Esta es una leyenda muy linda y se las cuento tal como la contaron los abuelos de mis abuelos y como me la contaba mi mami cada vez que se preparaba para ir a la fiesta, la misa y la celebración, cada ocho de diciembre, fecha en la cual el barrio de Sopocachi festeja el milagro de la Virgen de la Concepción que se venera en la Iglesia del Montículo.
Ateniéndonos al retrato del Padre Calancha, quien con lujo de detalles ha contado este suceso, el mismo que sacudió hondamente el espíritu religioso del pueblo paceño y de las graves repercusiones que tuvo la catástrofe sísmica ocurrida en esa zona paceño en el año de 1579, yo se los relato ahora y para el recuerdo de aquellos sopocachinos que tanto aman a su barrio y al Montículo!
Dicen que era Anco Anco un pueblo de muchos centenares de habitantes a cuya cabeza estaba Don Juan de la Riva y Dona Lucrecia de Sansoles, primera pareja española que acompaño al Capitan Alonso de Mendoza en la fundación de nuestra ciudad.
Este pueblo se hallaba situado en la región oeste de Sopocachi y comprendía las zonas de Llojeta y Tembladerani. El pueblo tenía dos mil y tantos habitantes indígenas y fue confiado a los padres agustinos, entre los que comenzaron a catequizarlos estaba el Padre Agustín de Santa Mónica, sacerdote virtuoso y devoto fiel de San Nicolás de Tolentino.
Comenzó el Padre Agustín, su santa misión con un celo digno de San Francisco, pero todo su fervor fue a estrellarse contra la dura indiferencia de los habitantes bellacos de esa región que prefirieron seguir viviendo en pleno relajamiento de sus costumbres.
Anco Anco era una región propicia para el cultivo de papas, maíz, habas y arvejas, así también como para la caza a la cual se dedicaba la gente de aquel tiempo. Los indígenas del lugar no veían con buenos ojos ni a los cazadores ni a los catequistas y, reacios a toda sujeción, mostraron franca hostilidad, a unos y otros. Se hicieron peligrosos en su consigna de mutismo y negativa; hubo que renunciarlos a las buenas costumbres.
Los padres agustinos, cansados de predicar y exhortar en la fe del cristianismo a estos indios que no querían escuchar y que sin duda tenían el demonio metido en su cuerpo, abandonaron el pueblo, sacudiendo el polvo de sus sandalias dejaron Anco Anco indómito y rebelde como antes.
No se podía, sin embargo, dejar el pueblo abandonado a sus vicios, sin insistir hasta el último extremo, el Obispo Fray Domingo de Santo Tomas se apercibió del abandono en que yacía Anco Anco y envió allí al clérigo David Francisco Pérez para que siguiera predicando la penitencia y anunciando a los indígenas la venganza divina!
Este frailecito, moderno Lot de la biblia, era un varón virtuoso que comenzó su obra con entusiasmo y decisión, pero los indios seguían en sus placeres sin oír las exhortaciones del buen sacerdote. Al fin Dios se canso de tanto esperar una conversión que tal vez la veía imposible y resolvió en sus altos designios castigar a ese pueblo rebelde.
El cura de Anco Anco ejercía su santo ministerio con esa abnegación ejemplar de los primeros ministros de Cristo. ¡Era un sacerdote modelo “como pocos de esas épocas y como ninguno de la nuestra”!
Una noche apareció el pueblo rodeado enteramente de fuego y el incendio creció en las siguientes noches, pero los indígenas reacios no escuchaban la voz del cura que les dijo que aquello era “aviso de Dios” que estaba furioso y comenzaría la seguidilla de castigos. La corrupción ardía como nunca y la medida se colmaba. ¡Sodoma y Gomorra se habían reencarnado en Anco Anco!
Sucedió pues que una tarde el frailecito fue solicitado para auxiliar a un enfermo que se hallaba a una legua de distancia más o menos de la iglesia de Anco Anco. El sacerdote caminó y fue a cumplir una de las preciosas obligaciones de su ministerio.
¡Cuando Francisco Pérez volvió al amanecer, una melancólica penumbra lo rodeaba! Por más vueltas que dio no pudo encontrar su pueblo. ¡Corrió por todos lados, desandando lo andado, se había perdido el camino!
Más él, acostumbrado a recorrer desde su niñez esos senderos y parajes, aseguró que estaba en el pueblo.
La sorpresa del sacerdote no pudo ser mayor. No se oía ni a los perros, ni los lascivos gritos de corrupción, ni siquiera él se podía recuperar de la sorpresa terrible en que se encontraba.
Por fin amaneció el día y junto con otros campesinos se cercioraron de que realmente estaban en el pueblo, ¡pero este no existía! Había desparecido sin dejar rastró de su existencia.
Un horrendo movimiento sísmico, producido en esta región el 4 de Febrero de 1579 causó el definitivo derrumbe de sus colinas y la muerte catastrófica de sus pobres habitantes.
Todo estaba sepultado por el cataclismo, hombres casas, animales y arboleda, una masa uniforme de restos mutilados de personas y bestias imposibilitó el reconocimiento de las víctimas. La hecatombe había triunfado, Anco Anco desapareció en menos de lo que canta un gallo.
De la pequeña capilla de la virgen no quedó ni huella, cuando la patrona del pueblo fue buscada, nadie pudo hallarla... Alguien dijo que durante la noche había brillado una lucecilla atrayente en la cumbre que se había salvado por el acaso.
¡¡¡Solo una indiecita pudo salvarse de tan terrible castigo!!! Dice que ella había implorado a la Virgen María y vino esta en forma de una señora hermosa y la salvo de la muerte: “Mejor Ángel-dice Calancha- sacó a esa niña que a Lot, privilegio de la inocencia y presteza de los socorros de la Virgen”,
Al cabo de un día encontraron sana y salva la Imagen Santísima de la Virgen María junto a la indiecita. Estaban refugiados en el mismo Sopocachi lugar de su preferencia.
De aquí nació la idea de construirle una nueva capilla, como que así se hizo, levantando la edificación del trono de la Purísima e Inmaculada Concepción en el sitio exacto donde hubo aparecido, después de la catástrofe y donde hasta hoy se encuentra ella…con el tiempo la iglesia ha sido modificada, es allí donde muchos enamorados que se juraron amor eterno en el Montículo, se casaron en la Iglesia de Nuestra Señora de la Concepción, quien está en su primitivo lugar. Justo donde fue encontrada después del desastre hace cinco siglos.
La fiesta de la Virgen se celebra con gran alegría y entusiasmo desde siempre el 8 de Diciembre, los sopocachinos saben adorar a su virgencita y así también los paceños de tradición.
Ojalá que los que se dicen “Notables Ciudadanos” se olviden de salvar el “casco viejo que ya no tiene solución” (creo que ya lo han hecho) y se preocupen de lo que verdaderamente es tradición y obra de milagros, salvando y conservando siempre el Montículo y la Iglesia de la Inmaculada Concepción.
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