29 de abril de 2022

Nuestra Señora, Omnipotencia Suplicante

Del sitio  Familia Apóstoles de la Inmaculada:

Es tradición en la Iglesia Católica dirigirse a la Inmaculada como a una madre omnipotente en sus súplicas: “Omnipotentia supplex”.

Para medir el valor de su oración en el cielo, es preciso considerar el puesto privilegiado que ocupa María Santísima ante la mirada de Dios, puesto que está en una estrechísima unión con el Redentor de la humanidad, su divino Hijo Jesucristo.

El Altísimo ha querido servirse de Ella en manera milagrosa para su obra divina, haciendo de Ella el instrumento de la divinidad. ¿Cuánta eficacia tendrán sus súplicas cuando Dios mismo la ha elegido y nos la ha dado como intercesora? ¿Será exagerado decir que todo lo que Ella desea, Dios lo quiere?

Si Moisés, con su oración, pudo frenar la cólera de Dios sobre el pueblo de Israel, en tal manera que Dios todopoderoso, no pudiendo resistir, le pidió interrumpir sus oraciones y dejarlo libre en su cólera para castigar al pueblo rebelde; ¿qué se deberá pensar de las súplicas y oraciones de la Inmaculada Virgen María cuya oración es mucho más poderosa que la de Moisés?

La oración  de María Santísima es, por lo tanto, la oración de la Reina, de aquella que reza desde lo alto de su majestad, la más excelsa creatura que existe ante el trono de Dios. Y Ella se vale de todos sus títulos de honor para interceder por nosotros; y de algún modo podemos decir que hace santa violencia a Dios para arrancarle las gracias que nosotros necesitamos. Basta que diga: “Recuerda Señor todopoderoso que soy la Madre de Dios”, para obtener lo que más nos conviene para nuestra salvación, y en un cierto sentido la Inmaculada se impone como Madre de la Divina Gracia.

Es muy consolador para el alma saber que la Inmaculada delante del trono de Dios puede asumir nuestra causa como suya diciéndole: “Dios Padre, sabéis que soy María, y conocéis cuánto he hecho en la plenitud de los tiempos por Vuestro Hijo. Soy yo quien os pido por mis hijos que he engendrado en vuestro Hijo. Estos hijos eran miserables ante vuestros ojos, pero ahora a vos y a mí han recobrado la dignidad y el precio. Os pido por ellos que son parte de mi corazón. Ellos son vuestros como míos; son vuestros por naturaleza, y míos por gracia. Poned todo en mi cuenta, yo me ocuparé de ellos; será acaso necesario recordaros que gracias a mí vuestro Hijo se encarnó. Dadme la consolación de salvar a todos los hijos que tenemos por medio de Jesucristo”.

Ciertamente, María usaría otras palabras para arrancar de Dios las gracias que pedimos, pero quería expresar con este diálogo ficticio la omnipotencia suplicante de la Madre de Dios.

Finalmente, su intercesión es eficacísima porque coincide perfectamente con los planes de Dios. María nunca hace nada fuera de la Voluntad de Dios. Y podríamos decir, como lo hacía san Maximiliano María Kolbe: “Voluntad de la Inmaculada = Voluntad de Dios; Voluntad de Dios = Voluntad de la Inmaculada”.

Nadie mejor que  María Santísima sabe conjugar nuestra voluntad con la Voluntad de Dios. Ella sabe doblegar maternalmente y con ternura nuestra voluntad egoísta según los planes de Dios, Nuestro Padre. Por eso decimos que el mejor modo de dar gloria a Dios, es por medio de María. Es más, por medio de Ella se da la mayor gloria a Dios, porque solo Ella sabe lo que más conviene, en el mejor modo y en el tiempo más oportuno a Dios Omnipotente.

Nunca terminaremos de convencernos de la absoluta eficacia de la oración de María. Su sola voz estremece de amor las entrañas del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. La voz de la Inmaculada es la melodía del cielo, la que la Santísima Trinidad no puede resistir. Basta que recordemos lo que decía San Luis María Grignion de Montfort en “El Tratado de la Verdadera devoción”, no tengo literalmente sus palabras, pero la idea era esta: “Dios creó el mundo para el hombre, con todas sus bellezas para que disfrute de él. Y creó a María Santísima como su cielo, la creó para Él con todas sus bellezas para disfrutar de Ella.”

 MARIA VITA DELL’ANIMA

Padre Severino M. Ragazzini

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