“Pondré enemistad entre ti y la Mujer, entre tu descendencia y la de ella” (Gn 3, 15), sentenció el Creador tras la caída de nuestros primeros padres. Es una guerra librada entre dos adversarios irreconciliables: la raza de los hijos de la Virgen bajo las órdenes de su Soberano, y la de los seguidores de la serpiente con su jefe.
Este antagonismo se refleja en la imagen de Nuestra Señora del Apocalipsis, que retrata a la Madre de Jesús contemplada por San Juan en la Isla de Patmos, como una Señora vestida de sol, con la Luna bajo sus pies y, sobre su cabeza, una corona de doce estrellas (cf. Ap 12,1).
Hay, sin embargo, otro aspecto destacado en la escultura que no aparece en el libro bíblico: María, la comandante de las tropas del Altísimo, aplasta y castiga al Dragón infernal sólo con su calcañar y una cadena. ¡Magnífica figura!
Simbólica en todos sus detalles, la representación despierta una curiosidad: ¿qué significa más precisamente la cadena?
La cadena de metal está formada por la concatenación de eslabones individuales que se conectan entre sí. Puesto en las manos de la Santísima Virgen, puede simbolizar las almas elegidas por Ella y el vínculo que existe entre estos elegidos. Su imbricación de espíritus se basa en el amor de Dios, y es por eso que cumplen el mismo fin; en definitiva, se trata de la unión de inteligencias y voluntades de los hijos de la luz, en plena consonancia con su Reina.
En este sentido, San Luis María Grignion de Montfort exhorta en una de sus obras: “Unidos fuertemente por la unión de los espíritus y los corazones, infinitamente más fuertes y más terribles al mundo y al infierno de lo que son, para los enemigos del Estado, las fuerzas exteriores de un reino bien unido.” E inmediatamente después la santa mariana exclama con vehemencia: “Los demonios se unen para destruiros; uníos para derrotarlos.”
Comentando estas palabras, el Dr. Plinio Corrêa de Oliveira explica que se trata de “visualizar la lucha como un enfrentamiento entre dos uniones, que no significan coaliciones estratégicas de fuerzas, sino amores opuestos, que definen la victoria o la derrota, sobre todo por su diferente intensidad”.
La Santísima Virgen decide vencer al demonio, no sólo aplastándolo con su purísimo calcañar, sino haciendo uso de esa cadena que son sus elegidos, para humillar la vanidosa soberbia del Dragón. ¡Hénos aquí asociados a las guerras de María contra el mal!
Sin embargo, para que la victoria tenga lugar, debemos permanecer unidos, compartiendo el mismo ideal y nunca desconectarnos de los demás.
Se acercan grandes acontecimientos; lo que le espera a la humanidad, sólo Dios lo sabe. En esta coyuntura, la cohesión entre quienes integramos el ejército de la Reina del Universo es fundamental, ya que sólo juntos podemos obtener de Ella todas las gracias y medios necesarios para llevar a cabo nuestra misión en la Iglesia. Basta la vigilancia, para que no tengamos la suerte inevitablemente reservada a los que quieren ser eslabones separados: la derrota.
Estemos, pues, bien unidos y con el corazón clavado en la Generalísima de los ejércitos de Dios, para convertirnos en instrumentos eficaces en las manos de Aquella que “es terrible como un ejército en orden de batalla” (Ct 6, 10).
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