Ya en el siglo II San Ireneo, Obispo de Lyon, se refería a la Virgen María, como la nueva Eva y a Jesús como el nuevo Adán, dando a entender cómo Dios creador impidió que la maldad del ángel maligno, bajo la figura de la serpiente, destruyera con su astucia el plan divino de crear la familia humana a su imagen y semejanza.
Tal como se relata en el tercer capítulo del Génesis, el ofidio tentó primero a Eva para que, desobedeciendo a Dios, comiese del fruto prohibido, y para que luego incitase a Adán para que hiciese también lo mismo para poder ser ambos como dioses.
Ante esa transgresión Yahveh Elohim les castigó con la expulsión del paraíso y con otras penalidades, incluyendo la muerte, extensibles también a todos sus descendientes. Toda la humanidad quedó marcada por esa desobediencia inicial como una herencia fatal, teológicamente denominada la mancha del pecado original.
Sin embargo en el mismo relato se narra cómo Dios en su misericordia promete que rehará la creación haciéndola nueva para que no quede contaminada por el pecado original: Por eso anunció al ofidio tentador con estas palabras: “Pondré enemistad entre ti y la mujer entre su descendencia y la tuya. Tú le acecharás el calcañar, pero ella te aplastará la cabeza” (Gn 3).
Ya en el siglo II San Ireneo, Obispo de Lyon, vio el cumplimiento de esta promesa en Joaquín y Ana, padres de María, que a causa de su infecundidad no podían tener hijos. Dios hizo que su unión conyugal fuese fecunda y concibiesen a una niña, predestinada para ser la madre virginal de Jesús el Salvador. Por eso la Virgen María y Jesús fueron constituidos como la nueva Eva y el nuevo Adán, destinados a rehacer el plan divino de la creación humana a imagen y semejanza de la Familia Divina.
La Iglesia Católica desde los primeros siglos entendió que la desobediencia de Adán y Eva afectaba a la humanidad entera y que por lo tanto todo ser humano ya desde su misma concepción lleva la mancha del pecado original, que aunque no es un pecado personal, le contamina en el cuerpo y en el espíritu, inclinándolo hacia el pecado. Esta contaminación es borrada al recibir el sacramento del bautismo que la Iglesia imparte ya desde el nacimiento.
Los teólogos en la Edad Media discutieron con mucho ahínco si también la Virgen María tuvo la mancha del pecado original. Algunos sostenían que la Virgen María fue también concebida con el pecado original, ya que todavía no se había producido la redención de Jesús en la cruz.
Sin embargo, otros indicaban que la Virgen María fue concebida sin la mancha del pecado original según la promesa divina en contra del ofidio: “Pondré enemistad ente ti y la mujer, entre su descendencia y la tuya. Tú le acecharás el calcañar, pero ella te aplastará la cabeza” (Génesis 3, 13).
El argumento decisivo lo formuló el franciscano Duns Escoto con el famoso proverbio latino: “Potuit, decuit ergo fecit” o sea “(Dios) lo pudo, convenía y por tanto lo hizo”. Esta doctrina de la Inmaculada Concepción se expandió en España y con ella a varios países americanos y a Filipinas.
Ya en el siglo XIX, el Papa Pío IX, el 8 de diciembre de 1854, después de recibir numerosos pedidos de obispos y fieles de todo el mundo, ante más de 200 cardenales, obispos, embajadores y miles de fieles católicos, declaró en la bula “Inefable Dios”: “Afirmamos y definimos que ha sido revelada por Dios, y, de consiguiente, que debe ser creída firme y constantemente por todos los fieles, la doctrina que sostiene que la santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original, en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles”.
Recordemos que pocos años después en 1858 en una de las apariciones la Virgen en Lourdes respondió a la adolescente Santa Bernardita Soubirous que le preguntó sobre su identidad: “Yo soy la “Inmaculada Concepción”. Hoy en los momentos tan graves que atraviesa la humanidad la Virgen protegerá a quienes confían en Ella como Madre y Esposa de Jesús, imagen perfecta de la Iglesia, llena de la Santa Rúaj (Espíritu) con la que proclama incesantemente: “Ven Señor Jesús” (cf. Apocalipsis 22, 20).
No hay comentarios:
Publicar un comentario