Del sitio Cultura Cattolica.it:
Estábamos en misa en Cortina d'Ampezzo mezclados entre turistas y lugareños. Los que leían prestaban su voz a un impresionante pasaje de San Pablo, sobre la necesidad de no callar la verdad y dar siempre testimonio de Cristo, defendiendo la propia fe de las trampas del mundo.
Levanto la vista y me encuentro con una Virgen blandiendo una espada. Difícil para el imaginario colectivo (sobre todo de los no cristianos o no practicantes), combinar a la Virgen y la espada. Sin embargo, en esta pequeña y pulcra iglesia de los Dolomitas, la unión existe y trae a la memoria un famoso pasaje del Cantar de los Cantares: "¿Quién es la que nace como la aurora, hermosa como la luna, resplandeciente como el sol, terrible como huestes con estandartes desplegados?". Un verso que, aunque tradicionalmente se aplica a la virgen María, nunca se toma demasiado en serio. Sin embargo, aquí, como en cualquier otro lugar del panorama del arte y la fe, aparece una Virgen verdaderamente terrible con la espada desenvainada.
La mención de la espada no es infrecuente en la Biblia y la propia Palabra de Dios es calificada de espada de doble filo.El Cristo del Apocalipsis emerge de las nubes con una espada de doble filo que sale de su boca. Así, Dios, con una imagen sencilla e inmediata educa a su pueblo en la autodefensa. Que como afirma el Catecismo es un imperativo para el cristiano: La legítima defensa, además de un derecho, puede ser también un grave deber, para quien es responsable de la vida de los demás. La defensa del bien común exige que el agresor injusto sea puesto en estado de no daño (nº 2265).
Pero el hombre, lo sabemos -y el texto bíblico lo afirma repetidamente-, es incapaz de conjugar justicia y misericordia, verdad y amor. Oscilamos entre el justicialismo despiadado y la bondad sin juicio. Pero el mandato de poner la otra mejilla cuando te pegan no contradice aquel, recomendado con urgencia por el propio Cristo, de tomar la espada y comprarla si no se tiene.
Corría el año 1411 y la Virgen de la Defensa apareció en el cielo de Cortina cuando los conquistadores del norte cruzaron los Alpes para dominar política y religiosamente la ciudad. Lo que no consiguieron los ampezzanos lo hizo María, que, como cuenta el fresco, apareció con una espada en una nube y venció a los enemigos, que se dedicaron a matarse entre ellos.
Junto a la Virgen con la espada desenvainada vemos también una bandera con el signo de la cruz, una presencia nada casual. Este tipo de acontecimientos, en los que el pueblo de Dios se encuentra sano y salvo porque sus enemigos de repente empiezan a matarse, son frecuentes en la historia de la salvación y de la Iglesia. Todo esto nos enseña que el mal lleva en sí mismo un gusano autodestructivo y que la única victoria posible contra él es el orgullo de la verdad, la espada y una identidad fuerte capaz de resistir.
Por eso, en tiempos tumultuosos como los nuestros, en los que la persecución se recrudece de diversas formas, la Virgen de la Espada nos enseña dos cosas: pide que se la invoque, en primer lugar. Pero también pide que tomemos conciencia de la necesidad de tomar partido, rehuyendo el cualunquismo anónimo que campa a sus anchas, y defendiendo legítimamente la historia que nos pertenece.
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