Señor:
Bernardo de Legarda era uno de aquellos maestros mestizos que
hicieron brillar el arte quiteño de la época. En 1732 fue contratado por
los padres franciscanos, quienes deseaban una imagen de la virgen de la
Inmaculada Concepción para uno de los retablos de las capillas
laterales de la monumental Iglesia de San Francisco que regentaban en la
ciudad de Quito.
Poniéndose manos a la
obra, tomó una pieza de madera de apenas 30 centímetros. La imagen
tallada por Legarda tenía sus antecedentes en esculturas españolas del
siglo XVII, pero en esa costumbre de los artistas quiteños de enriquecer
y barroquizar todo, llenándolo de adornos que representaban la comunión
de las culturas indígena y española, logró crear una Virgen que casi
parecía moverse, graciosa, dinámica y a la vez serena. El detalle tan
peculiar de las alas, que no se había visto en ninguna Virgen creada
antes, obedecía al pensamiento de Legarda de que si no las ponía, sus
santos no podrían llegar al cielo.
La Virgen representaba la Inmaculada Concepción, como era lógico pues
ese había sido su encargo; pero también representaba la asunción al
cielo, detalle expresado con las alas; y también el triunfo de la
iglesia sobre el pecado, representado por la serpiente que es aplastada
por la Virgen con sus pies mientras la mantiene atada con una cadena.
12 de mayo de 2019
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