En 1940 José Balcázar y Sabariegos, director del Instituto, cronista de la provincia y de la Real Academia de la Historia escribía su libro La Virgen del Prado a través de la Historia. El libro publicado por las Escuelas Gráficas de la Diputación Provincial tenía un prólogo de Cecilio López Pastor. Un libro que ahora releo gracias a la digitalización del Centro de Estudios de Castilla-La Mancha.
El libro comenzaba con lo que denominaba Feliz Coincidencia. “El 19 centenario de la venida a España en carne mortal de la Santísima Virgen, ha coincidido con la restauración de la venerada imagen de Nuestra Señora del Prado, Patrona de Ciudad Real… Y aquella visita y esta restauración forman hechos de tal naturaleza que no pueden pasar desapercibidos para los que como yo han tenido siempre como el más grande de sus amores el amor mariano”. Y comenzaba recordando Los Milagros de Nuestra Señora de Gonzalo de Berceo o las Cantigas de Santa María de Alfonso X, los textos de Lope de Vega en la Encomienda bien guardada o La buena guarda.
Cuenta después la tradición: “Pateando el caballo de Mosén Ramón Floraz en las afueras de Velilla de Xiloca (Aragón) y junto a una fuente situada en hermoso prado dejó al descubierto una gran concavidad en el subsuelo. Gustó el ginete de conocerla y vio en ella una Virgen morena que él tituló del Prado y que en realidad era la llamada de los Torneos, que había sido soterrada en dicho lugar tres siglos antes por devotos cristianos para librarla así de la invasión agarena…”. Después de diferentes avatares cuenta como “el capellán Marcelo Colino, llevando en una caja acondicionada la Imagen Santísima, caminando con ella en brioso corcel hacia Andalucía, pero al llegar al Pozuelo Seco se detiene a descansar unas horas y muestra a los sencillos aldeanos, primeros pobladores de Ciudad Real, la sagrada Imagen, y todos ellos exteriorizan su amor mariano y hacen alabanza y rinden pleitesía a la reina de los Cielos suplicando que se quede en el lugar”. Cuando el caballo de Marcelo quiere partir se niega a caminar y el caballero asume que debe dejar la imagen en aquel lugar donde levantaron una sencilla ermita para conservarla.
En tiempo de Fernando III el Santo, la Virgen del Prado recibe regio homenaje. Según Lafuente en 1244 estuvieron en el Pozuelo de don Gil Fernando III y su esposa doña Juana y la madre del primero doña Berenguela durante cuarenta y cinco días. Doña Berenguela donaría para la virgen distintos ornamentos sagrados y don Fernando un manto de mucho valor.
Pocos años después se produciría la fundación de Villa Real por Alfonso X el Sabio. La Carta Puebla está fechada “XX días andados del mes de febrero. Era de mil e doscientos e noventa é tres años” (1255).
“La ambición usuraria de los judíos, la borrascosa minoridad de Alfonso XI, la guerra sin cuartel de los Calatravos, el enojo cruel del Maestre Don Garci López de Padilla que sólo pretendía la ruina de Villa Real son motivos más que suficientes para crear en este pueblo, durante un largo período del siglo XIV, una situación insostenible…”. Tras la ayuda de los cuadrilleros de la Hermandad vieja de Villa Real al rey Juan II este accede a que Villa Real sea ciudad y que en adelante se llamase Cibdad-Real. El 28 de abril de 1475 los Reyes Católicos escribieron desde Valladolid al Concejo de Ciudad Real confirmándole todos los privilegios concedidos a este pueblo por sus predecesores.
El capítulo VI del libro de Balcázar habla de la transformación de la imagen de Nuestra Señora del Prado. Según el autor la virgen del Prado era una talla del siglo XV sentada en su trono con el niño en el brazo izquierdo. Y en el siglo XVI “fue mutilada dicha imagen para que apareciese parada…”.
“Desde Felipe II la proclamación de los reyes en Ciudad Real se hacía de un modo solemnísimo en la Iglesia mayor de Santa María del Prado, y, así mismo, eran muy solemnes también las procesiones de la Virgen veneranda, y con especialidad, las patronales de las fiestas de agosto. En la del Corpus iba también nuestra amantísima Patrona.
“Son curiosos, en extremo los detalles que se conservan de dichas procesiones. Se comenzaba por contratar al personal que había de intervenir en las danzas. Estas eran, por regla general dos o tres y reunían características dignas de mención…” Cuenta por ejemplo como en 1614 se contrató tres danzas o comparsas de danzantes. “La primera con Hernán López, Juan Guarindo y Juan Rosado, vecinos de Almagro, para que estos, con uno que tocase la caja y diez compañeros más, vinieran a Ciudad Real el 14 de agosto y con danzas de disfraz acompañasen al prioste hasta la iglesia y al día siguiente asistieran a la procesión vestidos de indios, de modo que formasen cuatro parejas de danzantes y cuatro músicos, estipulando el precio del contrato en treinta ducados…”
Otra de las comparsas estaba formada por “ocho malagoneros que actuarían disfrazados y una reina que bailaría también, acompañados por una guitarra y un tambor, para interpretar la danza llamada “Conquista de Jerusalén”. La comparsa del granadino Juan Delgado tenía siete compañeros para hacer la danza de las Naciones luciendo libreas de brocadete, damasco y raso.
A lo largo del siglo XVII se realizan numerosas donaciones de manchegos enriquecidos en América como Juan de Villaseca, hijo de Ciudad Real y Secretario del Virrey de Méjico Don Luis de Velasco, marqués de Salinas. Con su donación se realizaría el excelente retablo ejecutado por Giraldo de Merlo y Juan Astén. Desde principios del siglo XVII se invirtieron grandes sumas en el templo parroquial de Santa María del Prado construyéndose a expensas de don Felipe Muñiz, contador de la Hacienda Real, el Camarín de la Virgen.
Balcázar estudia después la invasión francesa y en el capítulo XIV los cambios de la torre de la catedral. Imágenes de la torre sin su chapitel original y las reformas de finales del XIX con el proyecto de Rebollar y las críticas de don Inocente Hervás. En 1895 se celebraba en el templo de la Virgen del Prado el solemne funeral por el alma de la reina Isabel II, esposa de Fernando VII. En noviembre de 1875 Pio XII en su bula Ad Apostolicam erige en Priorato de las cuatro ordenes militares todo el territorio de la provincia de Ciudad Real. Cuenta después Balcázar los diferentes obispos que han estado en Ciudad Real y los avatares de la ciudad en los finales del siglo XIX y principios del XX.
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