21 de octubre de 2022

Nuestra Señora de Cocharcas

Del sitio El Perú necesita de Fátima:

«Cocharcas» significa en quechua «pantano» o «lugar cenagoso». En la noche oscura del paganismo, en medio de un lodazal, surgió el lirio de la devoción a la purísima Virgen de la Candelaria. Encandiló al indio y lo condujo a la práctica de la religión verdadera. Hoy, en medio del terrible pantano moral en que nos encontramos, volvamos las miradas a la Virgen de Cocharcas, para que haga renacer en el Perú esa misma Fe y devoción mariana, apresurando así el triunfo de su Inmaculado Corazón.

En las márgenes del río Pampas, en la provincia de Chincheros, Apurímac, sobre una florida meseta está situado este monumental Santuario Mariano.

Su historia remonta a los primeros tiempos del Virreinato. Hacia fines del siglo XVI vivía en San Pedro de Cocharcas un joven, descendiente del curaca Chuquisullca, llamado Sebastián Quimichi. En la víspera de la fiesta patronal, se hirió con un hacho de maguey encendido, cuyas astillas le atravesaron la muñeca de lado a lado. Lisiado y desdeñado en su tierra, se fue al Cusco a buscar trabajo. Allí, en casa de una palla (dama noble) del linaje de los Incas, se enteró que la Santísima Virgen tenía un santuario en el Collao, al borde del Titicaca, donde obraba incontables prodigios. Lleno de confianza, decidió marchar a Copacabana.

Puesto en camino, una noche tuvo un sueño sobrenatural, y al despertar descubrió que las astillas, que hacía tanto tiempo tenía dentro de la mano, habían quedado fuera sin lesión ni dolor alguno. Al llegar al santuario, recuperado completamente, sintió un gozo y una paz indefinibles y, postrándose ante el altar de María, dejó que sus ojos y su alma le expresasen con lágrimas y suspiros la gratitud de su corazón. En retribución, se propuso llevar a su pueblo una copia de aquella imagen y promover su culto.

Para tal fin, viajó a La Paz y después a Potosí a la procura de limosnas. Con ellas adquirió, de regreso a Copacabana, una réplica de la venerada imagen que el propio escultor de ésta, Francisco Tito Yupanqui, había tallado para un clérigo del Tucumán fallecido antes de serle entregada. Feliz con su preciado tesoro, Sebastián iba ya a partir, cuando sucede algo inesperado: el Prior del Santuario ordena incautarle la imagen. Al parecer, supuso que el devoto había recogido esas limosnas a nombre de la Virgen de Copacabana y sin la autorización competente. Como ni sus ruegos, ni sus explicaciones bastaron, el buen Quimichi decidió ir hasta Chuquisaca y exponer ante el Obispo y la Audiencia la justicia de su causa. Finalmente, tras mover cielo y tierra pudo rescatar su  imagen.

El retorno a Cocharcas fue un continuo triunfo: “Iba por el camino Sebastián con sus compañeros —narra el cronista Fernando de Montesinos cantándole a la Virgen grandes elogios, que los montes y las peñas y los caminos se allanaban, dando paso a la Virgen, y que por donde pasaba, salían rosas, alhelíes y clavelinas y todas flores”. No escasearon los favores de Nuestra Señora a aquellas gentes sencillas, como tampoco faltaron las contradicciones. Al llegar a Urcos, extrañó al cura que un indio causase tanto alboroto y que, sin la autoridad del Prelado del Cusco, promoviese estas demostraciones. Avisó al Obispo, Don Antonio de la Raya, y éste ordenó que antes de entrar en la ciudad, decomisaran la imagen y condujesen a Sebastián a su palacio.

El devoto indio fue encarcelado y la imagen llevada a la Iglesia de la Compañía. Luego que todo se aclaró, el Prelado le autorizó a proseguir su viaje. Este incidente sirvió para que trascendiese más lo que ya se sabía de esta imagen y dio ocasión a que los vecinos del Cusco la honrasen y aclamasen. El Obispo concedió asimismo la facultad de venerarla en San Pedro de Cocharcas y fundar una cofradía en su honor.

Fernando de Montesinos nos relata la llegada de la imagen a Cocharcas (pocos años después de la entrada de su gemela a Copacabana, en 1583): “Hubo muchas fiestas en el recibimiento de la imagen, danzas, cofradías de toda la doctrina con sus pendones, arcos de flores y regocijos de fuego. Entró en su casa la soberana Señora por el mes de Setiembre del año 1598; así como la imagen divisó el pueblo, comenzó a llover, estando sereno el cielo, y continuó la lluvia hasta que llegó a la iglesia; que se advierte, por presagio de bienes, en la relación desta historia, que se guarda en aquella santa Iglesia. Pusieron la imagen en el altar mayor, y luego comenzó Dios a obrar por ella grandes maravillas. Al principio se iban pintando los milagros; hoy como son tantos, no se cuida desto”.

Pasado algún tiempo, viendo lo pobre que estaba su iglesia, Sebastián emprendió otra peregrinación a Chuquisaca para conseguir más limosnas. Sin embargo, en Cochabamba le aguardaban nuevas aflicciones: el vicario, no dando crédito a las licencias que portaba, rasgó los papeles y le incautó lo recolectado. Al fin, el piadoso Sebastián cayó gravemente enfermo y, con cristiana resignación, entregó santamente su alma al Creador.

Al poco tiempo el dinero fue liberado y destinado a las mejoras del templo. Fue el primer Obispo de Huamanga, Fray Agustín de Carvajal, quien dispuso que la fiesta de la Virgen se trasladase al 8 de setiembre, dado que el 2 de febrero coincide con la estación de lluvias, lo cual era un obstáculo para la afluencia de peregrinos y una amenaza constante para los que se arriesgaban a llegar hasta el santuario.

En 1623 se le dedicó una nueva iglesia, que años más tarde reedificó y culminó el ilustre Obispo de Huamanga, Don Cristóbal de Castilla y Zamora. En un letrero, aún visible, se lee: “Acabóse esta Iglesia y Retablo de Ntra. Sra. de Cocharcas. Año 1675”. Su amplio interior atrae la atención por las muchas pinturas que decoran los muros, encerradas todas en valiosos marcos. Mons. Fidel Olivas Escudero hizo trasladar los restos de Sebastián a la sacristía el 14 de setiembre de 1903 y en la lápida que los cubre hizo grabar la siguiente inscripción: “Aquí yacen los restos de Sebastián Martín, Quimichu de la Virgen de Cocharcas. Año 1600”.

Tal es el más notable santuario de los Andes del Perú, tan afamado en los tiempos virreinales y cuya romería, concurridísima antaño, daba ocasión a una feria que ha decaído con el tiempo. También la iglesia ha sufrido algún deterioro, en especial a raíz del incendio de 1992. Y el tesoro de la imagen ha disminuido notablemente: el anillo de oro obsequiado por el Papa en 1600, las coronas imperiales donadas por los Reyes de España, la valiosa custodia del Santísimo y hasta el viejo libro manuscrito con la historia original, han desaparecido.

La venerada imagen de la Mamacha Cocharcas es una hermosa talla en madera policromada de regular tamaño. No sobresale por la finura de sus rasgos, pero es devota y tiene indudable parecido con su gemela de Copacabana. De pie, sostiene al Niño en su brazo izquierdo y la consabida candela y el canastillo en el derecho. Sobresale el amplio manto y el vestido, riquísimamente bordados.

En 8 de setiembre de 1946 se realizó la solemne coronación canónica de la imagen, precedida de una asamblea mariana en Ayacucho, a la que siguió un Congreso Mariano realizado en torno al mismo santuario.

La popularidad de esta devoción determinó que se extendiera rápidamente a otros valles. Existen réplicas de la Virgen de Cocharcas, por ejemplo, en el distrito de Sapallanga, en Huancayo, así como en Orcotuna. También en Lima hay un templo de esta advocación, cuyo origen data de tiempos virreinales, situado en el Jr. Huánuco, en Barrios Altos.     

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