4 de marzo de 2021

Nuestra Señora del Género Humano

 

Del sitio Gaudium Press: 

Que María Santísima es corredentora del humano género, es algo que se cae de su peso cuando se define que se entiende por corredención de la Virgen, y se muestra la sólida fundamentación de este justo título de María. Veámos.
Definamos primero redención. “En sentido etimológico, la palabra ‘redimir’ (del latín ‘re’ y ‘emo’ = comprar) significa volver a comprar una cosa que habíamos perdido, pagando el precio correspondiente a la nueva compra. Aplicada a la redención del mundo significa, propia y formalmente, la recuperación del hombre al estado de justicia y de salvación, sacándole del estado de injusticia y de condenación en que se había sumergido por el pecado, mediante el pago del precio del rescate: la sangre de Cristo Redentor ofrecida por Él al Padre”, nos dice Royo Marín en su Teología y Espiritualidad marianas.
Siendo así, la Redención del mundo solo podía ser realizada por Dios, pues el precio que había que pagar era infinito y solo Dios podía ofrecer esa “cantidad”. Verdaderamente, una sola gota de la sangre de Cristo, Dios-Hombre, hubiera sido suficiente para pagar esa deuda de forma más que suficiente.
Entretanto, tal como se dio de hecho la obra de la Redención, en ese rescate Dios quiso asociar a los hombres, y dentro de ellos, de forma especialísima, a María la Virgen. De tal manera que “con esta palabra (Corredención) se designa en mariología la participación que corresponde a María en la obra de la redención del género humano realizado por Cristo Redentor”, especifica Royo Marín.
¿De qué ‘calidad’ es esta participación marial en la obra redentora? Cedamos la palabra a las excelentes disquisiciones del P. Manuel Cuervo O.P., en su obra Maternidad divina y corredención mariana (Pamplona, 1967), citado por Royo Marín:
Superfluo parece decir ahora que la corredención mariana no se halla en la Escritura de una manera expresa y formal. Pero de aquí no se sigue que no se encuentre en ella de algún modo. Oscuro y como implícitamente la encontramos en la primera promesa del redentor, que había de ser de la ‘posteridad’ de la mujer, o lo que es lo mismo, del linaje humano, y por tanto nacido de mujer (Gén. 3, 15). No se dice aquí que la mujer de la que había de nacer el redentor sea María, pero, en el proceso progresivo de la misma revelación divina, se va determinando cada vez más cuál sea esa mujer de la que había de nacer el redentor del mundo. Así Isaías dice que nacería de una virgen (Is 7, 14) y Miqueas añade que su nacimiento tendría lugar en Belén (Miq 5, 2), todo lo cual concuerda con lo que los evangelistas san Mateo y san Lucas narran acerca del nacimiento del Salvador (Mt 1,23; 2, 1-6; Lc 2, 4-7). Un ángel anuncia a María ser ella la escogida por Dios para que en su seno tenga lugar la concepción del Salvador de los hombres, a lo cual presta ella su libre asentimiento (Lc 1, 28-38), dándole a luz en Belén (Lc 2, 4-7). Con lo cual se evidencia aún más que la predestinación de María para ser madre de Cristo está toda ella ordenada a la realización del gran misterio de nuestra redención.
Esta predestinación encuentra su realización efectiva en la concepción del Salvador, y en los actos por los cuales ella prepara primero la Hostia que había de ser ofrecida en la cruz por la salvación del género humano y coopera después con Cristo, identificada su voluntad con la del Hijo, co-ofreciendo al Padre la inmolación de la vida de su Hijo para salvación y rescate de todos los hombres”.
La unión de María con Jesús se extiende a todos los pasos de la vida del Salvador. (…) Ahora bien: dada la unión tan estrecha que en la predestinación y revelación divina tienen Jesús y María acerca de nuestra redención sería gran torpeza no ver en todos estos hechos [Dar a luz al Salvador; sustentarlo; nutrirlo; defenderlo de Herodes; presentarlo en el templo; buscarlo entre los doctores de la ley; ‘ayudarlo’ en el inicio de su vida pública en las bodas de Caná; asistir a la inmolación de su vida en la cruz; etc.] nada más que la materialidad de los mismos, sin percibir el lazo tan íntimo y profundo que los une en el gran misterio de nuestra salud. Porque en todos esos hechos no sólo resalta la preparación y disposición por María de la Victima, cuya vida había de ser inmolada después en el monte Calvario por la salvación de todos, sino también la unión profunda de la Madre con el Hijo en la inmolación y oblación al Padre de su vida por todo el género humano en virtud de la conformidad de voluntades entre los dos existente.
Como, por otra parte, la maternidad divina elevaba a María de un modo relativo al orden hipostático [orden en el que la divinidad se une con la humanidad en la persona de Cristo], el cual en el presente orden de cosas está esencialmente ordenado, por voluntad de Dios, a la redención del hombre con la inmolación de la vida de su hijo en la cruz, por cuya voluntad estaba plenamente identificada la de la Madre, no sólo en el fin de nuestra redención, sino también en los medios señalados por el mismo Dios para conseguirla, la Virgen María además de preparar la Víctima del sacrificio infinito, cooperó con el Hijo en la consecución de nuestra redención co-inmolando en espíritu la vida del Hijo y co-ofreciéndola al Padre por la salvación de todos, juntamente con sus atroces dolores y sufrimientos, constituyéndose así en verdadera “colaboradora” y “cooperadora” de nuestra redención como enseña también el Vaticano II. Es decir, en Corredentora nuestra”.
Entre los varios papas que hablan de forma explícita de corredención, tal vez ninguno más claro que Benedicto XV, que además recoge la unánime tradición patrística cuando afirma que “los doctores de la Iglesia enseñan comúnmente que la Santísima Virgen María, que parecía ausente de la vida pública de Jesucristo, estuvo presente, sin embargo, a su lado cuando fue a la muerte y fue clavado en la cruz, y estuvo allí por divina disposición. En efecto, en comunión su hijo doliente y agonizante, soportó el dolor y casi la muerte; abdicó los derechos de madre sobre su Hijo para conseguir la salvación de los hombres; y, para apaciguar la justicia divina, en cuanto dependía de ella, inmoló a su Hijo, de suerte que se puede afirmar, con razón, que redimió al linaje humano con Cristo. Y por esta razón, toda suerte de gracias que sacamos del tesoro de la redención nos vienen, por decirlo así, de las manos de la Virgen dolorosa”. (Benedicto XV, epís. Inter sodalicia – 22/5/1918).
Finalmente, hay que resaltar que no fue María una cooperadora más en la obra de la redención humana. Además de los hechos históricos que muestran la colaboración incomparable en la vida de su Hijo, es sobre todo su carácter de Madre de Dios, y por tanto de perteneciente al orden hipostático relativo, el que la especifica como co-redentora sin paragón con ninguno: “La misma maternidad divina, unida a la voluntad de Dios en el orden hipostático, postula esto, según el sentido de la Iglesia, de una manera firme y segura. La dignidad que de aquí resulta en la Virgen María es, sin duda, la más alta que se puede concebir en ella después de su maternidad divina. Porque eso de ser con Jesucristo principio de la redención del género humano y de su reconciliación con Dios, es cosa que solo a María fue concedido sobre todas las criaturas en virtud de su maternidad divina”, afirma Cuervo.

Por Saúl Castiblanco

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