28 de julio de 2024

Nuestra Señora, Canal de gracias del Espíritu Santo

Del sitio Heraldos del Evangelio:

María Santísima estaba predestinada desde toda la eternidad a ser la madre de Dios. Y por eso mismo, en el momento en que fue concebida en el seno de Santa Ana, no sólo fue preservada de la mancha original, sino que recibió la plenitud del Espíritu Santo en un grado superior al de todos los ángeles y santos juntos.

Sin embargo, en el momento en que dijo sí a las palabras del Ángel y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, esta plenitud alcanzó una cima inimaginable. No podía haber mayor dignidad entre las simples criaturas que ser elevada a Madre de Dios, participando en el plan hipostático. Por medio de Ella fue posible la Obra de la Redención, porque Dios así lo quiso. Su grandeza exigía una perfección digna, en cierto modo, del Creador. De ahí las palabras de un santo: "Sólo Dios puede conceder el cúmulo de gracias depositado en la Divina Madre el día de la Encarnación" (San Bernardino de Siena).

La santidad de María -un prodigio- creció en cada momento de su vida, especialmente en los momentos cruciales de la vida de su Hijo, la Pasión y la Resurrección de Jesús.

Qué admirables virtudes practicó María a lo largo de la dolorosa Pasión del Redentor. Ella, la mejor de todas las madres, amando con todo el ardor de su Corazón Inmaculado al mejor de todos los hijos, al que concibió por obra del Espíritu Santo, al que engendró maternalmente en el tiempo y en la carne, al que amamantó y cuidó con tanta solicitud, y al que, en unión con el Padre Celestial, estuvo dispuesta a ofrecer por la humanidad pecadora. Pero ella no se limitó a mirar desde lejos. Siguió valientemente la Vía Dolorosa y permaneció junto a la Cruz de Jesús. ¡Cuánta fuerza, cuánta virtud, cuánta santidad no necesitaba esta alma!

Quizás un momento aún más cruel estaba por llegar: después de la sepultura del cuerpo de Jesús, qué vacío debió sentir. Su Hijo ya no estaba en el mundo. Mucha gente sabe lo que es perder a un hijo y puede imaginar mejor lo que María debió sufrir en aquella ocasión. Sin embargo, su fe inquebrantable en la Resurrección sostuvo por sí sola a la Iglesia naciente durante tres largos días.

Todo este sufrimiento fue ampliamente recompensado cuando el Espíritu Santo descendió sobre Ella y los Apóstoles se reunieron en el Cenáculo. Una vez más, su plenitud de gracias creció magníficamente. "El día de Pentecostés", dice un gran siervo de Dios, "el Espíritu Santo descendió primero sobre la Divina Madre y luego se difundió entre los Apóstoles en forma de lenguas de fuego". "El Ministerio Apostólico, de hecho, destinado a comunicar la gracia, debía recibir su perfección final a través del canal de Aquel que es su administrador. En cualquier caso, los Apóstoles debieron sin duda la plenitud de la sabiduría y de la santidad que recibieron en aquel gran día a las oraciones de su amado Soberano y a sus propias disposiciones." (P. Louis Bronchain, C.SS.R., Meditaciones para cada día del año).

Con Ella como modelo e intercesora, le pedimos que prepare nuestros corazones para que sean digna morada del Divino Paráclito. Para ello, trabajemos con Ella para unir en nosotros la inocencia con la penitencia, el temor de Dios con la confianza en Él, la humildad con la grandeza de alma y la delicadeza de conciencia con la generosidad del sacrificio. Esforcémonos con María por ascender a Dios a través de los diversos grados del recogimiento, la pureza de corazón y la oración continua.

Según san Ildefonso, así como el fuego penetra en el hierro y lo abrasa, dándole las propiedades propias del fuego mismo, así el Espíritu Santificador tomó posesión del alma de María y le dio sus dones y le concedió el poder de transmitirlos a quien ella quiera; basta que ella se incline ante nosotros para llenarnos del mismo Espíritu. "Todos los dones, virtudes y gracias -dice san Bernardino de Siena- son dispensados por las manos de María a quien Ella quiere, cuando Ella quiere y como Ella quiere". Ella quiere colmarnos de más favores de los que jamás podríamos esperar recibir. Dejemos abiertas las puertas de nuestro corazón para que Ella tome posesión y nos colme de los dones del Espíritu Santo.

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