1 de noviembre de 2017

Nuestra Señora Reina de Todos los Santos

A raíz del movimiento surgido en el primer tercio del siglo XVI y que abandera doña Teresa Enríquez, llamada la Loca del Sacramento, los fieles de Omnium Sanctorum, quizás con el beneplácito y el impulso del clero de la Parroquia, deciden fundar una Hermandad que se dedique al culto al Santísimo Sacramento y al ejercicio de la caridad entre los hermanos.
La visita de esta dama de la nobleza a la ciudad que acompaña, en 1511, el séquito de Fernando el Católico y de su esposa Germana de Foix, ha sido tomado por la historiografía tradicional como el comienzo de las corporaciones sacramentales en un proceso que se iniciaría por la creación de la del Sagrario de la Catedral y que se iría extendiendo por el resto de collaciones hasta generalizarse a finales de siglo.
Sin embargo, las noticias generales que tenemos sobre este comienzo son muy fragmentadas. En concreto las de nuestra Hermandad proceden tanto del archivo histórico de la Corporación, como del archivo del hospital que ésta mantuvo en estos primeros años de su historia.
Los primeros documentos que se conservan son diversas reclamaciones de misas de 1549 y un informe que realiza el prioste de la hermandad, don Miguel de la Barrera al Arzobispado en 1564 donde se especifica que la Hermandad “es antigua” y considerándose junto a otros “fundadores de dicho hospital y cofradía”.
Coincidente con este documento se encuentra en el Archivo de la Diputación Provincial una solicitud del mismo hermano al Arzobispado fechada en 1580, sobre que no se redujera (en la práctica se expropiara) el hospital que poseía la Sacramental en la calle Peral, pues tal hospital no podía considerarse como tal, sirviendo sólo para las reuniones de los hermanos de la corporación que se hallaba fundada hacia 50 ó 60 años.
Como último dato relativo al origen de la Hermandad, podemos aportar el primer libro de hermanos de la Sacramental, que se hace nuevo en 1626 por haberse mojado el anterior y en donde se fija el año de ingreso del hermano más antiguo en 1581.
Son no obstante las primeras Reglas que se conservan en el Archivo del Arzobispado de Sevilla, y que se aprueban en 1636, las que nos pueden ofrecer más pistas sobre los orígenes de la Corporación. En el comienzo de las mismas se especifica, al igual que en los libros de hermanos y hermanas, que se éstas se hacen de nuevo por haberse mojado las anteriores. Podemos deducir que, puesto que se requiere la aprobación de la jerarquía, estas Reglas contienen variaciones sobre las primeras y que por tanto no se trata sólo de un traslado de las primigenias, pues en ese caso no sería necesario el procedimiento, tanto menos cuanto que la elaboración de las mismas debió suponer un desembolso importante al estar encuadernadas en tapas de madera forradas en piel y grabados estofados en oro.
Este hecho es importante porque, al incluir en las mismas algunas disposiciones del Concilio de Trento, en caso de que se tratara de un traslado estaríamos fijando la fecha límite de origen de la Hermandad en 1551.
Por tanto, conciliando los cuatro datos anteriormente reflejados podemos fijar la creación de esta primera asociación que, a lo largo del tiempo, se convertiría en el núcleo integrador de las demás corporaciones, en la horquilla temporal que va desde 1515 a 1545.
Durante este primer período de su existencia, la Hermandad debió de desarrollar una vida dedicada al culto (antes que a la caridad) muy en la línea con lo que demandaba de estas corporaciones el Concilio de Trento (1545-1563) especialmente las sesiones celebradas en el ya referido año de 1551, donde se establecen definitivamente los cánones relativos al Sacramento de la Eucaristía.
No queda, pues, motivo alguno de duda en que todos los fieles cristianos hayan de venerar a este santísimo Sacramento, y prestarle, según la costumbre siempre recibida en la Iglesia católica, el culto de latría que se debe al mismo Dios. Ni se le debe tributar menos adoración con el pretexto de que fue instituido por Cristo nuestro Señor para recibirlo; pues creemos que está presente en él aquel mismo Dios de quien el Padre Eterno, introduciéndole en el mundo, dice: Adórenle todos los Angeles de Dios; el mismo a quien los Magos postrados adoraron; y quien finalmente, según el testimonio de la Escritura, fue adorado por los Apóstoles en Galilea. Declara además el santo Concilio, que la costumbre de celebrar con singular veneración y solemnidad todos los años, en cierto día señalado y festivo, este sublime y venerable Sacramento, y la de conducirlo en procesiones honorífica y reverentemente por las calles y lugares públicos, se introdujo en la Iglesia de Dios con mucha piedad y religión. Es sin duda muy justo que haya señalados algunos días de fiesta en que todos los cristianos testifiquen con singulares y exquisitas demostraciones la gratitud y memoria de sus ánimos respecto del dueño y Redentor de todos, por tan inefable, y claramente divino beneficio, en que se representan sus triunfos, y la victoria que alcanzó de la muerte. Ha sido por cierto debido, que la verdad victoriosa triunfe de tal modo de la mentira y herejía, que sus enemigos a vista de tanto esplendor, y testigos del grande regocijo de la Iglesia universal, o debilitados y quebrantados se consuman de envidia, o avergonzados y confundidos vuelvan alguna vez sobre sí”. (Concilio de Trento, Sesión XIII, Decreto sobre el Sacramento de la Eucaristía, capítulo V).
En virtud de esta preeminencia que el Concilio concede al Sacramento de la Eucaristía y al auge comercial que la ciudad vive tras el descubrimiento de América y la erección de la Casa de Contratación en 1503, la Hermandad debió de contar pronto con un elevado número de hermanos (en torno a los cien) y una economía saneada que le permite hacer “guión y varas de palio”.
Los cultos de Regla se centran en esta primera etapa en Semana Santa y el tiempo Pascual. El Jueves Santo se convierte en la festividad principal al ser el día en que se instituyó la Eucaristía.
En esta festividad, además, todos los hermanos debían “averiguar”, es decir pagar las cuotas correspondientes al año.
La procesión para llevar el Cuerpo de Dios a los enfermos e impedidos de la feligresía, constituía el segundo culto más importante del año. Para aumentar la solemnidad de la misma se procuraba la participación de niños, el clero de la parroquia (al que se invitaba a “dulces” finalizado el acto) y la mayor parte de los hermanos. En algunas ocasiones consta también la contratación de fuegos de artificio.

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