20 de enero de 2020

Nuestra Señora del Coro (I)

Del sitio Auñamendi Eusko Entziklopedia:
Consta que en 1637 era ya conocido su culto en San Sebastián (Donostia). Antes no, porque la referencia de que Felipe IV, cuando visitó la ciudad, en 1615, pidiera un manto de la Virgen del Coro, no está avalada en la meticulosa crónica que fray Tomás de Lasarte escribiera, como testigo de vista del viaje de aquel monarca. Se limita a decir que, con ocasión de la fortuita entrada de este rey en la parroquia de Santa María, se cantó el Te Deum y no afirma más. Ni siquiera aparece la Virgen del Coro en los inventarios antiguos.
En aquel tiempo las imágenes marianas que recibían mayor culto eran otras dos o tres, perfectamente diferenciadas- del Socorro, del Buen Viaje y la llamada Negra o de La Antigua- existentes en el recinto de la mentada iglesia; al siniestrarse ésta, en diversas ocasiones, fueron trasladadas al convento de las Carmelitas, o de los Dominicos, perdiendo con ello continuidad su devoción en Santa María.
Por el Contrario, la del Coro pasó desde la umbría del recinto en que los clérigos salmodiaban en comunidad, a sitio más destacado. En efecto, desde 1540, los dos cabildos de las Parroquias de Santa María y de San Vicente (24 beneficiados en total) se reunían en el coro de la primera de las iglesias citadas, teniendo en él un magnífico facistol y sobre él, la Virgen. Era la iglesia mencionada de estilo gótico. El coro se hallaba en el crucero, ya que no se construían coros en los presbiterios, ni en lo alto, al fondo del templo, como después.
Haciendo honor a la leyenda de que un fraile, encariñado con la imagen chiquita del Coro, la quitó del gran atril para llevársela a su celda, algo así como para tener egoístamente a su exclusiva merced a María, entendemos que se debió realizar algún hecho prodigioso para que empezara a merecer tal imagen, sin gran valor aparente, la aceptación que tuvo por encima de las otras que antiguamente fueron veneradas en Santa María. A este respecto, dice la tradición que el fraile aludido, después de sustraída la estatua, no pudo seguir camino de su convento porque aquélla adquirió tal peso que era imposible cargarla. Esto, unido al sobresalto de tropezar con los beneficiados que se dirigían al coro a Vísperas, fue causa de que los clérigos del s. XVI -antes tampoco, pues no hubo frailes ni conventos masculinos en San Sebastián- arrebataran al fraile la imagen hurtada y comenzasen a honrarla con el extraño atractivo que la anécdota arrojaba sobre la hasta entonces inapreciable imagencilla. Que la Virgen del Coro fue primeramente venerada tan sólo por los clérigos y que éstos fomentaron su devoción entre el pueblo, se colige de la costumbre remota de que sean únicamente sacerdotes quienes la llevan en andas en las procesiones, etc.
En 1688 estalló un polvorín en el castillo de la Mota, produciéndose desperfectos considerables en la iglesia de Santa María que se alzaba a su pie.
El cronista de la época olvida a la Virgen del Coro como una de las imágenes que se desalojaron de la iglesia en trance de ruina y que pasaron al Convento de las Carmelitas. No existía, pues, en el vulgo todavía la devoción a Nuestra Señora del Coro. Pero es presumible que uno de los sacerdotes devotos de la misma influyera en más de un dirigido espiritual suyo, hasta obtener un clima de fervor en torno a la graciosa imagen de María, la del Coro. Por ello, la Real Compañía de Caracas al ofrecer su ayuda económica para la reconstrucción de la iglesia de Santa María, que no se culminaría hasta 1764, puso como condición para cooperar a dichas obras el que puesto que la titular del templo continuaría siendo «Santa María», fuese a su vez la imagen del Coro la que ocupara el puesto de honor en el retablo del nuevo altar mayor. En realidad, cabe añadir que las demás imágenes marianas disponibles estaban ligadas a diferentes Cofradías ajenas a la Compañía de Caracas. Y ésta deseaba singularizarse con una imagen afecta a los clérigos, con lo cual se congraciaban con quienes en definitiva habían de resolver del que su Compañía patrocinase gallardamente y con honorables condiciones la reconstrucción que comentamos.
Las relaciones mantenidas entre la mentada Compañía de Caracas con la Virgen del Coro son muy manifiestas, hasta el extremo de que la misa que cada sábado se decía con esplendor ante su imagen era designada por la de «Caracas» ya que de esta forma lo canta una coplilla del s. XVIII. La Compañía de Caracas tenía asignado a esta Virgen un canon por cada fragata propia que de Venezuela llega a los puertos de San Sebastián, Pasajes o Cádiz. Aparte tenía una asignación fija de mil pesos anuales. Esta Sociedad mercantil y marítima, establecida para la adquisición del cacao en Venezuela y su distribución por el comercio europeo en tiempos en que la economía española no era capaz de afrontar su explotación a cuenta directa del Estado, data documentalmente de 1728. Tuvo sus oficinas centrales en San Sebastián, anexas a la vieja parroquia de Santa María, hasta 1751 en que se trasladaron a Madrid. Además de la parroquia de Santa María de San Sebastián, la Compañía erigió otra iglesia en Puerto Cabello.

La imagen está esculpida, de pie, en caoba, bien aparejada y pintada con muestras de anterior dorado. La cubre desde el cuello una chapa de plata, destacándose en esta laminilla dibujos hechos a punzón en estilo floreado, menos el busto y manos de la imagen que, así como todo el cuerpo del niño, están desprovistos del revestimiento metálico. Lleva un sencillo manto. En su cabeza y en la del niño hay una punta saliente que sirve para sujetar en ella las correspondientes coronas. En 1960 el decorador Lizarraga practicó algún trabajo de consolidación en la sagrada talla, carcomida lamentablemente por la polilla. Mide 40 cms. de altura, 8 de ancho en los hombros, y 14 en la base por lo que muy bien puede caber dentro de una manga un poco holgada. Cuenta 12 mantos, de diversos colores y riqueza, según los días litúrgicos. Para que tales vestiduras le caigan mejor, tiene por el contorno la imagen un aro. El Niño se lleva una mano al pie y el dedo índice de la otra a la boca. Se alza esta estatua en una peana que encaja en una cuña del trono sobre el que descansa. En este basamento se lee la siguiente inscripción: A devocion de D.ª M.ª IPHA DE AYERDI = PHELIP- BY- FECIT- 1756.
Se comenta que el primitivo trono con andas de plata que se estrenaron en 1759, pesaba mucho, por ser todo macizo. Figuraban en él jarrones de bronce y figuras de patriarcas y reyes de la genealogía de María. Fue labrado en Huesca por el artífice José Lastrada. Tenía una vara de alto. Debió de costearlo una señora emparentada con la familia Pérez-Isaba, a condición de que cuando sacaran en procesión por las calles a la Virgen, la detuvieran por espacio de una Salve frente a su domicilio, que se hallaba en la calle de Vildósola, actualmente desdibujada en el emplazamiento de la calle de San Lorenzo. Lo que aún permanece de entonces es un halo de plata rematado por la simbólica paloma del Espíritu Santo. El resto es imitación en madera estofada, ejecutada en el s. XIX.
En 1794, después de peligrosas circunstancias que pertenecen a la historia militar de San Sebastián, la imagen fue salvada por el vicario de la iglesia de Santa María, quien la llevó a Madrid. La dibujó y labró D. José F. Ximeno, de la Real Academia de Bellas Artes. Desde 1729 existía ya otro grabado de 0,33 x 0,22 mts., realizado por anónimo artista en Roma. Es una imaginaria reproducción hoy incognoscible, pues incluso María sostiene un cetro en su mano derecha; verosímil por otra parte porque podía haberlo llevado, practicando un orificio en la mano ahora unida al busto de la Virgen por la lámina de plata. Algún autor, por el gesto del Niño Jesús que parece llevarse la manita a la boca, atribuye a la imagen una ascendencia italiana, concretamente del artista Donatello, pródigo en obras de esa traza. Pero sabido es que esa expresión la vemos en la iconografía mariana de otros países, exactamente, en el lienzo del s. XVI, debido a los pintores alemanes, hermanos Dünvegge, según puede contemplarse en el Museo de Leipzig, con el titulado de «La Virgen de San Lucas».
Creerla procedente de la ciudad venezolana del Coro, es muy problemático. No era aquel país sudamericano el apropiado para exportar con el cacao imágenes, sino para recibirlas. De parecida factura son las imágenes de Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza, la de la Virgen del Rosario del Convento de Santo Domingo de Vitoria, hoy en su Catedral, la del monasterio de Bidaurreta de Oñate, etc.

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