En el siglo XVII comenzó el culto y devoción a Nuestra Señora de la Peña, cuyo origen se relaciona con el hallazgo que en los cerros orientales de la capital hizo el 10 de agosto de 1685 un hombre humilde, de nombre Bernardino de León, de las imágenes de Jesús, María y José con el arcángel Miguel delineadas en la roca viva.
La noticia del milagroso hallazgo cundió por la capital y para evitar, ya fuera el fanatismo o la novelería, el arzobispo don Antonio Sanz Lozano ordenó al vicario general de la Arquidiócesis levantar ante un notario las informaciones sobre dónde, cómo y en qué circunstancias se había producido el afortunado hallazgo. Oídos todos los testimonios, el prelado dio licencia "el día de carnestolendas de 1686" para la veneración pública de las sagradas imágenes y para la construcción de su capilla y altar.
La humilde ermita que se levantó por parte de sus devotos se vino al suelo por completo en 1714, como que era de materiales muy pobres y de techo pajizo. Ya para ese entonces había un capellán de la ermita, quien aleccionado por el desastre resolvió levantar una nueva capilla, "de paredes de cal y canto y cubierta de teja", que en el curso de un año fue concluida, de tal manera que pudo ser bendecida el 16 de diciembre de 1715.
Sin embargo, un hecho que puede señalarse como sugestión colectiva, dio inmediatamente ocasión para que se pensara que las imágenes debían ser sacadas de la roca y trasladadas al lugar donde hoy se hallan: repentinamente el rostro de Nuestra Señora se puso triste y lloroso, pero también tuvo simultáneamente reacciones de alegría, sin que se supiera la causa; y el 8 de mayo de 1716 se derrumbó la pared del lado derecho de la capilla, desde los cimientos. La capilla no alcanzó a tener sino unos 150 días de vida.
A principios de junio del mismo año, el cantero comenzó a separar las imágenes de la piedra fundamental, dejando la piedra cortada con el peso de unas 30 arrobas. Con inmensos trabajos, pero con mucho empeño, fueron bajadas las imágenes desde la escarpada loma hasta el llano, obra que concluyó en noviembre de 1716.
Ya abajo a las imágenes, se les construyó una capilla pajiza y la primera fiesta que se celebró en esta ramada tuvo lugar el 9 de febrero de 1717, fecha que puede retenerse como el comienzo en firme de la construcción de la segunda capilla, que vino a concluirse en 1722.
De todas maneras parece que, aun con las eventuales mejoras que pudo tener esta capilla, se mantuvo en su pobre estado hasta las primeras décadas del siglo XIX, cuando en pleno fragor de la época independentista, y más concretamente por el año de 1816 o 1817, su capellán, el presbítero José Ignacio Alvarez, desde la cárcel a donde lo había mandado el Pacificador Morillo hizo la promesa a la Santísima Virgen de mejorarle su templo si alcanzaba a salir con vida de las garras del poder extranjero: "Salvado de la muerte casi segura, emprendió la obra; sin embargo, la tuvo que terminar su albacea José Luis Carbonell". Puede retenerse el año de 1820 como el de la terminación de los trabajos de la nueva ermita, con los cuales se mantuvo hasta 1955 cuando se emprendió su restauración.
Debe tenerse en cuenta que la casa cural apenas vino a ser construida en 1898, pero que no fue habitada de continuo, por la soledad de aquellos parajes, por el frío intenso, por el apartamiento de la ciudad, etcétera, por lo cual en 1902 el arzobispo Herrera Restrepo aprobó la sugerencia de confiar el santuario a una comunidad religiosa, que vino a ser de la Orden franciscana capuchina, cuyo contrato se celebró entre el prelado y el superior de los capuchinos el 15 de febrero de 1906. En manos suyas estuvo el santuario durante 26 años consecutivos, hasta que hicieron dejación de la capilla y casa en el año de 1933.
Pocos días después, el arzobispo confiaba el santuario a dos religiosos de la Orden cisterciense, cuya estadía no sobrepasó los dos años. Desde entonces el santuario tuvo muchas vicisitudes y poca atención, pues pasó a depender de la parroquia de Egipto.
En 1944, tras tantas dificultades, la iglesia de La Peña volvió a ser administrada por el clero de la Arquidiócesis y su párroco desde aquel año hasta 1968 fue el sacerdote alemán Ricardo Struve Haker. En 1955 este sacerdote, enamorado de su santuario, llevó a cabo su restauración, "cuya belleza y fidelidad al estilo colonial han sido reconocidas hasta ahora sin excepción alguna, por las personas más competentes del campo del arte", como escribía él mismo en el folleto que publicó en 1956 con el título de Guía Ilustrada del Santuario Nacional de Nuestra Señora de la Peña. A este sacerdote se debe también la extensa monografía El Santuario Nacional de Nuestra Señora de la Peña, publicada en la Imprenta Nacional de Colombia, 1955, en la que se contienen no sólo la historia pormenorizada del santuario desde 1685 hasta 1955, sino la vida y linajes de cada uno de sus capellanes, incluida la de él mismo. Obra preciosa, tanto por su impecable y perfecta edición, como por lo sólidamente fundamentada y por el espíritu crítico de su autor, a la cual puede remitirse el lector curioso, con la seguridad de que en sus páginas encontrará respuesta a cualquier pregunta relacionada con el pasado de tan venerable santuario capitalino.
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