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La advocación de Nuestra Señora de la Fuente, en Constantinopla, tiene sus raíces en un evento milagroso que se remonta al año 460. Según cuenta la leyenda, el futuro emperador León I del Imperio Bizantino, entonces un simple soldado, se encontró con un hombre ciego que sufría sed y le suplicó agua para saciar su sed. Conmovido por la situación del hombre, León se dispuso a buscar agua, pero no encontró ninguna fuente cercana. En su desesperación, escuchó una voz que le indicaba la presencia de agua en las cercanías.
Siguiendo las instrucciones de la voz, León se adentró en el bosque y encontró un lago oculto. Allí, tomó agua con sus manos y la ofreció al hombre ciego, quien, tras ser ungido con barro del lugar, recuperó milagrosamente la vista. La voz le reveló a León que era la Virgen María quien había habitado ese lugar por mucho tiempo. Como agradecimiento por el milagro y por la promesa de la intercesión de la Virgen María en aquel sitio, León construyó una iglesia en honor a la Santísima Virgen en las afueras de la Puerta Dorada, cerca del distrito de las Siete Torres.
Esta iglesia, conocida como Nuestra Señora de la Fuente o de la Vida, se convirtió en un lugar de peregrinación y devoción mariana, donde se relataron numerosos milagros y sanaciones atribuidos a la intervención de la Madre de Dios. A lo largo de los siglos, la iglesia fue reconstruida en varias ocasiones debido a daños causados por terremotos y conflictos, pero siempre mantuvo su importancia como lugar sagrado.
Tristemente, la iglesia fue destruida cuando Constantinopla cayó en manos de los turcos en 1453. Aunque el edificio fue arrasado, el manantial que fluía bajo sus ruinas continuó siendo un lugar de peregrinación para los fieles, quienes buscaban alivio y sanación. A lo largo de los años, el sitio sufrió más desafíos, incluida su destrucción durante la Guerra de Independencia Griega en 1821 y un acto de profanación en 1955.
A pesar de los avatares históricos, la devoción a Nuestra Señora de la Fuente persiste entre los fieles ortodoxos, quienes continúan venerando el lugar como un símbolo de esperanza, sanación y protección maternal. Aunque la iglesia actual puede diferir en apariencia de su esplendoroso pasado, el agua de la fuente sigue siendo considerada por muchos como portadora de propiedades curativas, recordando así la promesa de vida y renovación que la Virgen María otorga a sus devotos.
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